Martes 07 de Abril de 2009 Edicion impresa pag. 20 > Opinion
Doctrina Samaja

Juan Alfonso Samaja (1941-2007), talentoso epistemólogo argentino, admirado e igualmente inadvertido, solía decir que el marco de experiencias posibles (búsqueda del conocimiento) -en Argentina- es demasiado amplio y en consecuencia superficial. A diferencia de lo que ocurre en otros países, donde los recursos son concentrados en cuestiones que interesan a la sociedad, con lo cual las investigaciones tienen chance de lograr resultados profundos.

La "tierra", ese componente económico ignorado por el poder, sigue presente, aunque débil. Tiene ese extraño vínculo con la humanidad: ampara la profundidad cultural de quienes la trabajan y -al mismo tiempo- sufre simplificaciones pronunciadas desde atriles políticos vaciados de certezas. Durante el Paleolítico inferior, hace un millón de años, el planeta tenía sólo 125.000 habitantes, todos en el continente africano. En el Paleolítico medio, trescientos millones de años atrás, había un millón de habitantes dispersos en África, Europa y Asia. Hasta aquí los hábitos eran típicos de cazadores recolectores y el concepto dominante tenía que ver con la territorialidad, la cual era defendida con uñas y dientes. Poco antes de comenzar el Neolítico (sólo hace unos diez mil años) la población estimada era de cinco millones de personas, América incluida. Fue el momento de la gran revolución agrícola. Iniciada en el Oriente Próximo y extendida por el Nilo y más tarde en la Europa meridional instaló hábitos novedosos: el cultivo, los excedentes, el comercio, la propiedad y la familia monogámica. Pero lo más significativo fue el origen de la sustentabilidad, es decir la preservación del recurso suelo. Esta etapa duró hasta mediados del siglo XVIII, cuando explotó la Revolución Industrial y se modificó sustancialmente el paisaje social. De allí en más todo fue acelerado: urbanización y promiscuidad; efluentes industriales y contaminaciones; desarrollo económico e inequidad pero, por sobre todas las cuestiones, el crecimiento demográfico. En efecto la curva estadística, que hasta ese entonces requería un milenio para su duplicación, comenzó a extrapolarse a partir de 1750. Para ese entonces había 1.000 millones de habitantes y en el 1900 la cifra ascendió a 1.600 millones. Seis décadas más tarde, en pleno apogeo de Lennon y McCartney, trepó a los 3.000 millones y, actualmente, cuando el Wi FI domina la sociedad de consumo, la población toca los siete mil millones de almas.

