Juan Carr, 47 años, recibió a "Río Negro" en una oficina de la parroquia Santo Tomás Moro, en Vicente López. Durante las casi dos horas de charla no se quedó quieto ni un instante. Habla, gesticula, observa el anotador del periodista mientras ceba mate y, a la vez, comienza a responder preguntas. "No discuto porque tengo una sola vida. ¿Religión? Ser católico a esta altura... Mi obligación moral es para con los postergados y ellos no tienen tiempo". En su entusiasmo por dar sus ideas, habla sin parar. Da la sensación de que en la cabeza tiene un embotellamiento de ideas y frases que se pelean por salir. "Si fuera menos sensible estaría haciendo la revolución en África. Pero no puedo con mi sensibilidad", comenta.
-Hay una constante en tus reflexiones: "De cara a los postergados no hay tiempo que perder".
- ¿Saben qué sucede? Tengo una obsesión con el hambre en el planeta. Me quedan 30 años de vida, si es que me va bien, y en la lucha contra el hambre en la que estoy embarcado ya aparecen resignaciones... y eso es muy duro. Más cuando sabés todo lo que se puede hacer, y con tan poco. Trabajo en el Centro de Lucha contra el Hambre, en la UBA. Es una tarea interdisciplinaria entre veterinarios y agrónomos.
Producimos proteína animal para los que no pueden comprar comida, pero necesitamos organización para ponerla a escala nacional. Cuesta lograrlo. El "hambre cero" en nuestro país no sólo es posible, sino que hasta tiene un nombre: paquete.
Carr camina por la oficina. Acomoda objetos sin ordenar. Quizá por el simple ejercicio de estar en movimiento. La conversación tiene un tono didáctico. "No digo un nombre paquete", dice y, ahora sí, hace silencio para dejar lugar a la pregunta, mientras se acomoda en una silla.
- ¿Qué quiere decir con paquete?
- Sí, sí... Paquete de arroz, de fideos, de polenta. Si hoy en Argentina cada adulto no pobre dona uno de esos alimentos por día, con ese gesto habría cuatro comidas diarias para pobres, excluidos y gente con problemas. Desde ese paquete ya estaríamos en camino al "hambre cero".
- ¿Qué es el hambre mirado desde el destino de una persona? Bernardo Kliskberg dice que el hambre, en tanto expresión de desigualdad, es antidemocrático además de ineficiente para el sistema.
- Es así... Es vivir al borde en el presente y saber que quizá no haya futuro.
De pronto, Carr llama a un colaborador que pasa por el pasillo que da a la puerta de la oficina. El muchacho ingresa, saluda, se va y vuelve a los pocos minutos con una botella de cerveza. Descendiente de sajones, se verticaliza a esa genética a la hora de los gustos: cerveza. Luego, sus ojos claros envueltos en unos párpados cargados se pasean por las montañas de cajas, botellas, bolsas y demás bultos que conviven en el ambiente.
"Hay de todo y para distintas direcciones. Mandamos a todos los lugares que podemos, como hicimos hace poco con Tartagal", cuenta y eso le da pie para lo que realmente quiere decir: "Con Kirchner se había dado un salto excelente en materia de lucha contra la muerte por desnutrición infantil. A enero del 2008 había bajado del 12 al 8%. En esos 4 años hubo 3.000 muertos por desnutrición. El otro gran actor de ese proceso fue el campo, que produjo alimentos y generó mucho trabajo. Veníamos logrando éxitos muy importantes en la lucha contra la pobreza cuando estalló el conflicto del campo. Y en ese debate entre burgueses que tenemos diez kilos de más, la lucha cayó. Estábamos produciendo alimentos para 300 millones de personas. ¿Por qué nadie rescató estos números positivos? Porque la Argentina se come las cosas y sigue de largo", desliza Carr, mientras en su rostro se dibuja una expresión tensa que mezcla enojo, disgusto y, tal vez, tristeza.
- Cuando hace afirmaciones las hace con una vehemencia racional...
- Está bueno eso, no lo conocía... La vehemencia racional (dice en voz baja y lo repite un par de veces para sí mismo). Está bueno, lo voy a googlear.
- La vehemencia generalmente está ubicada del lado del disparate, el disloque...
- Pasa que ustedes, los comunicadores, me enseñaron a comunicar. Te volvés un tipo muy responsable porque la Argentina ya tuvo mucha sangre, muerte y violencia. Si tuviera varias vidas discutiría mucho más. Pero tengo una sola. Y tengo ocho millones de pobres en el país y 2.500 millones de pobres en el mundo. No quiero gastar un solo momento de mi vida en fragmentar, en dividir, en complicar. Ahora si tuviera varias vidas, tal vez sería más irracional y mucho más vehemente. La palabra tiene una fuerza que fui aprendiendo en esta lucha. Hay que cuidar mucho a la palabra. De hecho cuando en una cancha gritan "no existís, no existís, te vamos a matar", no son palabras vanas, tienen una fuerza demoledora. El argentino en la cancha expresa todas sus marginaciones. Y eso de la vehemencia racional... bueno...
- ¿Qué?
