De las ciencias sociales, la economía es la que mejor desarrolla mecanismos de medición de los fenómenos, con una notable utilización de la matemática. Si no tiene todos los datos, apoyada en técnicas estadísticas, puede estimar valores y su evolución en el tiempo.
Sin embargo, hay un gran mundo financiero que maneja sumas astronómicas, que crece al parecer sin límites y de quien poco se puede decir con la precisión que hoy demanda la ciencia económica. Nos referimos a los flujos ilegales de dinero (Problèmes économiques, 4/3/09).
El origen de los fondos es diverso; la corrupción de funcionarios públicos receptores de coimas o de sumas robadas al Estado, el ejercicio de actividades penalizadas como el tráfico de drogas y armas, la prostitución, los movimientos de inmigrantes ilegales, los evasores de impuestos y el terrorismo internacional que alimentan este tráfico creciente...
La existencia de estos flujos requiere un sistema financiero flexible dispuesto a ignorar el origen y destino de los capitales que pasan por sus cuentas, sumando en el mejor de los casos una mínima incidencia de costos e impuestos. En oportunidades los vacíos de la legislación y la complicidad de la Justicia ayudan la ilegalidad.
El gigantesco avance de la informática ha permitido multiplicar estas operaciones dado que desde una computadora los operadores financieros pueden mover fortunas a cualquier sitio del planeta, con bajísimas posibilidades de verificación.
Son de vieja data las operaciones que escapan al control público. Ya entre 1600 y 1700 los piratas del Caribe tenían en la isla de Tortuga, situada en la actual Haití, su puerto libre para estar fuera de toda persecución. En nuestro período colonial, la ciudad de Montevideo era el lugar de contrabando y depósito de dudosos dineros.
La historia de la llamada fuga de capitales tiene sus capítulos. Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial y hasta 1960, aproximadamente 48 países lograron su independencia. Una parte importante de sus elites políticas y económicas, ante la inestabilidad y la Guerra Fría, sacó sus fortunas hacia lugares más seguros como los bancos del Primer Mundo, que obviamente los recibieron sin muchas preguntas. Personajes como Mobuto en el Congo, Suharto en Indonesia, Marcos en las Filipinas o posteriormente Saddam Hussein han sido clásicos ejemplos de dictadores y ladrones.
Un caso particularmente extremo es el de Nigeria: se estima que la corrupción ha hecho perder al país desde 1970, inicio de la explotación petrolera, más de 400.000 millones de dólares. Con una población de aproximadamente 150 millones de habitantes, de los cuales 100 viven con uno o dos dólares al día, en condiciones de absoluta miseria, el problema alcanza ribetes dramáticos.
Este flujo de dinero ligado al endémico desequilibrio del Tercer Mundo ha continuado hasta el presente. Según estimaciones del Banco Mundial, de 500 a 800.000 millones de dólares salen cada año desde la periferia hacia las grandes capitales. La parte legal es difícil de precisar. Esta cifra es muchísimo mayor que todos los planes de ayuda al desarrollo.
Desde 1960 el mundo ha observado el gigantesco crecimiento de empresas multinacionales que mayoritariamente tienen sus sedes en los países centrales y filiales en todas partes. La simultánea operatoria en el planeta, juntamente con el hecho que desarrollaron un comercio entre sus sucursales, ha permito en reiteradas oportunidades manipular precios y evadir impuestos. Estimaciones de organismos internacionales dan un 60% del intercambio mundial al comercio de las multinacionales entre sus filiales.
En esta marea de cifras, el periodista Andrés Oppenheimer ("Río Negro", 28/3/09) señalaba que los violentos cárteles de la droga de México generan entre 17.000 y 38.000 millones de dólares anuales en el negocio de la cocaína, heroína y marihuana en los Estados Unidos.
Para que las fortunas puedan operar se requiere una infraestructura financiera y en primer lugar están los paraísos fiscales. En 1950 había sólo cinco en el mundo y hoy superan los cuarenta distribuidos en todo el globo. A esto deben sumárseles los territorios que practican un régimen de estricta confidencialidad en su sistema bancario, permitiendo abrir cuentas a nombre de mandatarios o sociedades comerciales sin domicilio verificado. En el mundo de ambiguas transacciones, Chipre es el lugar por excelencia elegido por la mafia rusa para blanquear capitales. Como es sabido, luego de la caída de la Unión Soviética se formó un grupo de "oligarcas" del dinero que asumieron con turbias maniobras el control de muchas de las empresas privatizadas.
A cuenta de la actual crisis financiera internacional, países tan pulcros como Suiza o Luxemburgo están siendo presionados por los EE. UU. para dar más información de los depositantes en sus bancos. La Argentina ha tenido roces con Uruguay por la demanda de datos de sus ciudadanos con cuentas en los bancos montevideanos.
El negocio de la ilegalidad se cierra al pasarse con pocas dificultades los dineros de dudosa procedencia a circuitos normales, como por ejemplo la construcción de edificios lujosos en distinguidos barrios de las ciudades.
Las democracias capitalistas están basadas en un pacto no escrito. El sistema político le ofrece libertad a cada ciudadano juntamente con la oportunidad de participar en igualdad de condiciones para elegir a sus autoridades. Pero también se espera que otorgue a su población la oportunidad de mejora y prosperidad económica en un régimen de justicia distributiva.
Los turbios negociados de la ilegalidad van en contra de este último principio, tan necesario en nuestro tiempo.
ERNESTO BILDER (Docente de la UNC)
Especial para "Río Negro"