El mosquito Aedes aegypti es un mal bicho. Es vector de la malaria y el dengue. Llamativamente ambas patologías habían sido controladas a partir de los años ´40. Cincuenta años más, el regreso de estas enfermedades es fatal y todo se debe a que se dejó de utilizar el DDT como insecticida y los sustitutos modernos resultaron más caros y menos efectivos. Por si fueran pocos el hambre, la pobreza y la marginalidad, están celebrando el peor himno -el fúnebre- en un mundo con dificultades crecientes y posibilidades agotadas para media humanidad. El paradigma se observa en los refugiados africanos. Ellos no son una cuestión difusa, tienen la identidad de una huida generada por su demografía y la disminución de la capacidad productiva de alimentos. África es el continente que registra el mayor crecimiento humano; su población pasó de 220 millones en 1950 a 813 en el 2001. Se estima que para e 2025 llegará a 1.600 millones. Más allá de los conflictos étnicos y las luchas tribales por el espacio vital, en el África subsahariana aparece el fenómeno de la desertificación, producto de la deforestación (única matriz energética), sobrecarga ganadera y pérdida de productividad del suelo. Los expertos sostienen que esta región es la de mayor peligro de todo el mundo ya que genera desestabilidad biológica, cultural y social. En estas condiciones el éxodo se perfila como chance para sobrevivir. Sin embargo la soja es una alternativa. Esta oleaginosa y otros granos gruesos y finos pueden ayudar en el combate contra las hambrunas. En la actualidad, aunque posean su lado oscuro, la siembra directa y las semillas transgénicas forman parte del paquete tecnológico disponible que puede incrementar la producción y productividad. Porque todo aquello que modifica la realidad, de una u otra manera se transforma en artilugio. Es decir genera un efecto diferente del de la situación original. En otras palabras: un evento artificial. La mayoría de las decisiones humanas tiene un costo, aun cuando los objetivos sean altruistas. El precio a pagar en ocasiones es alto; otras veces se presenta de tal manera que lo ineludible se conjuga con la necesidad, aunque los daños justifiquen los circuitos del corto plazo. En ambos ejemplos (DDT y soja) existen colaterales no deseados que pueden alimentar el pasivo ambiental. No obstante son capaces de frenar epidemias y disminuir el hambre y la pobreza. Y si se suspende su uso, se vuelven con mucha virulencia contra los más débiles y vulnerables. Es todo un dilema y no se resuelve invocando alegatos o ideologías, pues en todos lados (EE. UU., Siberia, China, Mongolia, Ucrania, entre otros sitios), el ambiente fue agraviado sin ningún tipo de escrúpulos. Tampoco se arregla tomando decisiones por fuera de la política basada en evidencias. Mucho menos encasillando mitos en función del maquillaje gubernamental. El tema "tierra" es muy delicado, porque enfoques acotados por premuras (políticas, económicas y sociales) pueden derivar en calamidades de tipo irreversible. Para optimizar y -a su vez- conservar el recurso hace falta desarrollo científico, el cual es caro. A su vez quienes gobiernan son responsables de la perpetuidad de los valores ecológicos, por lo cual deben planificar con exquisita prudencia el uso racional de los mismos. Para eso están.

La Argentina produce alimentos para 400 millones de habitantes, con un potencial abierto en materia de incrementos. Con tan solo el 10% de retenciones se podría cubrir en forma gratuita toda la demanda alimenticia nacional. Con otro 5% se podría investigar la mitigación de los daños anexos a los procesos productivos. Además se estaría en condiciones de programar y regular las evoluciones agro-silvo-pastoriles de toda la geografía pampeana y no pampeana. El tema de fondo es que los políticos no alcanzan a comprender el significado de la "tierra" como factor de la producción. Prefieren repetir enunciados dogmáticos y postergar la doctrina Samaja, esa que advierte sobre la dispersión de los recursos dedicados a la inversión científica.

Un axioma es una definición política, previamente formulada, que adquiere legitimidad cuando accede a la administración de planes, programas y proyectos en forma lícita y democrática. Su formulación exige estudios serios para precisar la necesaria tecnología de gestión, hoy ausente por estos pagos. Por ejemplo, en el paraíso de las materias primas existen capítulos enteros sin validación. Son temas pendientes, entre otros, la evaluación de las economías de escala y las pautas para ordenar las aptitudes productivas por cuencas. Del mismo modo no se exploran incentivos, promociones y sanciones. No está claro el rol de la tecnología y los beneficios de la conservación. Faltan herramientas sólidas para instalar indicadores verosímiles y profundizar la vigilancia y control, especialmente el sanitario y contextual. Son escasas las consignas para promover integraciones horizontales y verticales.

Mientras los gobernantes alucinan ignorando ventajas comparativas, un mundo superpoblado clama por calorías, lo cual es la peor de las bofetadas a la inteligencia humana. El desafío se llama conocimiento útil, apropiado, evaluable y aceptable. Simplemente porque la realidad argentina no debe eludir la responsabilidad de la "tierra". Ni más ni menos, de eso se trata: desplegar todo el potencial científico, técnico y ético para garantizar el pan de la humanidad.

 

ANDRÉS J. KACZORKIEWICZ (*)

Especial para "Río negro"

(*) Director del Instituto Patagónico de Investigaciones Productivas.

dr-k@speedy.com.ar

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