- Tiene que ver con un intento angustioso de construir y edificar todo el tiempo porque tengo una sola vida.
- ¿Lo ayuda ser católico?
- Ser católico a esta altura, viste... Me refiero a que si hubiera varias vidas, alguna de ellas me la pasaría discutiendo. Hoy mi obligación moral es para con los más postergados, que no tienen tiempo para que yo pierda tiempo.
- Hay filosofía en sus afirmaciones.
- En lo interno suelo ser más carajeador, pero ahora están ustedes y sé de dónde vienen. Estoy usando estas palabras para esto, para ustedes. Me doy este lujo... ¿Filósofo yo?... ¡No! Un tipo simple preocupado por los que sufren, y sufren en un país siempre tentado por la fragmentación. Sigo muy de cerca el conflicto con el campo y en los dos lados tengo gente que conozco y quiero mucho.
- ¿Cómo se plantó ante ese conflicto?
- Nosotros teníamos que intentar que no hubiera un muerto en la ruta durante ese conflicto, lo que hubiera significado primero la tragedia para el muerto y segundo una catástrofe en el ámbito institucional. Y algunos sectores más ultras de los dos lados ya les gustaba esa idea. Frente a ese conflicto había millones de personas que tienen hambre.
Los teóricos, en el año '60, decían que el problema del mundo era que la cantidad de alimento iba a ser menor que la cantidad de personas. Nunca imaginaron que somos la primera generación en la historia de la humanidad que podría darles de comer a todos. Esto es inédito. Y aquí, mediante la fragmentación entre burgueses, dejamos de lado el tema.
- Aun aceptando lo de fragmentada, la sociedad tiende a la solidaridad, al menos desde lo puntual. ¿Está de acuerdo?
- Red Solidaria está tapada de generosidad. De hecho los sectores medios y medios-altos que estaban muy inmovilizados por el consumismo, algo que me preocupaba, se movilizan ante Tartagal y otros problemas. Hubo un momento que la inmovilización fue tal que decía "ojo, que si aparece una situación social compleja y los querés movilizar van a seguir como están porque no están acostumbrados a moverse por la comunidad". Sin embargo, y vuelvo a Tartagal, fueron muy solidarios.
- Ya había ocurrido con las inundaciones en Santa Fe.
- En proporción, lo superaron. A mí me llamó la atención. Santa Fe fue una catástrofe más grande, más cercana y los medios la mantuvieron más tiempo. En Tartagal, en proporción, fue mayor la solidaridad y fue muy delicada la entrega de las cosas. Se sumó que hacía mucho que no pasaba nada, que reaccionó la clase media y el terror que sembraron los del Apocalipsis de que este año todo se iba al demonio; eso hizo que todo el mundo estuviera más sensible porque cree que puede volver a ser pobre. Creo que es una solidaridad que ancla en nuestra historia.
- ¿Cómo es eso?
- Quizá tenga que ver con lo que significó la inmigración, luchar desde la nada. Pero son conductas muy contradictorias... Está ese padre que junto con su familia llega a Tartagal, emocionado por lo que allí sucedió, y va cargado de ropa y alimentos... Y luego vuelve a sus casa a 180 kilómetros y sin cinturón de seguridad. Son como dos circuitos.
Se hace un silencio. El sol entrega la última claridad antes de que la noche inunde la ciudad. El cansancio se hace visible en la humanidad de Carr. La cerveza se termina y la charla va llegando a su final, mezclando ideas y datos. "Volvamos a filosofar -propone Carr-. Comparado con la Madre Teresa, Gandhi y Martín Luther King, somos todos un desastre. Si al tipo nunca le importó nada y es la primera vez que hace una donación, bueno, merece mi aplauso. El tipo fue un egoísta toda la vida pero un día dio un paso hacia el prójimo y lo aplaudo. Después de eso sería bueno que siguiera avanzando, dando más pasos hasta que se genere un empleo gracias a este señor y el comedor desaparezca. Como no somos la Madre Teresa, lo importante es que uno evolucione hacia la participación comunitaria. Todos tenemos que avanzar".
- ¿La contradicción en estado de resolución?
- Sí, y esa contradicción es humana. Además, los más humildes, los sectores medios y medios-altos, como se han quedado sin aquellos sueños, aquellos movimientos políticos o religiosos, definitivamente el poder les baja las letras y la compran toda completa.
- ¿El poder de los medios?
- El poder en general. Con los medios soy un agradecido. Pero el poder en general baja un montón de líneas, desde que tomes una cerveza u otra. Eso lo compramos completo salvo los sectores donde la educación o la religiosidad hizo pie. Si no hay un ideal religioso, ético, educativo, político, lo que sea ¿qué pasa? Le bajan línea y no hay defensa.
- ¿A qué le tiene miedo?
