Jueves 02 de Abril de 2009 18 > Carta de Lectores
Adiós a Alfonsín

Que la muerte del ex presidente Raúl Alfonsín haya conmovido tanto a buena parte del país se debe no sólo al respeto que mereció por sus cualidades personales, entre ellas su hombría de bien, su amabilidad, su respeto por adversarios honestos y su coraje en situaciones peligrosas, sino también a la nostalgia que muchos sienten por la esperanza que encarnó cuando la Argentina salía de la larga noche que le supuso una dictadura militar sumamente brutal. Aunque los historiadores no olvidarán los detalles de su gestión, la que además del juicio auténticamente histórico a los integrantes de la junta militar que tantos crímenes había perpetrado y a ciertos cabecillas terroristas que habían compartido la responsabilidad por la vil guerra sucia incluyó el manejo desafortunado de la siempre maltrecha economía nacional, para los demás Alfonsín será recordado principalmente por la sensación eufórica que se difundió a lo ancho y lo largo de la Argentina cuando, después de una campaña electoral electrizante, triunfó con comodidad imprevista sobre el candidato peronista Ítalo Luder. En aquel momento era fácil, demasiado fácil, creer que por fin el país había roto definitivamente con un pasado plagado de frustraciones, de conflictos tan estériles como feroces, y que, con la democracia recuperada, no tardaría en reencontrarse con lo que había sido mucho antes.

Por desgracia, dicha esperanza resultó ser una ilusión. El gobierno de Alfonsín subestimó la profundidad de una crisis económica ya crónica -como casi todos los gobiernos que lo seguirían, pareció creer que había sido provocada sólo por su antecesor inmediato, en su caso el régimen militar, no por errores estratégicos cometidos hacía décadas, y que por lo tanto la buena voluntad sería suficiente como para garantizar la recuperación- y terminó pagando un precio muy elevado por su incapacidad para dominar la inflación. Aunque dadas las circunstancias imperantes en aquel entonces es probable que ningún gobierno concebible hubiera podido impedir que el país se hundiera en la hiperinflación, ya que virtualmente toda la clase política nacional estaba en contra de las medidas necesarias para lograrlo, le tocó al encabezado por Alfonsín enfrentarse con el desastre resultante. Su fracaso permitió que el peronismo regresara al poder que en 1983 pareció haber perdido para siempre y que para decepción de los millones que habían supuesto que con la llegada al poder del radical "cambiaría la historia" de la Argentina pronto sería evidente que no le sería tan fácil librarse de sus males ya tradicionales.

Con todo, aunque Alfonsín no pudo con la economía, se aseguró un lugar destacado en la historia no sólo de la Argentina sino del mundo entero cuando ordenó el enjuiciamiento de los miembros de las sucesivas juntas castrenses que habían gobernado el país durante más de siete años. Dicha decisión no fue inevitable: el candidato peronista Luder se había pronunciado a favor de la "autoamnistía" declarada por los militares. Pero Alfonsín entendió que para que el país se acostumbrara a vivir bajo el imperio de la ley era necesario que nadie se sintiera por encima de ella y por lo tanto asumió el riesgo de que los uniformados reaccionaran con violencia. Si bien más tarde su gobierno tuvo que enfrentar la rebelión de los carapintada, no cabe duda de que el hecho de que los jefes máximos hubieran sido condenados por la Justicia contribuyó a expulsar a las fuerzas armadas del mundillo político en que habían desempeñado un papel clave, lo que benefició no sólo a la población civil sino también a los militares mismos.

En estos días son muchos los que están calificando a Alfonsín de "padre de la democracia", pero acaso será recordarlo como el máximo paladín latinoamericano del respeto por los derechos humanos, o sea del respeto mutuo. Fue en gran medida gracias a su actuación durante el Proceso, cuando a diferencia de la mayoría abrumadora de sus congéneres políticos militó en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, y después de que el tema se instalara en el país. Aunque andando el tiempo otros mandatarios tratarían de apropiarse de sus laureles, sus esfuerzos en tal sentido sólo les han merecido el desprecio de quienes se interesan por la verdad.

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