Domingo 22 de Marzo de 2009 22 > Carta de Lectores
Un Papa muy falible
Si cuando el Papa Benedicto XVI insistió en que "la distribución de preservativos no resuelve sino que agrava los problemas" provocados por la propagación devastadora del sida en África, quería señalar que su disponibilidad contribuye a banalizar las relaciones sexuales, de este modo aumentando el riesgo de contagio, la verdad es que cometió un error imperdonable a su llegada a Camerún al embestir de tal manera contra las medidas que están tomando muchos gobiernos de un continente donde ya han muerto casi 20 millones de personas a causa de la enfermedad.
Como la experiencia de la Iglesia Católica en otras partes del mundo debería haberle enseñado, a la mayoría abrumadora de los fieles - y ni hablar de quienes practican otros cultos o ninguno -, no les importa en absoluto las doctrinas sexuales reivindicadas contra viento y marea por el Vaticano, de modo que no tiene sentido apostar a que una harto improbable revolución moral sirva para frenar al virus.  Predicar la castidad es sin duda legítimo y pocos criticarían al Papa por su defensa férrea de lo que es, al fin y al cabo, la visión católica de un mundo ideal, pero si el Vaticano persiste en aprovechar su influencia con el propósito de impedir que gobiernos, organizaciones caritativas y otros estimulen el empleo de un método que, si bien imperfecto, ayuda a salvar muchísimas vidas, seguirá siendo un blanco fácil para sus muchos enemigos que, sin exagerar demasiado, lo culparán por las consecuencias concretas de su negativa a reconocer que, en vista del drama atroz que están viviendo los habitantes del África subsahariana, la propaganda a favor del uso del preservativo constituye un mal menor incluso desde la perspectiva de quienes aborrecen la permisividad sexual contemporánea.
Varios gobiernos europeos, entre ellos el francés, el español y - lo que habrá dolido más a Benedicto XVI -, el alemán, además de la Comisión Ejecutiva de la Unión Europea, no tardaron en manifestar su desaprobación de la voluntad del jefe de la Iglesia Católica de oponerse al uso de los preservativos justo en África. Tampoco se abstuvieron de criticarlo algunos clérigos preocupados por la incidencia en el mundo real de su hostilidad hacia uno de los escasos métodos contraceptivos que sea capaz de proteger a los sexualmente activos del sida. En cuanto a los resueltos a reducir al mínimo la influencia de catolicismo en Europa, el Papa les brindó una oportunidad inmejorable para acusarlo de promover el genocidio, ya que se estima que todos los días mueren casi siete mil africanos contagiados por el sida, y de dar a entender que a su juicio las víctimas del mal, que incluyen a millones de niños, merecen el destino trágico que les ha tocado.
La irrupción del sida, un mal que si bien es sexualmente transmitido no discrimina entre los castos y los promiscuos, los que obedecen al pie de la letra las órdenes del Papa y quienes se mofan de ellas, los adultos y sus hijos recién nacidos, debería haber obligado a la Iglesia a modificar radicalmente ciertas doctrinas.  Sin embargo, en lugar de aceptar que dadas las circunstancias no hay más alternativa que la de procurar interponer más barreras físicas entre el virus y las personas, los guardianes de la ortodoxia eclesiástica optaron por aferrarse a sus principios tradicionales como si la difusión rápida del sida, especialmente en África, no hubiera cambiado nada. Se trataba de un error estratégico de parte de una institución dos veces milenaria que, en un lapso muy breve, ha perdido tanta influencia en el continente que una vez dominó el cristianismo que en muchas partes de Europa más personas asisten regularmente a mezquitas que a las ceremonias religiosas que se celebran en iglesias católicas o protestantes.  Una razón, acaso la principal, por el retroceso del catolicismo en países como España e Italia ha sido su compromiso inflexible con normas de conducta sexual que pocos están dispuestos a tomar en serio, con el resultado de que, lejos de verse fortalecida en su lucha contra el hedonismo moderno, la Iglesia Católica se ha debilitado tanto que hasta aquellos gobernantes que asisten a misa se afirman indignados por ciertas opiniones del Papa sobre los asuntos terrenales. 

 

Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí