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Al igual que su antecesor George W. Bush, el presidente estadounidense Barack Obama se ha propuesto ser muy duro con los islamistas pero sumamente amable con los demás musulmanes que, da a entender, a su juicio comparten los mismos valores y quieren las mismas cosas que los norteamericanos y europeos. Mientras que Bush no se cansó de calificar al Islam de "una religión de paz" y acusar a los yihadistas de representar una versión pervertida de la fe auténtica, en su visita reciente a Turquía, Obama insistió en que su país "nunca estará en guerra con el Islam" y que la relación entre Occidente y el mundo musulmán debería basarse en el "respeto mutuo". También aseguró que el Islam, además de haber ayudado a hacer del mundo un lugar mejor, había contribuido a formar Estados Unidos, una afirmación que ocasionó cierta extrañeza entre los interesados en la historia de la superpotencia que hasta entonces no habían tomado en cuenta el hipotético aporte musulmán a su nacimiento y desarrollo. Es de suponer que Obama, como Bush, está tratando de aislar a los militantes islámicos del resto de sus correligionarios con la esperanza de que éstos lo ayuden a aplastarlos, pero es más que posible que sus intentos de congraciarse con "los moderados" resulten contraproducentes. Mientras que para los admiradores occidentales de Obama sus repetidas manifestaciones de humildad -en la reunión del G 20 en Londres hizo una reverencia ostentosa ante el rey de Arabia Saudita y en sus mensajes a los pueblos islámicos parece pedirles perdón por la conducta de sus compatriotas- reflejan una amplitud de miras elogiable, desde el punto de vista de muchos musulmanes son síntomas de debilidad. Fue por eso que el régimen iraní reaccionó con tanto desprecio a su intento de convencerlo de que en verdad es su amigo. Lejos de manifestarse dispuesto a frenar su programa nuclear, se mostró resuelto a impulsarlo con más vigor todavía, lo que alarmó al gobierno israelí que, advertido de que el aliado principal de su país está más interesado en acercarse a sus enemigos mortales que en seguir respaldándolo, está pesando el pro y el contra de un ataque preventivo a quienes quisieran "borrarlos de la faz de la Tierra". Merced a Obama, pues, se ha intensificado el peligro de que en cualquier momento estalle una guerra atroz en la región menos estable del planeta, una que tendría repercusiones terribles no sólo en Irak, Afganistán y Pakistán, sino también en Europa, donde viven más de veinte millones de musulmanes. A pesar de su propia trayectoria cosmopolita, Obama parece creer que los únicos protagonistas de la historia han sido los occidentales y que los demás pueblos, o sea, la mayor parte del género humano, han sido víctimas pasivas de sus atropellos. Se trata de una visión tan arrogante como la de los imperialistas y colonialistas de otros tiempos por descansar en la convicción íntima de que, con la excepción de los chinos y, huelga decirlo, los japoneses, los no occidentales son "buenos salvajes" inocentes cuyas eventuales deficiencias, si las hay, se deben por completo a la intervención ajena. He aquí una razón por la que los defensores de los derechos humanos occidentales no se sienten indignados por la brutalidad extrema de tantos regímenes musulmanes, y los feministas son indiferentes ante el hecho de que sus "hermanas" sean tratadas como esclavas o, a lo mejor, como ciudadanas de segunda clase. Aunque los políticos e intelectuales de América y Europa hablan con frecuencia de la importancia del "respeto mutuo", lo que realmente quieren decir es que los occidentales deberían respetar cuanto hacen los musulmanes sin pensar jamás en exigirles un mínimo de reciprocidad. Mientras que los gobiernos de los países islámicos, encabezados por el saudita, protestan con furia si según ellos sus correligionarios no pueden practicar sus ritos en otras partes del mundo, ni los europeos ni los norteamericanos soñarían con reclamar que se permita la construcción de iglesias y sinagogas en ciudades de mayoría musulmana, incluyendo, por supuesto a la Meca. Ni siquiera se animan a hacer uso de su poder económico y, si resulta necesario, militar para defender a los judíos y cristianos que son blancos de una brutal campaña sistemática de "limpieza religiosa" en virtualmente todas partes del Gran Medio Oriente, en especial en países con gobiernos supuestamente pro-occidentales como Egipto y Pakistán. Puede que sólo una pequeña minoría de musulmanes esté preparada para cometer atrocidades terroristas en nombre de su culto, pero conforme a todas las encuestas de opinión que se han realizado, una proporción sustancial las cree justificadas con tal de que las víctimas sean judíos, cristianos, hindúes, budistas o ateos. Asimismo, parecería que una mayoría quiere que la desalmada ley islámica rija en todas partes, aspiración ésta que ha llevado a un sinfín de conflictos en Europa y América del Norte por ser cuestión de un código legal incompatible con el respeto por los derechos humanos. Y como si esto ya no fuera más que suficiente, los gobiernos musulmanes, de los que muchos son directamente responsables de producir y difundir propaganda anti-judía que es virtualmente idéntica a la de los nazis más fanatizados, están procurando forzar a Naciones Unidos a cohonestar la censura de todos aquellos que hablen mal o escriban en contra de las prácticas musulmanas. Al estimular la idea de que el Occidente es culpable de todos los desastres que afligen al mundo musulmán y que por lo tanto tiene que postrarse ante él y suplicarle perdón, Obama y otros dirigentes no están contribuyendo a tranquilizar a los pueblos del Medio Oriente. Tampoco están debilitando a los yihadistas. Por el contrario, están ayudando a los militantes al darles más motivos para creer que el Occidente, desmoralizado e inseguro de sí mismo, está batiéndose en retirada frente al Islam, de suerte que les convendría redoblar sus ataques. Desde que el mundo es mundo, el "respeto", sea mutuo o unilateral, depende en buena medida de la capacidad y voluntad de defender los intereses propios. Que el Occidente posea la capacidad para defender los suyos, y aquellos de las minorías que se sienten identificadas con él, no está en duda, pero lo que no tiene en absoluto es la voluntad de aprovechar sus muchas ventajas, razón por la que parece inevitable que el conflicto con el Islam marque con fuego la historia del siglo XXI tal y como lo hicieron los enfrentamientos entre las democracias liberales y las dictaduras fascistas y comunistas en el siglo XX. JAMES NEILSON
JAMES NEILSON |
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