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  Martes 17 de Marzo de 2009  
  Edicion impresa pag. 20 »  
  Multiplicar los panes  
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En términos de economía clásica, los factores de la producción son tres: tierra, capital y trabajo. El primero produce renta; el segundo, interés y el último genera salario. Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823) así lo entendieron y de esa manera cobijaron la participación doctrinaria de los hábitos agrarios. Luego vinieron los pragmáticos y simplificaron la visión a trabajo y capital, con lo cual neo-keynesianos primero y monetaristas después silenciaron contenidos valiosos de las actividades primarias. También los neo-marxistas entraron en la discusión y armaron su propia polvareda.

Durante un siglo la espiral de agravios fue progresiva y mientras los unos trataban de prevalecer sobre los otros, ambos bandos (el del trabajo y el capital) sumergieron la humanidad en la más salvaje de las pérdidas en vidas, ambiente y bienestar. Mientras, la pobre tierra (incluye como definición económica al suelo, el agua, los mares, la biodiversidad, los minerales y el clima) fue sometida a un proceso masivo de deterioro. En efecto, los sistemas extractivos y las sobreexplotaciones, la erosión y la desertificación, las contaminaciones y los criterios políticos que habilitan estas masacres hicieron lo suyo. Muchas de estas barbaridades se deben a la ignorancia, pero también a la deformación del conocimiento en función del menoscabo gubernamental, extraviado en el corto plazo.

La televisión y otros medios destacaron primeros planos del bello rostro presidencial mientras balbuceaba su incapacidad para multiplicar panes y peces. Fue todo un símbolo. Una especie de epílogo impotente frente a la crisis fenomenal que se avecina, esta vez no generada por picardías argentinas. Lo cierto es que desde la revolución industrial (1750) hasta la fecha los hijos de la pavota siempre fueron los proveedores de materias primas. Una de las claves del éxito de las chimeneas fue el sometimiento de la producción primaria a los artilugios del abastecimiento. El industrial fijaba precios y el agricultor rumiaba la bronca.

En Argentina la realidad era más compleja aún. Para la confusión ideológica se ideó la ley de enfiteusis, por la cual Rivadavia distribuyó la frontera productiva entre familias amigas sin raíces agrarias. Más tarde Rosas consolidó el sistema "estanciero" promoviendo el dominio feudal. En 1912 el grito de Alcorta advirtió sobre la explotación de los arrendatarios y Perón, ya como presidente, intervino titulando tierras de cientos de miles de pequeños y medianos productores. Finalmente los resabios de la "oligarquía vacuna clásica" fueron aniquilados en los ´90 cuando el tipo de cambio (uno a uno) alentaba las importaciones, lo que obligó a muchos "herederos" a vender el campo o instalarse en el predio a producir. También apareció la figura del inversor, que permitió el avance de una burguesía ajena al medio rural y que -lamentablemente- se consolidó en los últimos seis años. Por ahora un piadoso paréntesis para agregar otro ingrediente al dilema.

Si alguien conserva en su biblioteca un ejemplar del libro "Los límites del crecimiento", primero no lo preste y segundo reléalo. En 1970 el Club de Roma, una organización intermedia promovida por Aurelio Peccei (1908-1994), encargó a Dennis L. Meadows (1942), investigador del MIT (Massachusetts Institute of Technology), un estudio sobre las tendencias e interacciones de factores que podrían amenazar la sociedad global. En 1972 asomó el informe e inmediatamente el escándalo fue total. Defensores y detractores se enfrentaron con tal virulencia que el universo académico se tiñó de posturas políticas e ideológicas y -curiosamente- alcanzó la cuasicensura científica.

Sintéticamente, el material analizaba el crecimiento poblacional asociado al desarrollo industrial y agrícola, la utilización de recursos naturales y la contaminación del medio ambiente en una perspectiva hasta mediados del siglo XXI. Durante ese debate (hace tan sólo 40 años atrás) la población mundial sumaba 3.000 millones de habitantes; actualmente la cifra se duplicó. En ese contexto el kirchnerismo tuvo suerte. Llegó al poder en el momento justo en que la tierra (ese "despreciado" factor de la producción ahora bien escaso) demandaba agricultores que la trabajasen.

No bien parido el siglo XXI, el mundo comenzó a crecer y en consecuencia, a consumir. Fue el momento que permitió a chinos, hindúes y otros habitantes de países con bajos salarios imaginar otra vida posible basada en mejores ingresos. Por primera vez en dos siglos y medio la industria tuvo que pagar precios adecuados por los commodities, especialmente granos. El crecimiento mundial fue casi brutal y encontró a la Argentina muy bien posicionada; en principio, porque disponía de cultura agraria y en segundo término, por las características edafológicas, climáticas y empresariales en condiciones de satisfacer gran parte de esa casi novedosa demanda. Pero, sobre todas las cosas, por las innovaciones tecnológicas desarrolladas en estas latitudes en función de la siembra directa. A pesar de la miopía gubernamental el país se encontraba encaminado hacia los 150 millones de toneladas de granos y con un poco de incentivo era posible aspirar un horizonte de stock ganadero de 100-150 millones de cabezas bovinas. Todo eso, sin tener en cuenta la enorme crisis que se estaba por desatar a raíz de las cédulas hipotecarias de Estados Unidos.

Cuando a fines del año pasado se instaló la recesión mundial, el pánico se apoderó de países industriales que poseen acreencias, es decir, activos que podían figurar sólo en los balances, porque la platita tenía muchas posibilidades de ser cobrada el día del arquero. Llamativamente, la Quinta de Olivos no se percató de que las pampas rioplatenses y aledaños estaban en situación ventajosa. Pocos le deben plata a esta Argentina financiada a pulmón y que produce muy eficientemente lo que el mundo en crisis seguirá consumiendo: alimentos. Quizá con precios internacionales más amoldados que los del 2008, pero igualmente la producción granaria sigue siendo rentable y la lechería y las ganadería de carne están en las gateras.

El problema aparece con esa enorme caja chica, insaciable según lo visto, del gobierno nacional. Las retenciones a las exportaciones siguen atentando -lisa y llanamente- contra las ventajas comparativas del sector más dinámico de la economía argentina. El error grosero de la gestión Kirchner fue no haberse detenido a planificar el futuro del país teniendo en cuenta las bondades agroecológicas y la tendencia de la economía mundial. En vez de fortalecer, ordenar y regular esta oportunidad única en la historia, el matrimonio presidencial se dedicó a buscar enemigos internos a los efectos de vaya uno a saber qué propósitos políticos.

En estos instantes los países industriales crujen y se ajustan. No cambiarán el automóvil todos los años como solían hacerlo, se privarán durante un par de años de tomar vacaciones caras y aumentará el desempleo. Pero no podrán vivir sin el gas ruso, el petróleo venezolano y los granos argentinos. Afortunadamente el enfoque actual de los factores de la producción, además de rescatar los recursos naturales, incorpora la empresa y el I+D+I (investigación, desarrollo e innovación), todos componentes existentes y de muy buena calidad en el interior profundo de la República Argentina.

Para conocimiento del atril televisivo, existe una manera no teológica de multiplicar panes: basta con sembrar una semilla y cosechar una panoja. Porque ése es el rol de la tierra, sólo que la señora presidenta no se dio por enterada.

ANDRÉS J. KACZORKIEWICZ (*)

Especial para "Río Negro"

(*) dr-k@speedy.com.ar


ANDRÉS J. KACZORKIEWICZ

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