Hace mucho tiempo que los docentes argentinos esperan que la diosa fortuna ilumine sus plenos reclamos de recomposición salarial. Clamores latentes que no encuentran cómo expresarse y tampoco quién los recepte, pero que están en la conciencia colectiva. Clamores, por otra parte, justificados que se elevan desde muchos rincones de la República Argentina y que no fueron ajenos a las épocas cuando la educación pública catapultaba al país.
La experiencia vivida, pues, con sus éxitos y fracasos y con su patrimonio de enseñanzas válidas, debería tenerse siempre presente para no perder de vista su objetivo supremo: la formación de la personalidad humana. Materia ésta que escudriña también el médico y educador a los fines valiosos de conceptualizar que la actividad creativa es producto de una larga y ardua tarea de la educación, cualquiera sea el nivel en que se la realice.
Acaso estamos proveyendo substancia educativa y cultural camino al bicentenario de la patria, con otro año escolar que se inicia perpetuando la incertidumbre formativa. Si desde aquel ideal de Mayo nuestro destino ha sido y es la democracia, no puede comprenderse por qué en este propicio ámbito hay tanta carencia de políticas educativas a mediano y largo plazo. Cada nuevo gobierno prometió restablecer de algún modo el esplendor de la educación argentina. Cada nuevo ministro o secretario del área representó un eslabón más en la cadena de postergaciones. Cada año, por fin, la acosada economía de los hogares pertenecientes al sector socioeconómico de ingresos fijos (peor aún la de aquellos que sobreviven en el trabajo informal) afronta la grave perspectiva de ver clausuradas las posibilidades de que sus hijos prosigan sus estudios.
Qué otra amenaza mayor podría sobrevenir después de aquella desventajosa transferencia de los institutos educativos de la Nación a la jurisdicción provincial, que contribuyó a comprometer los servicios que ésta prestaba a la comunidad. El estado de la seguridad, los planes de vivienda, recolección de basura y otros servicios esenciales, como agua potable, cloacas, mantenimiento de rutas o estructura y equipamiento de los hospitales, son ejemplos paradigmáticos de que las provincias y municipios carecen del margen económico de maniobra para absorber esta vital pero pesada carga.
El derecho de educación de los pueblos y las cíclicas medidas de fuerza de los docentes son razones más que suficientes para que finalmente se dé un cambio fundamental a través de una responsable coparticipación federal que subsane esta prolongada injusticia.
Con la nacionalización de los reclamos de recomposición salarial, una embozada y supuesta modorra de los hábitos docentes pareciera estar en boca de algunos funcionarios burócratas cuando hablan falazmente de que ganan 1.500 pesos porque trabajan cuatro horas. Deberíamos inquirirles si son realmente cuatro las que consume un docente en tiempos de preocupaciones y responsabilidades mayores y en el seno de una sociedad cuyo comportamiento está más preparado para justificar al alumno que para legitimar al docente. Además, sorprenden los eufóricos guarismos de los gobiernos sobre aumentos cuyos porcentajes se depositan en salarios cuantitativa y cualitativamente empobrecidos.
Digamos la verdad. Los presupuestos históricos a la educación se han cercenado hasta límites casi asfixiantes y para una mejora sustancial sólo es de esperar un funcionamiento de los poderes republicanos. El Estado y la sociedad deben acudir en su ayuda para dotar a las instituciones educativas de un sostén presupuestario cada vez mayor, pues el avance del conocimiento es imparable. Además, no se trata sólo de discutir el salario. Al decir de Adelmo R. Montenegro (Villa Concepción del Tío, 1911 - Córdoba, 1994), se necesitan otras "reformas irremplazables. Como se sabe, reformar es una función propia y normal de la educación, que debe hacer periódicamente una torsión sobre sí misma para actualizar sus contenidos y orientaciones y no perder de visión el futuro". Las cifras de deserción escolar y la elevada repetición es una realidad lamentable.
(*) Profesor de Cirugía, Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba.