Jueves 12 de Marzo de 2009 20 > Carta de Lectores
Crimen y sociedad

De todos los muchos desafíos que tiene que enfrentar el gobierno nacional, el más difícil es el supuesto por la inseguridad ciudadana. Lo es porque no hay ninguna "solución" fácil y hasta las medidas en apariencia sensatas pueden resultar contraproducentes. De por sí, ni la mano dura que reclaman las víctimas del crimen violento y quienes se identifican con ellas ni las típicas recetas progresistas que a menudo anteponen los intereses de los delincuentes a aquéllos de los ciudadanos honestos pueden garantizar los resultados deseados. Asimismo, aunque es claramente imposible despolitizar por completo un tema que afecta a muchísima gente, tanto los dirigentes opositores como los oficialistas suelen intentar aprovecharlo en beneficio propio. Los primeros criticaron con dureza a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por no haber aludido a la sensación creciente de inseguridad que se palpa en todo el país en la alocución con la que dio comienzo a las sesiones ordinarias del Congreso, achacando la omisión a su presunta conciencia de que a juicio de la mayoría se ha visto desbordada por el problema, cuando no a la hipotética relación de miembros del gobierno con grupos vinculados con el crimen organizado. Mientras, para los voceros oficiales como el jefe de Gabinete, Sergio Massa, la culpa es de jueces y fiscales "ineficientes", planteo éste que es habitual tomarse por derechista por basarse en el presupuesto de que deberían sentenciar a todos los delincuentes a cumplir penas de reclusión más largas. Parecería que es lo que quisiera la mayoría, pero para que fuera algo más que una expresión de deseos sería necesario construir más cárceles y, lo que sería igualmente importante, llevar a cabo reformas drásticas para que dejen de ser "universidades del crimen" en las que delincuentes menores se convierten en asesinos despiadados.

Si bien las estadísticas oficiales no hacen pensar que el país se vea ante un aumento delictivo sin precedentes, sobran razones para creer que la situación se ha agravado mucho en el transcurso de los años últimos. Además de los asesinatos brutales que se cometen casi todos los días, se ha hecho sentir la presencia en la Argentina de narcotraficantes mexicanos y colombianos, mientras que no es ningún secreto que drogas como el paco están provocando estragos en las muchas zonas paupérrimas del conurbano bonaerense. Existe, pues, el temor a que la Argentina pudiera estar en vías de compartir el destino del norte de México, Colombia, Venezuela y algunas grandes ciudades brasileñas como Río de Janeiro y San Pablo. Hoy en día, tales lugares son más peligrosos que Bagdad. En México, las bandas narcotraficantes se han hecho tan ricas y poderosas que conforme a algunos analistas norteamericanos su vecino podría degenerar en un "Estado fallido" en que las autoridades formales no estén en condiciones de cumplir sus funciones básicas. Todavía no hemos llegado a dicho extremo pero, a menos que el gobierno tome las medidas apropiadas, no habrá forma de impedir que la violencia siga agravándose y que el crimen organizado desempeñe un papel político cada vez mayor, lo que sería un desastre sin atenuantes.

Hasta cierto punto, la presidenta tiene razón cuando dice que el empleo es clave en la batalla contra el crimen, ya que quienes trabajan tienen menos tiempo libre, cuentan con un ingreso asegurado y se sienten más integrados a la sociedad. Pero como ella sin duda entiende, una consecuencia probable de la recesión que según algunos economistas ya ha comenzado será un aumento tal vez abrupto de la tasa de desocupación, lo que en un país como el nuestro en que las redes de contención son muy defectuosas significaría que una proporción sustancial de la población caería en la indigencia. Aunque sólo una pequeña minoría procurara encontrar en la delincuencia una salida, sería suficiente como para que se intensificara todavía más la sensación ya generalizada de que los delincuentes están ganando la guerra. En tal caso, aumentaría el riesgo de que más personas optaran por hacer justicia por mano propia, lo que brindaría a los delincuentes un pretexto para ser aún más feroces, mientras que cada vez más personas aprobarían el gatillo fácil policial, impulsando así la espiral de violencia en que la sociedad se siente atrapada.

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