Científicos eminentes se han manifestado en los últimos tiempos con igual preocupación sobre probables catástrofes de la humanidad en este siglo XXI y compartiendo ideas sobre una salida posible. A Stephen Hawking, físico y cosmólogo, le preocupa fuertemente el crecimiento de la población mundial y así, hablando sobre el futuro, ha dicho que el género humano "no verá el amanecer del cuarto milenio si no está capacitado para colonizar el espacio". Por su parte Martin Rees, astrónomo inglés, ante riesgos como el de "Bioerror" (por ejemplo accidentes en experimentos científicos) y el de "Bioterror" (atentados biotecnológicos de terroristas) señaló que las probabilidades de que nuestra civilización sobreviva al fin del siglo actual no son mayores del 50%. Una de las opciones que presenta como remedio a tan pesimista visión es coincidente con la de Hawking: la emigración de parte de la humanidad al espacio. Dado, sostiene, que los prospectos de la vida inteligente a largo plazo pueden depender de nosotros y en este siglo, un remedio "con máximas chances de éxito y mínimo costo" consiste en la emigración de grupos humanos, una colonización en el sistema solar.

Ésta es una propuesta que parece de ciencia-ficción y a la que no le faltan antecedentes en la literatura popular. La han suscripto, recordemos, grandes maestros como Arthur C. Clarke y Ray Bradbury. Respecto de Clarke, recordamos que en un artículo suyo denunciaba al "complejo militar-industrial" de su país y proponía como sustituto de la guerra, seguro de nuestra necesidad irrefrenable de excitación, aventura y nuevas fronteras, una magna empresa de exploración y la colonización del espacio. Muchos -decía- y algunos de los más premiosos de nuestros futuros problemas pueden ser salvados mudando nuestro domicilio a las estrellas. Bradbury, a su turno, fue un adelantado entre los que históricamente se pronunciaron por un porvenir de ese tipo. Cuando cumplió los ochenta años expresó sus urgencias a una periodista diciendo cosas como "nuestro destino no es quedar aquí", "tenemos que ir a otros planetas", deberíamos preparar el aterrizaje en Marte y podríamos empezar mañana mismo". Y -last but not least- Freeman Dyson, físico famoso y escritor admirable, piensa que en los próximos cincuenta años tendremos una era de misiones automáticas baratas y luego otra de misiones tripuladas económicamente viables. Escribe en un libro de 1999: "Probablemente tomará alrededor de cien años desarrollar las tecnologías que habilitarán a números significativos de exploradores humanos transitar los cielos a un precio que los ciudadanos de la Tierra estén de acuerdo en pagar".

Un personaje insólito

No hace mucho tuvimos que ingresar varios nombres de húngaros a la larga nómina de celebridades mundiales de origen magiar que figuran en los libros académicos. A los de Szilard, Teller y Wigner (los de la Bomba), Béla Bartok (el de la música), John von Neumann (el de la matemática), tuvimos que agregarles, entre otros, el de George Soros (el de las finanzas) y, finalmente, el de Charles Simonyi, el de la informática. El nombre de este personaje nos apareció primero en el prólogo de un libro de Richard Dawkins en el que éste agradecía a ese multimillonario de la Microsoft la generosa dotación de una cátedra permanente en la Universidad de Oxford, consagrada a la difusión pública de la ciencia (la que se llama "Charles Simonyi Professorship for the Understanding of Science"). Dawkins, biólogo evolucionista y primer encargado de la cátedra, destacaba en ese libro suyo de 1995 ("Destejiendo el arco iris") algo importante. Decía: "La informática está impulsando un nuevo Renacimiento, y algunos de sus genios creativos son a la vez mecenas y renacentistas por derecho propio". Tiempo después recibimos la noticia de otro mecenazgo del húngaro relacionado con la investigación científica: financiaba una cátedra de Física Teórica en el Institute for Advanced Study de la Universidad de Princeton y anunciaba la creación de una fundación para el desarrollo de la ciencia. Por último, este hombre de múltiples inquietudes se nos apareció como aventurero espacial embarcándose en abril del 2007, previo pago de un boleto de 25 millones de dólares a la sociedad Space Adventures en la nave Soyuz que realiza el servicio, algo que acabamos de ver reactualizado en estos días con el anuncio de un segundo vuelo orbital suyo por el que pagó 35 millones. Se embarcó el 26 de marzo, tiene retorno fijado para el 6 de abril y, según se explica, en el transcurso del viaje realizará una serie de experimentos cuya índole ignoramos.

La información periodística sobre esto último da cuenta de algunos rasgos biográficos del personaje. Nació en Budapest en 1948 y, en plena adolescencia, se apasionó por la cosmonáutica en cursos que realizó en la Unión Soviética. (Algo que nos recuerda el deslumbramiento por el espacio del joven Robert Goddard, "el padre de la rocketería Americana" quien, leyendo "Viaje a la Luna" de Julio Verne, sintió que "su existencia cobraba al fin un propósito"). Simonyi emigró a Estados Unidos a los 18 años, se doctoró en Stanford, ingresó en Microsoft en 1981 y allí desarrolló los sistemas Excel y Word, convirtiéndose en multimillonario. Lo que tiene en vista ahora, según ha manifestado, se relaciona con sus ideas sobre "la conquista del espacio". Declaró antes de embarcarse en Kazajistán dos objetivos: "Siento que mi esfuerzo ayuda a abrir la frontera del cosmos a los privados y espero que la misión inspire a los jóvenes de todo el mundo a hacerse científicos o ingenieros, comprometiéndose en una misión trascendente para la humanidad".

Seguramente las espectaculares audacias de este hombre -agreguemos que su riquísimo amigo y ex socio Bill Gates ha manifestado ahora intención de embarcarse él también en una futura experiencia similar- serán leídas por algunos como propaganda turística de alto vuelo y grandes negocios en expectativa. Pero quizá corresponda apreciarlas -vista su trayectoria y sus elocuentes contribuciones a la ciencia- como muestras del sueño de un enamorado del cielo, de un uranófilo.

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Doctor en Filosofía