La socióloga Maristella Svampa, en su valioso ensayo sobre el nuevo perfil de las clases sociales en la Argentina (La sociedad excluyente) ha acuñado la expresión "carisma de situación" para hacer referencia a una peculiar característica del sistema político argentino. Se trata del reconocimiento carismático que obtiene tradicionalmente la persona que está al frente del Poder Ejecutivo. Y se consigue por el lugar institucional que ocupa, con independencia de los rasgos o atractivos de la persona física que ejerce la primera magistratura.
En el caso de la Argentina, la deformación provocada por el uso de métodos clientelares, al emplearse con enorme desenfado los recursos públicos para premiar o castigar a gobernadores e intendentes, ha servido para reforzar el poder del presidente de la Nación. A tal extremo han llegado las cosas, que el "carisma" de nuestros presidentes aparece ya estrechamente vinculado con el manejo de la "caja". Cuanto mayor es el monto de los fondos disponibles, mayor resulta el poder carismático del presidente.
Existe, indudablemente, un componente institucional que contribuye al "carisma de situación" del presidente. Está vinculado con el hecho de que el presidente es elegido por el voto popular, en una suerte de plebiscito, que le brinda enorme legitimidad. Además, en el sistema presidencialista latinoamericano, el jefe del Ejecutivo que conduce el gobierno es también el jefe del Estado. Pasa así a ocupar un lugar que simbólicamente representa el conjunto del Estado, es decir a los tres poderes reunidos.
Para el común de los ciudadanos no resulta tan visible la diferencia entre ejercer la jefatura del gobierno y ostentar la jefatura del Estado. En los sistemas parlamentarios europeos, en cambio, la diferencia es bien visible, puesto que los roles se encarnan en diferentes personas: el primer ministro como responsable del gobierno y el presidente de la República -o el rey en las monarquías constitucionales- como jefe del Estado.
En el caso peculiar de Francia, que es un sistema semipresidencialista, el presidente de la República es designado en elecciones populares. Pero en el resto de sistemas parlamentarios europeos se evita otorgarle al presidente una legitimación popular en las urnas para evitar que compita con la que obtiene el primer ministro al ser designado por el Parlamento. El presidente de Alemania, por ejemplo, es designado por una asamblea muy amplia, en la que participan las dos cámaras y los representantes de los landers. Por consiguiente, es indudable que gran parte del "carisma de situación" que emana del presidente en los sistemas presidencialistas como el argentino deviene del hecho que ha sido investido de poder por elecciones populares y que ocupa una posición institucional de enorme valor simbólico.
Ahora bien. La utilización clientelar de los fondos públicos ha dado lugar a una cierta perversión del sistema de poder simbólico tradicional. Cuando las autoridades y cargos políticos -que por pragmatismo se han visto obligadas a transar con un sistema clientelar despótico- perciben que la llave que abre el grifo de los recursos públicos puede cambiar de manos en un futuro cercano, comienzan a revolverse incómodos y se disponen a efectuar nuevas apuestas. Los menos audaces optan por colocar, como inversores previsores, los huevos electorales en diferentes canastas.
La conclusión salta a la vista. Se verifica que el "carisma de situación", de origen fundamentalmente institucional, se ha visto erosionado en la Argentina por una situación fáctica que si bien en el origen acrecienta el poder del presidente, luego contribuye a debilitarlo muy rápidamente. Si en octubre las urnas brindan un resultado poco favorable para los intereses del gobierno, estaremos ya en un escenario "poskirchnerista" y no habrá "carisma de situación" que permita reconducir la erosión política del oficialismo.
A partir de entonces, la extrema debilidad del gobierno nos instalará en un escenario conocido. Cuando el mandatario pierde la mayoría parlamentaria, su poder se diluye vertiginosamente. Es un rasgo típico del sistema presidencialista: el presidente es muy fuerte cuando domina las cámaras -al extremo que el Parlamento prácticamente desaparece de escena-, pero es muy débil cuando pierde el control de una o ambas cámaras. Todos estos defectos de este tipo de sistema son algunas de las razones que alegan quienes promocionan el cambio a un sistema parlamentario. Un debate que resultará imperioso abrir a partir de octubre en la Argentina si queremos evitar seguir tropezando con la misma piedra.
ALEARDO F. LARÍA (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado y periodista