Barack Obama no es el primer presidente norteamericano que se ha propuesto impulsar la eliminación de todas las armas nucleares. En su autobiografía, Ronald Reagan escribió: "Durante los ocho años que fui presidente nunca dejé que mi sueño de un mundo libre de armas nucleares se escapara de mi mente". Y es poco probable que sea el último, ya que países como Pakistán, India, China e Israel no aceptarían desarmarse aun cuando lo hicieran Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido y Francia, porque todos temen ser víctimas de potencias enemigas que no respetarían los principios que suelen reivindicar en público los dirigentes occidentales. Asimismo, no hay motivos para creer que los aspirantes más notorios a incorporarse al cada vez menos exclusivo "club" nuclear, Corea del Norte e Irán, estarían dispuestos a dejarse impresionar por la bienintencionada retórica de Obama. Por el contrario, los regímenes de ambos países se habrán sentido estimulados por lo que a su entender es la debilidad de la parte occidental de la "comunidad internacional". Según se informa, en los meses últimos los iraníes han redoblado sus esfuerzos por alcanzar la capacidad para construir bombas nucleares, mientras que los norcoreanos, que ya han probado una relativamente rudimentaria pero así y todo de gran poder destructivo, acaban de lanzar un misil que podría usarse para llevar una ojiva nuclear hasta las costas de Estados Unidos, mofándose así de las advertencias severas formuladas por Obama y los gobiernos del Japón y de Corea del Sur.
En vista de que no es posible "desinventar" la tecnología nuclear, para impedir la proliferación de la capacidad para provocar catástrofes aún mayores que las de Hiroshima y Nagasaki sería forzoso que los países que ya la poseen convencieran a los demás de que intentar emularlos sería suicida. No sería una cuestión de justicia abstracta, ya que siempre puede argüirse que todos tienen derecho a armarse hasta los dientes, sino de la realidad patente de que sería insensato permitir que siguieran aumentando exponencialmente los riesgos de una conflagración nuclear. Pero puesto que las potencias nucleares actuales no tienen la más mínima intención de mantener bien cerradas las puertas de su "club", parecería que siempre habrá lugar para una más, y después otra, hasta que un día tendrán "la bomba" individuos que no vacilarían en usarla. Entre éstos se encontrarían los fanáticos religiosos iraníes que, lo mismo que los sunnitas de Al Qaeda, nunca han ocultado su desprecio por quienes preferirían continuar viviendo a inmolarse por su fe y, tal vez, los norcoreanos que se han habituado a amenazar a sus vecinos de Corea del Sur y el Japón con una guerra devastadora si se les ocurriera molestarlos.
La reacción de Obama frente a la prueba balística norcoreana fue verbalmente fuerte, pero en términos concretos bastante débil. Aunque en el Consejo de Seguridad de la ONU Estados Unidos exigió que la comunidad internacional tomara medidas punitivas contra Corea del Norte, los representantes de China y Rusia se las arreglaron para asegurar que sólo se trata de un rapapolvo simbólico. Demás está decir que su postura frente a Irán ha sido similar. Para Moscú y Pekín, la prioridad actual consiste en mostrar que Estados Unidos ya no es una superpotencia irresistible, no en frustrar las ambiciones belicistas de regímenes rebeldes, a pesar de que por razones estratégicas sería de su propio interés ver acorralados a los islamistas militantes de Irán y los extremistas comunistas de Corea del Norte, los que, por cierto, no sienten simpatía alguna por los rusos y los chinos. A menos que éstos cambien de actitud, Corea del Norte no tardará en erigirse en una potencia nuclear auténtica, mientras que lo único que podría demorar el programa iraní sería un ataque preventivo israelí de consecuencias imprevisibles. También existe el peligro de que el eventual colapso del Estado paquistaní permita que su arsenal nuclear caiga en manos de extremistas que se afirman enamorados de la muerte. Para que el sueño de Obama de un mundo libre de armas nucleares se concretara, sería necesario que los países más poderosos cerraran filas; puesto que no lo harán, sus afirmaciones esperanzadoras no servirán para modificar nada.