Alguna vez, desde esta misma columna, nos referimos al "síndrome Amity" como aquel fenómeno que sobreviene en los destinos turísticos, cuando ciertos sectores creen que es mejor barrer bajo la alfombra los asuntos domésticos desagradables, antes que ponerlos en evidencia so pena de espantar a los turistas. Pues bien, vale la pena volver sobre aquella idea pero con otros matices.
Amity es el nombre que Peter Benchley da a la ciudad en la que se desarrolla la trama de su novela más recordada: "Tiburón", luego convertida en exitoso filme por Spielberg.
La plana mayor de las autoridades de Amity, con el alcalde a la cabeza, no quería saber nada con la idea de que un tiburón descomunal anduviera dando vuelta por sus soleadas costas. Las evidencias así lo indicaban, pero era mejor ignorar el asunto a las puertas de la temporada estival. Desde luego, el tiburón se comió a buena parte de los personajes.
Nuestro "tiburón", por estos días, es el delito. Pero en esta ocasión es la propia intendente de San Martín de los Andes la que está embarcada en el "Orca", para cazar al monstruo.
Por convicción o por imperio de las circunstancias, lo mismo da y no hace diferencia, Luz Sapag está empeñada en diseñar un plan integral de seguridad, y hasta se ha permitido retar públicamente a un ministro, porque cree que las definiciones provinciales se han demorado más de lo tolerable.
Pero la enjundia de la jefa municipal no es del todo compartida en ciertos pliegues de su gobierno, del Concejo Deliberante y en sectores del empresariado. Naturalmente, nadie dice que del tiburón no hay que hablar, pero se prefiere una dosis de ambigüedad.
Algo así se dejó entrever, cuando cientos de vecinos angustiados reclamaron declarar la emergencia en seguridad. "No nos asumamos desbordados por el delito, porque los turistas van a pasar de largo", reflexiona más de uno. Lo curioso es que algo de razón tienen.
La cantidad de casos delictivos relevados no acusa un incremento interanual significativo en esta ciudad. El criminólogo Claudio Stampalija dijo, el pasado año aquí, que no se podía hablar de un problema serio de delincuencia, conforme el número de denuncias recogidas en relación con la cantidad de habitantes.
Es cierto que por miedo o para evitarse engorros si no es un delito grave, mucha gente prefiere no denunciar. Pero ese no es un fenómeno exclusivo de los sanmartinenses, por lo que no vale usarlo como excusa.
Lo que sí parece sustantivo es que los delitos son cada vez más violentos. Los robos con armas son cada vez más frecuentes en San Martín de los Andes, y ese dato asusta por sí solo. Ergo, puede que haya menos denuncias o incluso menos delitos, pero eso no significa que haya menos crimen, en el sentido de los efectos que el fenómeno provoca en los ciudadanos.
Esa percepción no es producto de la eventual fantasía amarillista de los medios. Más bien se trata de un cambio de sensaciones, que se experimenta por la intensidad antes que por la cantidad. Como fuere, sería un verdadero desatino tratar de bajarle el tono al asunto. Pequeño o grande, un tiburón hambriento no es cosa para tomar a la ligera.
FERNANDO BRAVO
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