Viernes 17 de Abril de 2009 Edicion impresa pag. > Debates
Minestrone ideológico con algo de Eva
En "El poder y el delirio", el historiador mexicano Enrique Krauze pone bajo la lupa el fenómeno político encarnado por Hugo Chávez y las razones del "nuevo culto bolivariano y la mentira ideológica que lo sostiene", explica.

Carlos Torrengo

Impecable. 

 Así es "El  poder y el delirio", el libro del historiador mexicano Enrique Krauze que describe la anatomía del poder del venezolano Hugo Chávez y las razones de su surgimiento. Dos son, como mínimo, las razones por las cuales la investigación impacta.

Una: la metodología con que fue abordada. "Escritura en movimiento", se la definió en la revista "Letras Libres". Convergen en el libro distintos estilos o géneros que Krauze encontró adecuados para hacer historia del presente: reportaje, interpretación, análisis de ideas, capítulos fragmentados en el seguimiento de temáticas.

Otra:  el contenido, la naturaleza de la investigación. Muy sólido en la argumentación, Krauze ratifica que es quizá el más riguroso estudioso del continente a la hora de reflexionar sobre el poder. El libro es un alegato directo contra la demagogia del populismo, que Krauze define como "nuevo culto bolivariano y contra la mentira ideológica que lo sostiene".

En el centro de la vida pública venezolana impera desde hace diez años un hombre. Hay en él ecos evidentes de Mussolini y de Perón. A partir de los viejos paradigmas ha inventado uno nuevo: una suerte de personalismo autoritario mediático y posmoderno. Pero más allá de todos los símiles, más allá de las posibles tipologías y más allá de los papeles  formales que desempeña (presidente, comandante), Chávez quisiera ser -en su fuero más íntimo-, el "héroe" del siglo XXI. Se ha acostumbrado a vivir inyectando adrenalina histórica, de una heroína que él mismo genera. Esa "heroicidad", piensa él, le da derecho a la ubicuidad, a la omnipresencia, la omnipotencia y la propiedad privada de los bienes públicos; a disponer de ellos con absoluta discrecionalidad, como si fuera su patrimonio. Esa "heroicidad" le sirve "para imponer su idealismo sobre los hombres comunes y corrientes", sostiene.

Al analizar a Chávez como política en acción, el trabajo se emparenta con la Eva que Beatriz Sarlo desviscera en su impecable   "La pasión y la excepción". Para Sarlo, el discurso político de Eva siempre estuvo insertado en un círculo en el que "la pasión se gasta y se alimenta". Desmenuzando los contenidos de ese discurso, Sarlo encuentra:

*Que a diferencia de Perón, fuertemente doctrinario, Eva no construye ningún argumento político más complejo que el de la oposición ricos y pobres, movida por el principio de justicia y, en ocasiones, revancha.

*Qué poco importa si Eva se pensaba excepcional. Sin duda se pensaba poderosa, ya que las necesidades y privaciones de su vida anterior le habían enseñado a distinguir los atributos del poder. Estaba dirigida por una pasión y que su aceptación de este impulso era voluntario e irrenunciable. Eva se somete a esa pasión y nunca la considera excesiva.

*Que en ese marco discursivo tampoco puede haber cálculo entre medios y fines, entre actos y sus consecuencias. Eva tiene la ética de la convicción enfrentada con la ética de la responsabilidad. Ella no es prudente.

*Eva -dice Sarlo- fue una jacobina del peronismo, para quien la virtud estaba en el lugar exacto donde el líder se encuentra con su pueblo y el ejercicio de la virtud obligaba al celo fanático, porque ese encuentro estaba amenazado por conspiraciones diversas.Mucho de este discurso signa el tranco ruidoso con que Hugo Chávez atraviesa la historia venezolana y del continente.

*El Chávez que cepilla Enrique Krauze es, desde lo intelectual, más ambicioso que Eva. Las lecturas más complejas que ésta asumió no fueron más allá de "Radiolandia" y "Antena".

El venezolano, en cambio, ha pasado años abordando desordenadamente a Marx, Plejanov, Bolívar  -cuyo pensamiento se encarga de desvirtuar permanentemente- y cuanto libro de historia y política cayó en sus manos. "Chávez busca apoderarse de la verdad histórica, y no sólo reescribirla sino reencarnarla", dice Krauze.

Pero aun desde saberes distintos, Eva y Chávez buscan legitimar su existencia política desde la historia de sus países. Con sentencia inapelable: ese pasado es miserable.

En consecuencia, ese peronismo y el chavismo adquieren una dimensión épica. Desde el campo discursivo y en la práctica política, se proyecta en términos de vivir siempre en la excepcionalidad propia de lo épico.
En el todo o nada.

Hablan desde una humildad más ficcional que sincera. "Soy una humilde mujer", dice Eva. "Soy un soldado más", aporta Chávez.

Y otra mirada común: todo lo distinto es enemigo. Sentencia irreductible. Chilla Chávez: "¡Atentos, atentos, atentos venezolanos, el maligno de más allá (EE. UU.) está al acecho; los malignos de aquí, también… ¡Alerta, alerta venezolanos!"...

- La ideología de Chávez es una sopa de minestrone, agarra cosas de aquí y de allá. No es marxista. Yo diría que es una mezcla de Perón y Mussolini -le dice a Enrique Krauze el veterano y respetado izquierdista venezolano Luis Miquilena.

- Pero habla como Eva -le faltó acotar.

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