El dilema de Estados Unidos ha sido siempre el mismo: frugalidad versus gastos. Ambos conceptos parecen virtudes para los estadounidenses. El primero, corresponde a una mentalidad aldeana, con valores tradicionales. El segundo, a nivel institucional, convirtió a Estados Unidos en un gigante de la economía, y a nivel personal, lo transformó en un país de deudores que tienen toda clase de juguetes imposibles de pagar.
De todas maneras, el economista John Maynard Keynes enunció hace ya algunas décadas: ``el motor que impulsa la empresa no es la frugalidad sino las ganancias´´. Cuando ocurren malas cosas en Estados Unidos, el instinto es ponerse a ahorrar.
Y es por eso que luego de los ataques terroristas del 11 de setiembre, el entonces presidente George W. Bush urgió a sus compatriotas a salir y a ir de compras. Aunque eso sonaba absurdo, el mensaje era muy sólido: Si ustedes abandonan la economía, la economía los abandonará a ustedes.
De todas maneras, están comenzando a emerger señales de que tras varios meses de la peor crisis económica experimentada por todos los habitantes de Estados Unidos menores de 70 años, la necesidad de ahorrar ha comenzado a hacerse sentir.
La compra de objetos suntuarios bajó un 19,2% en febrero, en relación a hace un año, según el Consejo Internacional de Centros Comerciales.
Y una encuesta AP/GfK de febrero indicó que un 65% de los entrevistados temían no estar en condiciones de pagar sus cuentas. Parece comenzar a emerger una mentalidad distinta en los estadounidenses. (AP)