Con la declaración indagatoria que dio en la causa Temux el 26 de febrero la contadora pública Adriana Velasco, situada hoy en la cúspide gerencial del Banco de la Provincia del Neuquén, cumplió con un acto del proceso penal en el que se debe enfrentar la imputación de un delito. Pero exhibió a la vez, con absoluta ligereza y cierta carencia de autoestima, una ideación discursiva desesperada tendiente a eludir responsabilidades manifiestas.

El fiscal Pablo Vignaroli acusó a Velasco, en el requerimiento de instrucción elevado al juez Marcelo Muñoz, de haber violado normas del Banco Central en compañía de Juan Pablo Bugner, Osvaldo López Rodiño, Horacio Trabanco y Carlos Maidub. Fue así porque el 23 de diciembre de 2004, cuando era subgerente de Contaduría y Finanzas, autorizó "una operación de crédito encubierta" bajo el nombre de alquiler de letras Lebacs a favor de Santa Elena Bursátil (una empresa del grupo Temux), por 6.800.000 pesos.

La acusación advierte que la garantía de esa operación fue insuficiente y que se trató de "una maniobra que tuvo por finalidad otorgar en forma encubierta un crédito a la empresa Temux SA". El préstamo tuvo por objeto ayudar a Temux a cubrir su descubierto en cuenta corriente, que a la sazón superaba los nueve millones de pesos. Mediante esa maniobra se permitió que siguiera operando con su cuenta corriente, y así elevar el monto de la defraudación a 23.458.000 pesos según el Banco Central, y a 29.179.000 pesos según los peritos contables oficiales.

Ésta y otra operación similar, que fue la participación en el fideicomiso CEPA con cinco millones de pesos, fueron aprobadas por el entonces gobernador Jorge Sobisch quien, no obstante, no ha figurado entre los imputados y testigos convocados por Muñoz.

La respuesta de Velasco es lo más parecido a una huida -para escapar a sus responsabilidades- que se pueda imaginar. Con el fervor de quien sufre un ataque injusto alega su inocencia, responsabiliza a otros, dice que su autorización era innecesaria pero, en un final dramático, admite aquello de lo que, tras un extenso parlamento, trata de escapar: ella también firmó.

A pesar de que, por el sistema Bantotal cuya instalación ella supervisó, podía conocer los movimientos de todas las cuentas, Velasco dijo que sabía que Temux era cliente, pero no más. O sea que desconocía su situación crediticia. De las empresas Santa Elena Bursátil y Cooperativa Santa Elena, ambas clientes y controladas por Temux, sabía poco y nada.

Pero sabía, en cambio, del "alquiler" de los Lebacs, porque se lo contó Bugner, quien, sin embargo, no le dijo cómo era que Temux había llegado a un descubierto de nueve millones de pesos. Y sabía también que esa operación era "atípica". O sea que, puede uno inferir, las operaciones del banco se dividen en típicas y atípicas. Las primeras son para la mayoría de los clientes, y las otras para los clientes "aliados estratégicos" (según la definición de Bugner).

"Por el volumen escapa a mi imaginación", contestó Velasco, preguntada sobre las fallas que habían abierto el camino al fraude. Pero no hace falta una imaginación fértil para advertir, así se trate de un fraude voluminoso, que sólo puede producirse una falla de esas cuando los funcionarios no cumplen con su deber, por negligencia o porque son cómplices.

Cuando le preguntan si podría haberse negado a firmar la operación de los Lebacs se va por la tangente. En lugar de contestar por sí o por no, responde que "la operación estaba acordada y aprobada" y que "las personas que intervinieron antes y después tenían facultades". Ella sólo hizo "el pase", aunque pudo no haberlo hecho porque "la operación se hubiera llevado a cabo igual".

Los argumentos a los que apela la indagada para justificar lo que no tiene justificación rozan, en ocasiones, el ridículo. Por ejemplo: cuando el juez alude a que tuvo el cargo de responsable suplente de operaciones cambiarias, ella debe defenderse de algún modo porque mientras se desempeñó en esa función, hasta marzo del 2005, se produjo otro fraude de Temux al cobrar por adelantado el valor de una exportación sin que existieran constancias de que ese dinero había sido depositado por el importador. Ella contesta que no recuerda haber sido designada en ese cargo pero inmediatamente después, cuando se le exhibe una esquela aportada a la causa por el diputado Ariel Kogan, acude a una explicación infantil (de los motivos por los cuales no investigó esa operación), diciendo que "en el lapso temporal en que se desarrollaron los hechos nunca pudo llegar físicamente desde Neuquén a Buenos Aires". Es comprensible: por esa misma razón -la distancia física- Pueyrredón no pudo controlar lo que gastaba San Martín en El Plumerillo.

La actual gerente general del BPN se niega a reconocer como suya una firma que se le exhibe, pero finalmente reconoce que firmó. Sólo tuvo media hora para enterarse de lo que firmaba, porque Bugner le dijo que "era necesario concretarlo en ese momento, ese día".

Quiso significar que eso fue lo que en términos comunes se denomina "una apretada".

JORGE GADANO

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