En épocas de crisis socioeconómica o en regiones con un fuerte predominio de grupos hegemónicos, pareciera que es más fácil obtener justicia o algún favor ingresando al sistema corrupto que apelando a la razón y a la Justicia.
Entonces, la moral pública comienza a ser invadida por la moral mafiosa.
Y una de las primeras manifestaciones de la podredumbre es cuando se es consciente de la generalización de justificativos de conductas antes consideradas indignas: "Si todos lo hacen", "si no acepto el favor otro lo hará". De ahí al abismo hay un solo paso.
En comunidades donde el mérito es poco tenido en cuenta, los grupos mafiosos presentan esa condición tan buscada: es el ser parte.
La moral mafiosa incluye los valores predominantes para hacer negocios, destacándose muy particularmente el respeto por quienes sustentan más poder y la regla de oro: jamás dar a luz los problemas, pues siempre deben ser resueltos internamente".
Quienes intervienen se necesitan mutuamente, se llaman amigos y se inventan justificaciones para esa relación: el privado que argumenta que debe obtener una habilitación para producir, el funcionario que se escuda en la necesidad de obtener recursos para financiar una campaña o un partido político, el periodista que invoca un sueldo insuficiente.
"La ineficiencia de los controles es alentada por los corruptos para sellar la malla de impunidad", agrega Rojo Vivot.
Por otro lado, la corrupción menoscaba la condición humana y corroe al sistema democrático, convirtiéndolo en una mera fachada hueca aun en aquellas instituciones esencialmente democráticas, como los parlamentos, legislaturas y o las diferentes estructuras judiciales.