Viernes 20 de Marzo de 2009 Edicion impresa pag. 23 > Debates
"Yo o el infierno", el todo o nada de K
La Argentina actual se define por los extremos a que llegan reflexiones y decisiones, brutales en algunos casos. Así se encuadran los términos en que Kirchner apura la política ante el temor de perderlo todo. Una visión del poder que tiene muchos rasgos patológicos. Qué opinan encuestadores, analistas políticos e historiadores de la jugada K.

Parafraseando a Ciorán, uno de los pensadores más talentosos en la Argentina de la transición -Oscar Terán- escribió que en tanto cuerpo político-social nuestro país siempre se balancea "de la lógica a la epilepsia".

Hablaba entonces de una Argentina que se ha "tribalizado, guetizado", un país donde por momentos "hay buenas razones para que el pensamiento quede relativamente estupefacto".

Y, siempre en la saga de estas reflexiones, Terán -fallecido el año pasado- acotaba que en un país "donde los padres fundadores son el primer muerto sin sepultura llamado Mariano Moreno o un padre ausente como San Martín, deberíamos en suma preguntarnos cuándo nace que todo lo diferente debe ser prolijamente exorcizado".

"La ceguera suele ser festiva en la Argentina", sostiene el filósofo Miguel Wiñazki en un librito que nos descarna con acierto: "Ataque de pánico. Crónica del miedo en la Argentina".

Y el miedo acicatea el pensamiento brutal. Ya en escena, lo brutal tiene su propia y exigente dialéctica. Va aceleradamente a los extremos buscando ahí "la solución" a éste o aquel problema.

Lo brutal tiene lo que un historiador inglés ha definido como "energía inagotable" destinada a lograr la "radicalización acumulativa" de las ideas y acciones.

Lo brutal está hoy de mil maneras firmemente abulonado en la cotidianidad argentina.

Desde el pensamiento llano que la caracteriza, Susana Giménez chilla "El que mata debe morir". Desde la brutalidad en que ha devenido su verbo, Hebe de Bonafini la cruza con un sonoro "puta". Pero un tramo largo y ancho de los argentinos coincide con la diva y hasta propone cortar dedos a los delincuentes.

Cacho Castaña se suma a "Su". Pero llega con precisiones. Brutales, claro. El problema de la inseguridad "se soluciona con un paredón de 300 ladrillos" para fusilar gente.

-Y que sea en Plaza de Mayo. Eso es lo que la gente quiere.

-¡Algo hay que hacer! -responde Cacho como si la opinión de la "gente" fuera la verdad revelada. Su "algo" no es neutro: es matar con independencia de toda reflexión sobre causas y naturaleza de la ola de inseguridad que jaquea al país.

¡Y algo hay que hacer! fue la conclusión a la que llegó Néstor Kirchner para rescatar al gobierno de su esposa del jaque al que está sometido. Es un poder bajo miedo y, para salvarlo, Kirchner le inyecta más brutalidad al sistema político que la que ya tiene: adelanta las elecciones.

Parte en dos la política y ésta desborda sus tensiones sobre su cuna: la sociedad. Luego Kirchner se pone en campaña. Y vocifera desde el fascistoide dictado ideológico en el que se formó políticamente: pueblo vs. antipueblo. La política tramitada como guerra. Buenos y malos. Facilismo arrogante, maniqueo.

Otro esquema brutal de razonamiento. Otro fogoneo a la fractura terminante del país. Por la patología que la signa, es posible que en el futuro la presidencia de los K requiera para su estudio de una labor interdisciplinaria muy intensa. La historia no podrá, sola, develar tanto recoveco. Sin duda, requerirá de la psiquiatría.

Reflexiona Natalio Botana: "El gobierno está fabricando una opción de hierro que podría terminar acentuando su propia debilidad: o se lo respalda en el Congreso y después en los comicios o, de lo contrario, una vez perdida la apuesta, correremos el riesgo de caminar una vez más por el filo de la ingobernabilidad".

Éste es el núcleo duro y brutal de la apuesta de Kirchner: yo o el infierno. Lo confiesa uno de sus "operativos", esa mano de obra a la que apela el kirchnerismo para medir poder en la calle: Emilio Pérsico. "Si perdemos, entregamos el gobierno".

Para Sergio Berenstein -de la consultora Poliarquía-, con el adelantamiento de las urnas el gobierno expresa su debilidad. "No le va a ir bien, pero mejor que si las elecciones fueran en octubre. Se va a blanquear el debilitamiento que sufrió en los últimos doce meses de conflicto con el campo. Se verá más palmariamente el abandono de la clase media rural y urbana. Me pregunto: ¿cómo va a explicar el kirchnerismo la pérdida neta de votos respecto de 2007 y 2005?"

¿Por qué no creer que el kirchnerismo ya tiene almacenada la respuesta? ¿Que le echará la culpa a la mentada "oligarquía"?

Porque si sobreviene la derrota de Kirchner no hay ninguna razón para esperar de su parte una explicación razonable, argumentada desde la autocrítica. Su ombligo no cuenta.

-Es un hombre que jamás se piensa hacia adentro, jamás en la naturaleza de sus ideas y convicciones, el factor de sus equívocos. No los ignora, pero para funcionar necesita que el problema siempre sean los otros -dice el psiquiatra José Abadi.

La talentosa Silvia Bleichmar se murió cuando comenzaba a reflexionar sobre el estilo K de hacer política y ejercer el poder. Una tarde, a comienzos del 2007, le dijo a este diario:

-Kirchner le ha trasladado a su gente mucho prejuicio? muy extremo. Ese prejuicio que se define por lo extremo de su naturaleza, la irreductibilidad a toda argumentación, a todo fundamento que pueda descolocarlo.

-En política, el prejuicio jamás afloja, nunca se regula; éste es uno de los dramas de la historia argentina, mucho de sus páginas más brutales tiene su raíz en el prejuicio -reflexiona con voz suave, amortiguada por más de 80 años, Félix Luna.

"¡Vaya a saber qué quiere hacer Kirchner con todo el poder que ha acumulado!", se preguntaba hace tres años el historiador Tulio Halperín Donghi.

En relación con aquellos días, el poder de Kirchner luce hoy muy desflecado. Y está claro que es lo que quiere hacer con lo que queda de poder, que igualmente no es poco: llevar a la Argentina a esos sitios de tensión que la parten. Lo mueve el desprecio por lo distinto. Y se mueve con ira. En ese camino ignora una máxima de Sun Tzu, el más talentoso teórico de la guerra: "Un soberano nunca lanza un ejército al ataque por ira". El que lo hace, pierde.

 

Por CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com

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