Si lo que más les preocupa a la presidenta y su esposo es, como dicen, "la gobernabilidad", podrían asegurarla bajando el tono de sus declaraciones, dialogando más amablemente con los dirigentes opositores y reconociendo que aun cuando el oficialismo perdiera algunos bancos en las elecciones legislativas no se trataría de una catástrofe inédita sino de algo que suele ocurrir en las democracias modernas. Después de todo, en Estados Unidos, el país que en este ámbito nos sirve de modelo, es normal que en la fase final de su gestión el presidente tenga que convivir con una mayoría opositora en el Congreso. Carecer de mayorías automáticas en ambas cámaras puede ser desagradable para un mandatario acostumbrado a ser obedecido, pero no es el fin del mundo. Sin embargo, a juzgar por su retórica, el ex presidente Néstor Kirchner y jefe de facto del gobierno que formalmente encabeza su esposa está tan resuelto a hacer pensar que la única alternativa a su propia hegemonía es la anarquía, que la mera idea de que el Frente para la Victoria pierda algunos escaños le parece pesadillesca.
Tal y como están las cosas, la actitud intransigente de Kirchner constituye el mayor problema del país. Una consecuencia de su dureza ya rutinaria es que todo gira en torno de su estado de ánimo. Cualquier capricho suyo puede modificar radicalmente el escenario político. Los que intentan analizarlo se ven obligados a dar prioridad a las relaciones personales con otros dirigentes de quien es, al fin y al cabo, un ciudadano privado que lidera una fracción del PJ, en un esfuerzo por entender cómo están evolucionando las diversas corrientes que se mueven en el maremagno peronista. Todas sus declaraciones, incluyendo las más casuales, inciden en lo que está sucediendo.
Tanto personalismo es malsano. Ha hecho de la política nacional una especie de contienda en la que Kirchner, respaldado por un grupo heterogéneo cuyos integrantes podrían abandonarlo en cualquier momento, lucha contra los demás, distrayendo así la atención de los preocupados por el destino del país de asuntos mucho más importantes.
Claro, no es la primera ocasión en la que el tema dominante ha sido el comportamiento de un caudillo que luego de un período prolongado de supremacía está batiéndose en retirada. Hace diez años, los esfuerzos denodados de Carlos Menem por conservar el poder que había construido y los de quienes querían apurar su salida parecieron tan cruciales, que la clase política no tuvo tiempo o energía para pensar en qué hacer para impedir que la economía terminara hundiéndose. Aunque en la actualidad se sabe que detrás de la pantalla de humo estadístico generada por el INDEC, el "modelo" económico se ha agotado y que las repercusiones del terremoto financiero internacional seguirá golpeándonos con violencia, el que para tantos el interrogante más urgente tenga que ver con el futuro de Kirchner y su esposa podría significar que esté por repetirse aquella experiencia calamitosa. Por cierto, no hay señales de que el país esté preparándose para enfrentar las próximas fases de una crisis que amenaza con agravarse mucho.
Dadas las circunstancias, lo lógico sería que el gobierno, consciente de que en política nada es para siempre, aceptara estar acercándose al fin de su ciclo y que por lo tanto le sería necesario ampliar su base de sustentación intentando pactar con los "disidentes" peronistas y con aquellos sectores del radicalismo y otras agrupaciones que podrían serle afines. Por desgracia, ya es evidente que no tiene ninguna intención de actuar así. Antes bien, con Néstor Kirchner en el papel de caudillo todopoderoso, está procurando profundizar las grietas que ya existen, descalificando a quienes no se someten a su liderazgo, con la finalidad de hacer de las próximas elecciones parciales un juego de todo o nada porque apuesta a que la ciudadanía, debidamente alarmada por lo que podría suceder si el oficialismo sufriera una derrota aplastante, decida votar por prolongar el statu quo. En vista del clima de crispación que ha provocado en el país la combatividad innecesaria del ex presidente Kirchner, la estrategia elegida es sumamente peligrosa ya que, pase lo que pasare en las elecciones legislativas, garantiza que los meses siguientes serán muy pero muy agitados.