La imagen es ciertamente impactante: hombres, mujeres, niños, echando abajo un muro formado de concreto y rejas, dato fáctico que poco después legitimó la justicia, organismos varios, políticos, etc. No me importa que pase lejos, entre dos barrios de Buenos Aires. Me importa que pase en Argentina, ¿y a usted?
Cierto es que, poco a poco, nos hemos acostumbrado a las separaciones clasistas contra la delincuencia. Sin ir más lejos, los barrios privados eran, hasta hace escasos años, una rareza. Cada vez son más. Que impactantes crímenes y robos se produzcan en su interior, es de una trágica ironía.
Y estuvo el muro de Berlín, cuya destrucción es considerada un aniversario democrático y humano, si bien esos mismos países erigieron después muros menos ostentosos aunque igualmente contundentes, para hablar el de Estados Unidos - Méjico, o el de España -Africa y debo compartir con tristeza que mi imagen del presidente brasileño Lula Da Silva cayó varios puntos cuando, en estos días de debate del muro bonaerense, me enteré que ha hecho erigir un muro que separe las favelas del complejo urbano que besa el mar.
Queda claro que estoy en contra de los muros, ¿no? No voy a hablar de su ineficacia, si lo que se quiere es garantizar que los pobres de toda pobreza no invadan el terreno de nosotros, ciudadanos y ciudadanas de honestidad probada. De los robos y asesinatos, de la droga circulando libremente en esos territorios amurallados con cemento o por su simple y contundente peligrosidad -ésos de los cuales los programas de investigación les encantan mostrar como la villa 31 porteña, que, creo, muchos de nosotros conocemos mejor que las de nuestras propias ciudades - bueno, de esos territorios, le decía, qué importa? Actúa el darwinismo en estado puro: que quede lo que resista. Punto. El problema parece ser que aumentan, por reproducción espontánea y porque el sistema recrea permanentemente más pobreza. Aquí y en todas partes.
Esto me lleva a otro asunto. Brevemente: será porque la esperanza es lo último que se pierde, creía que de las sesudas reuniones de la dirigencia mundial luego que sus chicos prodigio jugaran en la Bolsa con el mundo -y lo rompieran -surgiría algo más que más plata para los mismos. Se perdió -¿ya se perdió?, ¿no estamos a tiempo?- una gran oportunidad para encontrar reglas de juego que no sólo no expulsaran gente del mundo del trabajo sino que se propusieran una redistribución de los bienes del mundo que generaran más calidad de vida, de suerte que los muros no fueran aumentando, sino desapareciendo. Pero nada. Sí, qué ilusa, ya sé.
Y están los otros muros. Los que erigimos todos los días, invisibles pero igualmente contundentes. Entre morochos y los otros. Entre hetero y homosexuales. Entre "normales" y "discapacitados". Entre hombres y mujeres. Entre padres e hijos. Entre violencia familiar y el no te metás. Entre la procedencia de tal barrio y el trabajo. Entre barras de fútbol. Entre floggers y emos. Entre los de acá y los "de afuera". Entre?bueno, la lista podría seguir y seguir.
Así que lo que deseo para estas Pascuas, aunque haya pasado cuando usted lea estas líneas, es que cada uno de nosotros, usted, yo, derribemos algún muro de éstos, y eso sí que podemos hacerlo. Hoy mismo. Ahora.
Y si lo considera un poco, refiriéndome al símbolo máximo del consumismo pascual: el huevito de chocolate, cuando el ser vivo rompe la cáscara, sea ésta la placenta o la ya inservible protección de calcio, ¿acaso no derriba un muro?