Sábado 04 de Abril de 2009 18 > Carta de Lectores
Luces apagadas

Para los activistas de Gualeguaychú, no cabe duda alguna de que la planta que la empresa finlandesa Botnia ha instalado en Uruguay constituye una fuente monstruosa de contaminación ambiental, razón por la que rechazan con indignación todos aquellos informes técnicos que dicen que en realidad es un dechado de limpieza. Su postura se asemeja a la de los convencidos de que el mundo está calentándose a una velocidad sin precedentes debido al impacto de la industria y que por lo tanto hay que modificar radicalmente nuestro estilo de vida antes de que sea demasiado tarde. Según las mediciones que se han efectuado, en los años últimos la temperatura promedio ha bajado, en América del Norte y gran parte de Asia el invierno pasado fue el más frío en décadas, pero tales detalles no han debilitado la fe de muchas personas en la noción de que el género humano se haya rebelado contra la madre naturaleza y que a menos que se arrepienta pronto se verá castigado con un sinfín de calamidades. Entre éstas ocupa un lugar destacado el eventual desborde de los océanos que, nos advierten, continuarán subiendo con consecuencias terribles para docenas de grandes metrópolis. A juicio de varios expertos en la materia, el peligro de que esto ocurra es virtualmente nulo porque el nivel de los mares no se ha modificado desde hace medio siglo, pero es tan atractivo suponer lo contrario que tendrían que suministrar mucho más que datos concretos para persuadir a los comprometidos con el calentamiento global que sus temores son irracionales.

Con el propósito de subrayar la preocupación que sienten, los "calentistas" -como los llaman los reacios a dejarse impresionar por sus predicciones apocalípticas- acaban de celebrar una especie de manifestación mundial apagando la luz durante una hora, una iniciativa a la que adhirieron las autoridades de centenares de ciudades diseminadas por el planeta, incluyendo la Capital Federal, Rosario y La Plata. Con todo, para decepción de los entusiastas, la mayoría prefirió seguir mirando la televisión a hacer un aporte personal a la lucha contra el espectro del cambio climático. En opinión de los activistas, la negativa a participar de la protesta contra el rumbo emprendido por el mundo debería atribuirse a la irresponsabilidad que a su juicio es típica del ciudadano común, pero ocurre que en esta ocasión como en muchas otras "la gente" hacía gala de un grado de sensatez superior al manifestado por los resueltos a manipularla.

Aun cuando fuera verdad que la temperatura mundial está subiendo a un ritmo alarmante, esto no necesariamente querría decir que las actividades humanas hayan provocado el fenómeno, ni que la mejor forma de enfrentar las consecuencias consistiera en prescindir de beneficios provistos por el progreso económico tales como la electricidad.

Por motivos comprensibles, los chinos e indios no están dispuestos a frenar su desarrollo para complacer a los cada vez más numerosos "calentistas" occidentales. Después de todo, tanto sus compatriotas como los demás pobres tienen pleno derecho a acceder a las mismas comodidades materiales de las que disfrutan los habitantes de los países relativamente ricos. Huelga decir que sin la colaboración de los dos gigantes asiáticos serían inútiles los esfuerzos occidentales por reducir las emisiones carbónicas que, según los activistas, están causando los cambios climáticos que tanto los alarman. Y puesto que el mundo industrial se ha precipitado en una recesión que amenaza con agravarse, no es demasiado probable que los gobiernos de Estados Unidos, la Unión Europea y el Japón acepten invertir muchos billones de dólares en medidas que acaso no tengan efecto alguno sobre el clima. Aunque el presidente norteamericano Barack Obama respalda la campaña "verde" para minimizar la contaminación ambiental que supuestamente está arruinando el clima global y por lo tanto quiere obligar a las automotrices en bancarrota a construir vehículos ecológicos, además de transformar drásticamente el sistema energético de su país, los costos de lo que parece tener en mente serían colosales mientras que los resultados concretos serían con toda probabilidad magros. No sorprendería, pues, que Obama optara por distanciarse de un movimiento que, de triunfar, condenaría a buena parte de la población mundial a la indigencia permanente.

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