A una semana del comienzo de las clases se realizaron las "paritarias" para debatir los sueldos de los docentes. La ansiedad e incerteza en las familias no le importaron a nadie. Luego, con casi sospechosa velocidad se pusieron de acuerdo en una sola reunión. Seguramente hubo extorsión por un lado y falta de respuesta por el otro. El daño está hecho de todos modos; una vez más, como siempre, se usan a los alumnos, la cultura nacional y el futuro del país como rehenes. Los diarios, en cambio, publican emotivos suplementos llenos de guardapolvos blancos.
Se dio a conocer la noticia de que, por la huelga de los profesores de fines del año pasado, los alumnos aprobarían los exámenes por decreto. ¡Pobres giles los que estudiaron! Es mucho mejor ser mal alumno, en la versión casera de la "Sociedad del conocimiento" que hemos instaurado, por involuntaria colaboración entre los docentes y las autoridades educativas. Una inverosímil coalición para destruir lo poco que aún queda de la escuela pública. Excepción: los que aún tienen interés por saber algo y pueden soportar que sus compañeros los califiquen de "tragas". Este interés les suele venir de sus hogares, así que el ascenso social por el conocimiento es otra mentira más de un sistema perverso.
Discursos, en abundancia, porque estamos en la "Sociedad del conocimiento", lo que parece resolverse, sobre todo, comprando computadoras. Trabajo efectivo, ausente con aviso, a esta altura. Los 180 días de clase son un ideal casi inalcanzable y nadie sabe qué se hace durante esos 180 días o, más bien, sabemos lo que no se hace.
Lo que yo estudiaba en tercer grado de la escuela primaria, ahora lo ignoran los alumnos de tercer año de la secundaria. Lo que antes se estudiaba en la secundaria, ahora tiene que aprenderse en la universidad, en lugar de los temas profesionales. Para completar el cuadro, las carreras universitarias se han acortado en vez de alargarse para dar cabida a los nuevos conocimientos, y los edificios de las escuelas más tradicionales y antiguas del país se caen a pedazos. La imagen que uno puede hacerse de lo que serán nuestros profesionales en diez años más es apocalíptica. Salvo las excepciones: los que a pesar de las tendencias dominantes se atreven a estudiar y que no son tan pocos como se quiere hacer creer.
Los alumnos y los docentes reclaman -"repetimos" a dos semanas de la fecha de iniciación de las clases- que se repare la escuela especial de Bariloche. Tienen que salir a la calle con pancartas.
Claro que a veces se hacen reparaciones a los edificios. Lo curioso es que éstas casi siempre se hacen en marzo, cuando empiezan las clases y no hay más remedio que destapar las cloacas de las escuelas. Y, por supuesto, a nadie se le ocurre que enseñar a los alumnos a hacer sus necesidades con limpieza es, también, educación. Ni a limpiarlas: eso es trabajo infantil y está en contra de los derechos del niño y del personal no docente.
Todo esto no ocurre en las escuelas privadas: allí, los docentes no hacen huelgas, los edificios son mantenidos, los programas de estudio se cumplen, sólo que se cobran aranceles que los padres de los chicos pobres no pueden pagar. De esos aranceles se abonan los sueldos de los docentes y, en muchos casos, esos aranceles son subsidiados, además, por el Estado. En una palabra: pésimas escuelas públicas gratuitas; razonables o buenas escuelas privadas pagas, en las cuales el Estado gasta el dinero que ahorra en las escuelas públicas, ya que paga gran parte de los sueldos de los docentes. Esto es, no sólo la negación flagrante de la "Sociedad del conocimiento", sino, además, la de la proclamada distribución de la riqueza.
Resulta inverosímil tanta hipocresía y tanto cinismo que, como la escuela está para enseñar a sus alumnos, se transmiten en versión creciente.
Dentro de este cuadro, quiero rendir un homenaje a la excepción: las escuelas privadas de gestión social. Aquí se ha conseguido -aunque no que los docentes cobren del Estado en las fechas establecidas- que la comunidad participe en la gestión de la escuela, allí donde en otros lados se desentienden. Las comunidades allí han entendido que la escuela es lo que dará a sus hijos una oportunidad en la vida. Y no lo han hecho alrededor de la escuela pública, que no los alienta.
Eso, en cuanto a la educación "formal". Porque, como nos enseñan los expertos, la formal o escolar es sólo una parte de la educación de los jóvenes que son "la esperanza del futuro" o "el futuro de la Patria". Otra parte está en la calle, en el hogar, en el grupo de compañeros, en el país en su conjunto, el mundo entero. En la calle reina el caos. Hace poco vi cómo el chofer de un transporte escolar daba una clase de educación vial a sus transportados: ¡en 10 segundos cometió tres infracciones! Por supuesto, en total impunidad. El resto es conocido: las reglas no se respetan, y a veces están hechas de modo incumplible; a veces, son los mismos padres los que enseñan a sus hijos a coimear a un policía.
En la calle ocurren las amistades, también las guerras entre las "tribus" de adolescentes y la violencia de los adultos, ya que debemos luchar contra la criminalización de la juventud, que está tan de moda y puede ser una denuncia autocumplidora. La escuela también tiene que ver con este hecho: muchos adolescentes no tienen en la cabeza más que el rock, el sexo y el dinero, a veces la droga. Y la escuela no les da nada que reemplace a todo eso. La naturaleza le tiene horror al vacío -una vieja máxima de la física que se aplica también aquí. En el hogar -cuando es normal y hay un padre de familia que tiene trabajo- reina la televisión. Y en la televisión reina lo chabacano, lo trivial, la ideología del facilismo, el sensacionalismo, la violencia y el sexo. Pero en una sociedad de la pobreza, la familia desaparece como elemento de contención y la escuela, que podría cumplir ese rol, no lo hace.
Queda el país en su conjunto, donde predominan la falta de planes, el crecimiento caótico de las ciudades que se llenan de los expulsados por la sojización del campo; el interés autorreferido de la mayoría de los políticos, el no mirar más allá de las próximas elecciones y el estar continuamente en campaña. Esto también es educación.
Queda el mundo en su conjunto: crisis financieras en los países desarrollados, miseria continua en los menos desarrollados, violencia por todos lados y, en el caso de la Argentina en el mundo, dependencia de la cotización de la soja en la China.
Después, si no debe abandonar la escuela antes de haberla terminado, orgulloso poseedor de un diploma, el joven se enfrenta a la vida y su educación sigue: para poder hacer lo que aprendió a duras penas, se le exige experiencia previa. ¿Dónde podrá obtenerla? La bonanza ha terminado, y conseguir trabajo es más difícil. Hemos logrado llegar a niveles de desocupación aceptables, pero estamos en grave peligro de perderlos, así como en todo el mundo cierran fábricas, se achican las plantas de personal.
La imagen global es desalentadora. Pero hay quienes tienen la responsabilidad y el poder de cambiar algo de todo eso, y a ésos les falta sensatez y lucidez, según parece.
TOMÁS BUCH (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Tecnólogo generalista