En los tiempos que nos toca vivir es difícil rebatir razonablemente muchos avances científicos y técnicos. Sin embargo, efectos adversos para la humanidad pueden señalarse a los cuatro vientos, como en la medicina el desarrollo de novísimos y potentes antibióticos va determinando la conocida resistencia bacteriana.
En este ámbito de cambios inevitables y contramarchas que rodean tales progresos perduran viejos vicios o antiguas deficiencias institucionales, si es que les cabe un nombre en aras de la democracia. Cuando del poder se trata, y de su ansia de perpetuación, la elección del decano de la Facultad de Medicina puso nada menos que a la Universidad Nacional de Córdoba toda ante un nuevo examen sobre educación política y conciencia democrática.
Los argentinos ya hemos repasado instancias donde la re-reelección estuvo latente y hemos padecido, también, sus efectos indeseables. No sería bueno, pues, que el país continuara sujeto a la supervivencia de quienes confunden cambio por recambio, es decir, en su estricta acepción, cambiar por lo mismo, sin buscarse los que son sustanciales. Con la agravante de que en una democracia republicana todo intento de conservación ilimitada del poder tiende a hacerlo expansivo, hegemónico e intolerante.
En el acto de elegir legítimas autoridades, los universitarios tuvieron ante sí otra excelente oportunidad para destrabar el ascenso natural de las nuevas generaciones hacia un panorama que amplíe el horizonte académico y, por ende, para enriquecer la interacción entre la universidad y la sociedad. ¿Habrá, esta vez, una verdadera renovación de ideas como fruto del proceso eleccionario? O, tal vez, entre intrigas poco académicas, prevalecerá la resistencia a los cambios que la facultad necesita.
Sólo con afán de oportunidad, y nada más que eso, las circunstancias exigen proseguir hasta entonces en una postura crítica y de disenso con la ya desgastada gestión en cuanto al ingreso y permanencia de los estudiantes, al incumplimiento de los llamados a concurso en calidad y cantidad, en el dictado de resoluciones decanales "providenciales" (ad referéndum del HCD), a elecciones donde se violaron los estatutos (por el voto de jubilados), a la permisividad del profesorado "golondrina" hacia otras universidades nacionales y privadas, en el pobre apoyo a las escuelas de medicina, en la exclusión de pacientes indigentes del hospital escuela por la predilección de obras sociales y el ejercicio profesional privado, ante carreras de doctorado bajo la dirección y tribunales examinadores cerrados a "pooles" profesorales, etc. Todo, en su conjunto, es una realidad indispensable para quien desee conocer el estado de la Facultad por estos días.
Pero nada más preocupante es que, todavía, bajo admoniciones miedosas se pretenda vaticinar que todo cambio estará condenado a repetir los errores del pasado. No se cayó en la cuenta que la historia de las facultades de Medicina del país ha dado suficiente testimonio de haber enfrentado desafíos mayores que hicieron a la calidad de sus graduados. Sin duda, se debe formar buenos médicos, pero el ideal saludable al que debe tender la enseñanza de la medicina se amplía y diversifica en la formación de profesionales argentinos que sean demócratas y estén consustanciados con los valores de la humanidad.
Se requiere, en adelante, de una meditación profunda para ejercer una labor académica y legislativa tan seria como responsable, abordando la amplitud de la temática universitaria con respetuosidad, tolerancia y elevado intelecto, y en especial con un enfoque crítico de todo aquello que nos aleje de una democracia siempre perfectible. Se habrá interpretado, entonces, el deber universitario en el marco de las exigencias de la época y dispuesto a los progresos de la sociedad.
ROLANDO B. MONTENEGRO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Profesor de Cirugía. Facultad de Ciencias Médicas. Universidad Nacional de Córdoba.