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LA PEÑA: El mar imaginario | ||
No tiene mucho que ver con el folclore, o nada que ver con el folclore, pero sí forma parte de las imágenes que en este país son moneda corriente y uno a veces mira muy por arriba. Somos uno multiplicado por millones que hacemos la vista gorda y nos limitamos a decir qué barbaridad esto, qué barbaridad aquello, qué mal eso o qué terrible lo otro. Nos quedamos en esto. Y no sé por qué, a título de qué, pero quiero contarles sobre una imagen que vi, una imagen que resultó pasajera, pero no por eso menos importante, una imagen que si hubiera tenido cámara a mano y hubiera sacado una buena foto, podría haber sido motivo de premio. Pero claro, desnuda esa Argentina que no siempre vemos con atención y que está. Viajaba al norte del país este verano y en el límite casi entre Córdoba y Catamarca, había llovido bastante, cosa poco frecuente en ese lugar donde sólo hay tierra y más tierra, aridez y aridez interminable, esa que no se termina nunca, que de pronto a la distancia se convierte en agua imaginaria. Así recorrí varios kilómetros y empecé a ver agua a ambos lados de la ruta, se notaba que había llovido bastante porque el asfalto tenía todavía pequeños charquitos. De pronto, al llegar a un lugar llamado Casa de Piedra, que bien podría llamarse casa de adobe porque es el único material con que construyen, y donde el poblado se resume en un puñado de niños y mayores, me encontré con el pueblo rodeado por grandes lagunas y la ruta como una especie de pasarela entre ambas lagunas. A uno de los costados, cuatro o cinco niños bañándose en lagunas de barro y dos o tres más haciendo que una gran cámara de una rueda de un camión, los hiciera flotar y navegar por un mar que tal vez nunca conozcan. Y al paso de los vehículos el saludo sonriente de quienes gracias a una lluvia casual, tuvieron por unas horas un mar o un río imaginario que jamás ven por esos lares. Me quedé impactado porque tal vez el relato no genere las emociones que generó verlos ahí disfrutando de agua sucia, pero agua al fin, agua de lluvia donde nunca llueve, agua donde nunca sobra. Con poco los vi felices, mire con qué poco, porque sólo una lluvia y mucha imaginación alcanzaron para convertir su pequeño mundo en un mar interminable. Da tristeza y da placer ver esta Argentina que se muestra, siempre se muestra tal cual es, porque en las rutas no hay discursos, en las rutas no hay más imágenes que las mismas que tiene cada pueblo, cada rincón de este país. Y tal vez uno los mida por sus grados de sensibilidad, pero impactan los chicos que disfrutan del agua chocolate, impactan los vendedores de miel al costado de las rutas, impactan los que cantan en las peatonales por unas monedas. Las rutas argentinas muestran estas imágenes, camioneros solidarios que viven sobre el asfalto, y pueblos que invitan a conocerlos con toda la modestia del mundo. Imaginé que los chicos del agua chocolate son como los chicos que hacen de los canales de riego su mejor balneario o de los que se bañan en un canal e imaginan el mar. No tiene que ver con el folclore, simplemente tiene que ver con esas postales que el país muestra, a veces sin querer y más allá de los gobiernos. Y me pregunté qué hace la gente en Casa de Piedra en Catamarca, de qué viven. Viven de la cría de ganado menor y no más que eso, pero no están dispuestos a irse porque cualquier otro pueblo ofrecería además de más oportunidades, más hostilidad, porque cualquier pueblo no tendría esta imagen de día de lluvia que tuve el privilegio de ver, aunque duela. Esta es la Argentina que se ve fácilmente.
JORGE VERGARA | ||
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