Aunque el presidente Barack Obama sigue contando con un índice de aprobación muy alto, está difundiéndose en Estados Unidos el temor de que su gestión resulte tan poco exitosa como la de Jimmy Carter. Los más alarmados no son los republicanos sino aquellos dirigentes del Partido Demócrata que se sienten preocupados porque Obama no ha logrado apaciguar a quienes están indignados por las bonificaciones multimillonarias que repartió entre sus dirigentes la gigantesca aseguradora AIG luego de recibir un "estímulo" público de más de 182.000 millones de dólares. Al darse cuenta de la reacción popular, Obama juró compartir plenamente los sentimientos mayoritarios, pero no pudo impedir brindar la impresión de haber estado dispuesto antes a tolerar lo que a juicio de la mayoría es un ejemplo más de la codicia ilimitada de personajes que, a pesar de haber provocado un cataclismo económico, se creen con derecho a continuar embolsando fortunas envidiables. Asimismo, Obama ya se ha visto obligado a insistir en que no es su intención despedir al secretario del Tesoro, Timothy Geithner. Su negativa a hacerlo puede entenderse: por distintos motivos, entre ellos el hecho de que muchos nominados -incluyendo a Geithner- hayan resultado ser evasores impositivos, el presidente aún dista de formar un equipo económico completo, lo que en medio de lo que para muchos es la peor crisis desde los años treinta del siglo pasado, es de por sí desconcertante.
Como los gobernantes de muchos otros países, Obama quiere salvar de la ruina al sistema financiero sin permitir a los financistas responsables de la debacle enriquecerse todavía más, pero por razones legales no le está resultando del todo fácil. Por lo demás, existe el peligro de que si adopta una actitud punitiva con el propósito de congraciarse con los escandalizados por la conducta de los financistas, no le será dado reavivar el sistema, un fracaso que tendría consecuencias penosas para la mayoría de sus compatriotas. En un esfuerzo por convencer a los norteamericanos de que sabe muy bien lo que está haciendo, Obama ha emprendido una serie de giras proselitistas, pronunciado discursos en medios novedosos como el YouTube informático y participado en programas televisivos cómicos en los que se permitió ciertos chistes que algunos encontraron ofensivos. Desgraciadamente para él, tales esfuerzos, como su dependencia excesiva del teleprompter -un aparato que suelen emplear quienes leen sus discursos pero quieren hacer pensar que no necesitan hacerlo- para ayudarlo hasta en intercambios supuestamente espontáneos con la prensa, sólo han servido para sembrar más dudas en cuanto a su capacidad real.
También motiva preocupación entre los simpatizantes de Obama su intento por aprovechar su carisma personal para mejorar la relación de Estados Unidos con el resto del mundo. El régimen teocrático iraní respondió con desprecio al discurso televisivo que pronunció en ocasión del nuevo año persa en que afirmó su voluntad de ayudar a que la república islámica encuentre el lugar que según él merece en la comunidad internacional. Asimismo, aunque seguirá la retirada de Irak que ya había comenzado cuando George W. Bush estaba en la Casa Blanca, la decisión de Obama de reforzar la presencia estadounidense en Afganistán y permitir esporádicas incursiones -hasta ahora, por aviones sin piloto- en Pakistán ha molestado mucho a los demócratas que no quieren que soldados de su país sigan luchando en regiones para ellos exóticas, mientras que quienes están convencidos de que Estados Unidos necesita hacer gala de su poder militar advierten que su actitud conciliadora está envalentonando tanto a los iraníes y sus aliados de Hamas y Hizbollah como a los norcoreanos, aumentando así el riesgo de que estallen nuevas conflagraciones en el transcurso de su presidencia. Poco antes de iniciarse la gestión de Obama, su compañero de fórmula, el vicepresidente actual Joe Biden, vaticinó que los enemigos de Estados Unidos buscarían oportunidades para ponerlo a prueba. Todavía no se ha producido ninguna crisis grave atribuible a la voluntad de Obama de impulsar cambios en el escenario mundial, pero en el caso de que una surja no podría permitirse el mismo grado de desprolijidad que ha manifestado frente a la penosa situación económica del país que gobierna.