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Desfase educativo | ||
En todos los países desarrollados, la crisis económica ha descolocado a muchos miles de jóvenes que hasta hace apenas seis meses creyeron tener el futuro asegurado pero que, para su desconcierto, acaban de descubrir que no poseen las calificaciones necesarias para encontrar un lugar en un mercado laboral que se ha hecho mucho más competitivo de lo que cualquiera hubiera previsto. Los más perjudicados han sido los graduados universitarios que consiguieron diplomas de valor dudoso en materias como relaciones públicas o periodismo, aunque debido a los problemas muy graves que están experimentando tantas empresas industriales también se han visto afectados los que optaron por otras más exigentes como las supuestas por ingeniería y las ciencias duras. A diferencia de sus padres y, más aún, de sus abuelos que no tuvieron demasiadas ilusiones sobre lo difícil que les sería abrirse camino, esperaban conseguir un empleo bien remunerado muy pronto, de suerte que no están preparados anímicamente para enfrentar un período prolongado sin trabajo o, a lo mejor, con uno que no tenga ninguna relación con sus expectativas. Si la crisis resulta ser breve, la "normalidad" no tardará en regresar, pero pocos creen que ello ocurra. En opinión de una proporción creciente de quienes se animan a formular pronósticos, cuando por fin llegue la recuperación el panorama resultante será muy distinto de aquel de antes. Para comenzar, merced a la globalización los habitantes de los países ricos tendrán que competir directamente con sus coetáneos de otros mucho más pobres, como China y la India, que siempre han entendido que en última instancia lo que más importa es la educación y por lo tanto se han dedicado a estudiar con una intensidad poco común en el Occidente moderno. Asimismo, se han dado cuenta de que, si bien los esfuerzos por asegurar que casi todos asistan a una universidad habrán producido algunos beneficios sociales, también han servido para nivelar hacia abajo, puesto que las pautas educativas actuales no se asemejan para nada a las de dos, tres o cuatro décadas atrás. Como es natural, los productos del sistema igualitario resultante se sienten estafados: esperaban tener las mismas oportunidades que los graduados universitarios de generaciones anteriores, pero tendrán que conformarse con "salidas laborales" apropiadas para quienes en otros tiempos apenas lograron completar el ciclo secundario. En nuestro país, estamos habituados a que profesionales diplomados se vean constreñidos a ganar la vida manejando un taxi, mientras que abundan los especialistas en materias como comunicación social que nunca tienen una oportunidad para aprovechar lo aprendido en la universidad, pero en Europa, América del Norte y el Japón lo que se toma por evidencia de un fracaso no sólo personal sino sistémico es considerado una novedad alarmante. Lo es no sólo por los costos humanos, sino también porque se teme que la proliferación de jóvenes frustrados sin ninguna posibilidad de encontrar empleos acorde con sus expectativas presagie una etapa de agitación social y política. En Francia, la popularidad entre los jóvenes de dirigentes políticos de ideas ultraizquierdistas decididamente contrarias al "sistema" parece ser síntoma de un malestar que podría incidir mucho en lo que suceda en los años próximos. Por los mismos motivos, provocaron preocupación en toda Europa los disturbios violentos, protagonizados por graduados universitarios que se sentían excluidos del mercado laboral, que hace poco se produjeron en Grecia. Mientras que los acostumbrados a la pobreza "estructural" no suelen rebelarse contra su condición -de lo contrario, pocos países resultarían manejables-, sería poco probable que se resignaran con tanta facilidad a un destino de segunda, o peor, quienes se han formado en sociedades prósperas y esperaron disfrutar de un estándar de vida más elevado que el de sus padres. Es por eso que tantos gobiernos en el Primer Mundo han optado por correr el riesgo de causar un desastre aún mayor que el actual tomando medidas desesperadas que, según los escépticos, podrían provocar un estallido inflacionario: con razón o sin ella, temen que la alternativa a una reactivación casi inmediata sean años signados por convulsiones políticas. | ||
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