- Tengo miedo humano, natural, real. Cuando tenés hijos, tenés miedos nuevos. Pasa que fui educado de una manera tal que para vencer el miedo tenés que ponerte en movimiento, algo que a veces te sale y otras no. De hecho el burgués medio, que es la burguesía a la que pertenezco, se encierra a más, se guarda más, pone más rejas... En realidad tenés que ganar la calle, no le podés dejar el espacio al mal. Pero el sistema es al revés. Además hay mucho miedo súper fabricado. El año pasado iba a explotar todo en enero o febrero. No explotó. Después, en marzo o abril. Después iba a explotar el campo y tampoco explotó. Después iba a explotar a fin de año. Tampoco pasó. Los profetas decían que este año se caía todo. Bueno, no pasó. Los profetas del Apocalipsis, con sus intereses oscuros y tenebrosos, a mí me impresionan porque son poquísimos e influyen mucho. Generan un miedo que también compro.
- Bueno, dice Zygmunt Bauman, que los dioses de lo negativo son muy trabajadores...
- Sí. Son los que llamo los profetas del Apocalipsis. Me admiro cómo laburan los corruptos, el tiempo que le dedican, no duermen, están súper unidos y son una minoría. Son cuatro o cinco corruptos que están en cualquier ámbito, pero siempre son una minoría que te gana la tapa del diario porque llama mucho la atención. Pero un día como hoy, 10.500.000 chicos fueron a la escuela. Sus papás creyeron en la educación y una multitud de niños asistió a clase. Y 14 millones de argentinos se dirigieron a laburar honestamente. Y ocho millones de pobres, la mayoría, espera una oportunidad pacíficamente.
- ¿Qué quiere decir?
- Me impresiona que hay una multitud de argentinos que todos los días sostiene heroicamente el país mientras los dirigentes están en un marasmo que todavía perdura. No sólo los políticos, la dirigencia en general. Pero la gente, nuestro pueblo, hace lo que tiene que hacer admirablemente. Todos los días construyen la Argentina, es conmovedor. Eso sí, los cuatro corruptos se juntan y al contubernio de los buenos les cuesta muchísimo. A esa multitud le cuesta juntarse. Pero si se junta no la para nadie. Lástima que está fragmentada.
- ¿Nos unimos ante la tragedia?
- Sí, ahí nos va bárbaro. Pero sería distinto si todos tuvieran la conciencia de que cada tres horas se muere un desnutrido, cada cuatro horas un argentino se quita la vida porque está deprimido y cada tres días una mujer es asesinada por la violencia doméstica. Si uno entendiera que hay una tragedia permanente, la participación sería mucho mayor. Los pobres, los que esperan un trasplante, los que están desnutridos, los que están solos, los ancianos, a todos ellos nadie les hace la prensa ni las relaciones institucionales ni las relaciones públicas.
Nos dimos cuenta de que la característica de los postergados es su invisibilidad. Los sacamos del circuito y se hicieron invisibles. Ahora cuando los medios le dan visibilidad a una historia, la gente reacciona porque se da cuenta de que hay una catástrofe. Pero hace falta que alguien los haga visibles. Un millonario que espera un trasplante, si nadie lo hace visible, se muere aun millonario. Los postergados son invisibles en la vida cotidiana.
La utopía y el dolor
- Galeano dice que la utopía sirve para seguir caminando y no como una estación final. ¿Para qué le sirve la utopía a usted?
- La utopía empuja. Yo soy un derrotado permanente porque la realidad está muy dura. Pero festejamos triunfos. Teníamos gente que se iba a morir y ahora son voluntarios. Sí me pasa que cada tanto tenemos un éxito real, verdadero, con nombre y apellido. Y mejoró.
Hace dos mil años a los que estaban en un lugar como yo lo mandaban a buscar, lo tiraban a los leones y además querían que ganaran los leones. Y ahora, por lo menos, si a mí me pasa algo, alguien hará una marcha, por ejemplo.
- ¿Alguna vez lo tentó la política partidaria?
- La palabra tentación para mí es muy fuerte porque tengo tentaciones más banales y primitivas. Decir que no a la política partidaria no forma parte de una tentación porque no es un atractivo.
Por ejemplo, ahora que estoy tratando de bajar de peso es más complicado decirle que no a la tentación de tomarme un helado, eso me tienta y me cuesta. Si me decís de cruzar el río a nado, te digo que no. Todos los sectores me han ofrecido algo y me alegro porque es un reconocimiento, pero yo sé lo que es la vocación. Y ésa no es mi vocación. Reivindico a Massa, Michetti, Macalusse, todos son jóvenes.
Cierta culpa tengo en decir que no, pero yo, desde lo mío, hago. Me gustaría que la generación menor de 40 años vuelva a la política. Entonces digo que no con mucha delicadeza, porque mi vocación es que no. Pero la tragedia es, ¿quién nos va a gobernar en 15 años?
- Defiende la política entonces.
- Por supuesto, hasta la locura.
- ¿Cómo es su relación con el dolor?
- Tengo que estar lo más cerca necesario y lo más lejos posible. O sea, es un juego personal complejo porque a mí la sensibilidad me mata. Hago muchas cosas menos de las que quisiera, porque no resisto. Con mi terapeuta -que dejé y tendré que volver- aprendí que el dolor para mí es un norte, manda. El dolor es una escuela de mierda, pero es una escuela. El que sufre sabe más que nadie.
JUAN IGNACIO PEREYRA
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CARLOS TORRENGO
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