Según la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, las elecciones legislativas de este año son "un escollo", es decir, un obstáculo que hay que dejar atrás lo antes posible, cuando no "una feria" que es de suponer sólo serviría para distraer a la gente de cosas más importantes. Se trataba de su forma de intentar convencer a la ciudadanía de que por lo menos ella toma muy en serio la crisis económica internacional en que, nos dice, "el mundo se cae a pedazos y los pedazos de este mundo se nos pueden caer encima". Así, pues, luego de haber opinado que merced a su propia gestión y la de su marido la Argentina apenas se vería afectada por el crack, Cristina ha elegido ir al otro extremo, dando a entender que el país está a punto de ser devastado por una catástrofe apocalíptica. Puede presumirse que lo que se ha propuesto la presidenta es asustar al electorado con su retórica con la esperanza de que el 28 de junio -o el 25 de octubre si, para mortificación de la pareja gobernante, el Congreso opta por el "casi" suicidio negándose a permitir que se adelanten las elecciones- la mayoría decida votar por los candidatos oficialistas por miedo a lo que sucedería si el kirchnerismo perdiera por un margen humillante. A esta altura, es imposible saber si el catastrofismo así supuesto tendrá las consecuencias políticas deseadas por la presidenta y su cónyuge, pero lo que sí resulta previsible es que las consecuencias económicas sean decididamente negativas.

Al encargarse de informarnos que las repercusiones aquí de la crisis internacional están resultando ser tan graves que a juicio del gobierno es necesario hacer trizas el calendario electoral previsto por la Constitución, la presidenta ha enviado un mensaje sumamente pesimista a todos los agentes económicos, brindándoles más motivos para reducir al mínimo sus gastos, de este modo asestando lo que amenaza con ser un golpe feroz al consumo que, según ella, es fundamental para que la recesión no se profundice. Asimismo, lo lógico sería que los empresarios se sintieran aún más tentados que antes a reaccionar frente al mensaje presidencial echando a empleados y postergando inversiones mientras aguarden hasta que el panorama se aclare, lo que no hará antes de que el país haya digerido los resultados electorales. Por lo tanto, en vez de aprovechar los tres meses próximos elaborando y poniendo en marcha una estrategia destinada a atenuar el impacto de la crisis internacional, los Kirchner han elegido usarlos para lo que ellos mismos creen será "una feria" en la que todos, tanto oficialistas como opositores, tratarán de engañar a los votantes.

Al adelantar las elecciones porque a su entender el país ha entrado en una situación de emergencia, el ex presidente Néstor Kirchner y su esposa se las han arreglado para generar un clima de gran incertidumbre en el peor momento concebible. Mientras que en el resto del mundo los gobiernos emplearán el segundo trimestre del año para hacer más coherente su respuesta a la crisis desatada por el colapso del crédito, aquí el nuestro estará plenamente ocupado procurando destruir a sus adversarios -"enemigos", en el léxico kirchnerista- y persuadir a los bonaerenses más pobres de que sus integrantes son los únicos que tienen la intención de darles una mano.

En vista de que el aumento explosivo del gasto público dispuesto por los Kirchner durante la campaña electoral está entre las causas básicas de muchos problemas actuales, es legítimo prever que el gobierno opte por repetir la misma táctica sin preocuparse en absoluto por lo que ocurra más tarde. Si algo caracteriza a la gestión kirchnerista, esto es su voluntad de sacrificar virtualmente todo en aras del corto plazo. En el 2007 el gobierno hizo gala de la falta de responsabilidad así supuesta a pesar de que los sondeos fueran favorables a la candidatura de Cristina. ¿Se dejará impresionar por problemas económicos que a su juicio son lo bastante graves como para justificar el adelantamiento por tres meses de los comicios legislativos? Es poco probable, razón por la que existe el peligro de que lo que podría considerarse una maniobra política astuta tenga consecuencias económicas tan malas que, en el caso de que ganaran la apuesta que acaban de hacer, los Kirchner tendrían motivos de sobra para lamentar lo que a lo sumo sería un triunfo parcial.