Los sepelios de Raúl Alfonsín y de Juan Perón registran varios puntos comunes, pero también tuvieron grandes diferencias como hechos históricos de cada época. En los dos hubo una presencia de miles de personas que concurrieron a homenajearlos y a llorar delante de su féretro; ambos fueron amados y odiados, aunque con distinta intensidad; los dos fueron despedidos en días lluviosos y, sobre todo, dejaron huellas en el rumbo de la historia política. Sin embargo, sus muertes y sus entierros provocaron consecuencias muy distintas.
Al morir el 31 de marzo, a los 82 años, Alfonsín estaba en el final de su carrera política y retirado de la actividad pública. Hacía décadas que había protagonizado lo más importante de su aporte a la historia: liderar la restauración de la democracia, implantar las libertades públicas y condenar a los dictadores. Tras un gobierno con suerte esquiva, volvió al llano, desde donde peleó con éxito el regreso de su partido al poder en 1999. Pero debió ver, con estupor, que otro radical anticipaba el retiro del gobierno, desbordado nuevamente por los problemas.
Sin embargo, la multitud que cubrió el jueves último su entierro no habló de su gestión de gobierno, sino de la imagen de político de diálogo, de debate y de una honestidad sorprendente para estos tiempos.
En cambio, las circunstancias de Perón el 1 de julio de 1974 fueron diametralmente distintas y su muerte provocó un drástico cambio en el destino del gobierno y el humor de la población.
A diferencia de Alfonsín, Perón estaba en el ejercicio de la Presidencia, a la que había llegado con el voto del 62% de los argentinos. Había regresado al país con la ilusión de no hacerse cargo del Ejecutivo, para dedicarse, a los casi 80 años, a tareas menos agobiantes. Pero el propio peronismo no lo ayudó: fracturado en una disputa interna interminable, que se resolvía a los tiros, el propio partido de gobierno se convirtió en un problema en vez de una solución y en fuente de las nuevas desestabilizaciones.
Perón había encarnado la ilusión del comienzo de una nueva era para casi la mitad de la población que se sintió prohibida cuando su nombre estuvo proscripto de las candidaturas durante 18 años. Por eso su regreso había representado la reaparición de una gran esperanza para ellos y en sus ocho meses de gobierno había comenzado a reordenar el caos de los desencuentros. El Primero de Mayo de 1974 enfrentó el desafío que le propinó la JP cuando cantó en su cara: "¿Qué pasa, general, que está lleno de gorilas el gobierno nacional?". Y él les respondió con los inapelables calificativos de "estúpidos, imberbes", que marcó la ruptura definitiva con las fuerzas que cuestionaban su liderazgo.
La muerte de Perón fue un hecho que se esperaba, pero no tan pronto.Marcó el comienzo del fin del proyecto que traía de su exilio europeo. Se hizo cargo del gobierno, su vicepresidente y esposa, María Estela Martínez y muy pronto sobrevino la debacle. En 15 meses, los problemas que no se habían solucionado, se agigantaron, y el 24 de marzo de 1976, cuando las fuerzas militares dieron el golpe que inauguró la peor de las dictaduras militares de la historia, ya nadie recordaba el 62% de los votos de dos años antes. (DyN)