En vista de que el ex presidente Néstor Kirchner, con la aprobación de su esposa y sucesora, nunca vaciló en trabar las exportaciones de carnes y granos por motivos netamente políticos y hasta personales, es natural que haya generado cierta extrañeza la exhortación formulada por la presidenta a los embajadores para que ayuden a que nuestros productos conquisten nuevos mercados en el resto del mundo. Aunque a esta altura pocos soñarían con reivindicar la alternativa autárquica supuesta por la consigna "vivir con lo nuestro" popularizada por el ex ministro de Economía, Aldo Ferrer, la actitud así supuesta sigue incidiendo en el pensamiento de muchos políticos, incluyendo, desde luego, a los Kirchner, pero parecería que la crisis internacional que ya se ha hecho sentir en el país los ha obligado a cambiar de opinión.
Con todo, si bien es innegable que sería muy positivo que nuestros diplomáticos emularan a sus homólogos de los demás países acostumbrados a brindar apoyo valioso a los empresarios actuando como lobbistas, es una lástima que el gobierno kirchnerista haya tardado tanto en darse cuenta de la importancia de las exportaciones, aunque sólo fuera como una fuente de ingresos y no como una oportunidad para que los fabricantes mejoren la calidad de sus productos y su propia eficiencia compitiendo contra rivales de países más avanzados. Mal que le pese a una presidenta que, lo mismo que su marido, se ha hecho notoria por su voluntad de privilegiar siempre el corto plazo sin preocuparse en absoluto por el mediano o el largo, por vigorosa que fuera una campaña destinada a impulsar nuestra capacidad exportadora no brindaría frutos en seguida. Asimismo, los errores cometidos por los Kirchner a partir de mayo del 2003 obrarán en su contra, ya que son muchos los países, entre ellos Rusia y Chile, que saben que no somos socios comerciales confiables puesto que en cualquier momento el gobierno podría decidir dejar de exportar un producto determinado porque quiere castigar al sector responsable o dar prioridad a los intereses de consumidores locales por razones electoralistas.
Que justo ahora Cristina haya anunciado lo que para un gobierno como el que encabeza sería una estrategia comercial radicalmente nueva puede entenderse, pero le hubiera sido difícil elegir una oportunidad menos promisoria. Ya antes del desplome financiero del año pasado que tanto impactaría en las economías de virtualmente todos los países y haría caer a pique los precios de los bienes agropecuarios, abrirse camino en los mercados hipercompetitivos del resto del mundo requería un esfuerzo muy grande, pero es de prever que en los años próximos los obstáculos sean más imponentes todavía, sobre todo para los deseosos de exportar productos industriales. Alemania, el Japón, China y muchos otros países habituados a acumular superávits comerciales abultados los han visto reducirse a la mitad; por lo tanto intensificarán los esfuerzos por vender más no sólo en América del Norte y Europa, sino también en África, América Latina y otras zonas subdesarrolladas. Si el gobierno de Cristina procura proteger a los fabricantes locales de lo que éstos calificarán de "dumping", nuestras empresas serán víctimas de las represalias inevitables. Si por temor a las consecuencias descarta el proteccionismo, algunas empresas no tendrán ninguna posibilidad de exportar más porque serán aplastadas por la competencia ajena.
Desgraciadamente para aquellos países cuya industria incluye a sectores que no están en condiciones de sobrevivir a menos que el gobierno nacional los rodee de barreras arancelarias y burocráticas infranqueables, no hay forma en que un gobierno pueda ser a un tiempo proteccionista cuando de las empresas locales se trata y estar comprometido con la libertad de comercio cuando es cuestión de las demás partes del planeta. Así las cosas, la tarea que les espera a nuestros diplomáticos será sin duda titánica, ya que además de tener que intentar convencer a consumidores extranjeros en potencia de comprar nuestros productos, tendrán que explicarles los motivos por los que el gobierno kirchnerista se ha mostrado dispuesto a tomar medidas que perjudican a los demás hasta tal punto que incluso nuestros socios brasileños las consideran injustificables.