Viernes 03 de Abril de 2009 18 > Carta de Lectores
Interna peronista

Aunque la UCR y la Coalición Cívica esperan ganar terreno en las elecciones legislativas de fines de junio, a esta altura parece más que probable que la lucha principal se dispute entre los kirchneristas por un lado y los vinculados con la dupla conformada por Francisco de Narváez y Felipe Solá, acompañados, quizás, por Carlos Reutemann, por el otro. En tal caso, se trataría de una nueva fase de la interminable interna peronista. Puesto que en ausencia de una ideología coherente lo único que sirve para aglutinar el peronismo es su capacidad reconocida para aferrarse a cuotas nada desdeñables de poder, era de prever que, en cuanto el kirchnerismo mostrara señales de agotamiento, surgiría una alternativa cuyos integrantes esperarían cosechar los votos de quienes querrían apurar su salida del escenario. Estaría por repetirse, pues, lo que sucedió hace diez años cuando el peronismo reaccionó ante el ocaso de la hegemonía de Carlos Menem desdoblándose. Si bien en aquella ocasión no triunfó en las elecciones presidenciales, no tardó en recordarnos que era dueño de "la gobernabilidad", motivo por el que nadie se sintió demasiado sorprendido al verlo aprovechar el derrumbe de la gestión de la Alianza para regresar al poder.

Por supuesto que hay diferencias significantes entre los Kirchner y los llamados "disidentes", Narváez, Solá y Reutemann. Parecería que los tres son mucho menos autoritarios que Néstor Kirchner y su esposa, y que de tener la oportunidad optarían por un estilo de gobierno decididamente más equilibrado, lo que sería un alivio luego de más de seis años de arbitrariedad agresiva. Con todo, aunque es innegable que en el maremágnum peronista hay corrientes que son plenamente compatibles con el respeto por las normas democráticas y republicanas, el que dicho movimiento político se haya acostumbrado a dividirse para después reunirse, adaptándose así continuamente a la evolución de la opinión pública, no puede considerarse positivo. Para comenzar, el eclecticismo extremo que caracteriza al peronismo es esencialmente corrupto porque supone la vigencia de una ley de lemas informal según la cual dirigentes se ven beneficiados, directa o indirectamente, por los votos cosechados por rivales con los que en teoría no tienen nada en común salvo su presunta veneración por las figuras del fallecido general Juan Domingo Perón y, más aún, por la santificada Eva Perón. Asimismo, la mera existencia de un partido que según las circunstancias se presenta como conservador o progresista, neoliberal o estatista, contribuye a la confusión que siente el electorado frente a un panorama en que muy poco es lo que pretende ser. Sería un grave error exigirles a los grandes partidos políticos -que siempre son coaliciones que combinan una variedad de formas de pensar y de intereses- una rigidez doctrinaria excesiva, pero no lo sería pedirles respetar algunos límites. Huelga decir que los peronistas no lo hacen: además de los comprometidos con fracciones moderadas de derecha e izquierda, en el seno amplio del PJ pueden encontrarse "revolucionarios" y "fascistas" que en buena lógica deberían incorporarse a organizaciones extremistas.

La razón por la que el peronismo, trátese de la versión kirchnerista, de la representada por los "disidentes" o por otros en la actualidad minoritarios, ha podido seguir prosperando a pesar de haber protagonizado tantos fracasos, no es ningún misterio. Como Kirchner entiende muy bien, tiene que ver con "la gobernabilidad". Por respetuosos de las reglas que sean Narváez, Solá y Reutemann, no pueden sino entender que su eventual éxito electoral se debería a la sensación generalizada de que sólo los peronistas están en condiciones de controlar a sus compañeros más combativos, o sea, que entre sus armas más poderosas está el miedo. De no ser por la preocupación legítima de quienes se han resignado a que un gobierno encabezado por Elisa Carrió, Hermes Binner, Julio Cobos u otro radical no podría terminar su gestión en la fecha prevista, las elecciones nacionales, incluyendo las legislativas, dejarían de ser en gran medida internas peronistas, pero a menos que el público votante nos tuviera reservada una sorpresa mayúscula, aún tendría que transcurrir mucho tiempo antes de que la política nacional se asemejara a la de las demás democracias.

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