No cabe duda de que el ex presidente y actual hombre fuerte del gobierno nacional, Néstor Kirchner, ha logrado dejar boquiabiertos a todos al hacer gala de su capacidad para introducir alternativas novedosas que a su juicio servirán para mejorar el desempeño de sus partidarios en las elecciones legislativas próximas, pero ya parece más que probable que en esta ocasión su astucia le resulte contraproducente. Al intentar convencer a los gobernadores e intendentes que hasta ahora lo han apoyado a acompañarlo en la aventura electoral encabezando las listas oficialistas en sus distritos respectivos, Kirchner ha virtualmente confesado que teme sufrir una derrota catastrófica en las urnas a pesar de la presunta ventaja que le habrá supuesto el adelantamiento sorpresivo de la fecha electoral. Nunca le conviene a un caudillo brindar la impresión de sentirse tan débil que para salvarse esté dispuesto a echar mano a expedientes de legalidad cuestionable, pero parecería que Kirchner entiende que a fines de junio le espera una prueba tan difícil que no le queda más opción que la de ir a cualquier extremo en un esfuerzo por limitar las pérdidas.
Ya antes de comenzar a manipular primero el calendario electoral y después la forma de seleccionar a los candidatos, atribuyéndose el derecho a mover sus piezas sin preocuparse por informarles previamente de lo que les correspondería hacer, Kirchner hizo saber que su estrategia consistiría en transformar lo que en otras circunstancias sería una elección legislativa rutinaria en un plebiscito personal, de este modo subrayando el desprecio que siente por el Congreso, y afirmar que la ciudadanía tendría que elegir entre "la gobernabilidad", es decir, la continuidad, por un lado y un salto peligrosísimo al vacío por el otro. Conforme con la lógica inherente a su planteo, es del interés del gobierno hacer pensar que el país está cayendo en una crisis profunda y que por lo tanto todos deberían solidarizarse con el matrimonio presidencial, motivo por el que se han multiplicado últimamente medidas tan desestabilizadoras como las supuestas por el cambio de la fecha electoral y, más desconcertante aún, la idea de forzar al gobernador bonaerense Daniel Scioli y los intendentes del conurbano a encabezar las listas locales del Frente para la Victoria, sin tener ninguna intención de ocupar los cargos en el caso de que los votantes los respaldaran.
A juzgar por las declaraciones de funcionarios que niegan que los Kirchner estén presionando a los gobernadores e intendentes, en la Casa Rosada algunos se han dado cuenta de que la maniobra podría indignar tanto a la mayoría que, lejos de contribuir a aumentar el caudal de votos oficialistas, garantizaría que el revés acaso modesto previsto resultara ser una debacle histórica que, entre otras cosas, privara por completo de autoridad a Scioli y aquellos intendentes que aceptaran prestarse a la jugada. De ser así, podrían optar por irse no sólo los Kirchner, sino también gobernadores como Scioli y algunos intendentes poderosos, lo que haría estallar una crisis política mayúscula justo cuando la economía correría el riesgo de derrumbarse.
La conducta irresponsable reciente del ex presidente Kirchner ha confirmado algo que ya se sabía, que su "ciclo" había terminado y que durante más de dos años el país tendría que acostumbrarse a convivir con un Poder Ejecutivo nada popular y un Congreso dominado por una oposición heterogénea en que "los disidentes" peronistas tendrían un papel clave. En principio, tal situación debería ser perfectamente tolerable, puesto que son muchas las democracias en las que ningún sector político está en condiciones de hacer todo cuanto se le antoje, pero parecería que para los Kirchner la mera idea de verse constreñidos a respetar las reglas propias de una democracia "normal" es tan extravagante que de sufrir el oficialismo una derrota dolorosa en junio preferirían volver a Santa Cruz con la esperanza de que un país convulsionado se arrepienta de haberlos ofendido. Puede que hayan creído que el chantaje así supuesto les permitiría conservar el poder que supieron construir, pero al instalar la idea de que su reino está acercándose a su fin, han aumentado la posibilidad de que ello efectivamente ocurra bien antes del día previsto por la Constitución.