En febrero tuvo lugar en la capital española un par de reuniones relacionadas con dos autores muy presentes en la cultura argentina. Por un lado Jorge Luis Borges, un escritor de consolidada fama universal al que citan continuamente no sólo los humanistas del Primer Mundo sino hasta los científicos de las "duras", ya sea por intuiciones o por metáforas suyas relacionadas, por ejemplo, con temas de la Matemática o la Física. Por el otro Antonio Machado, el profundo poeta español sobre el que, considerado con plena justicia un clásico de la literatura castellana, acaba de saberse que sus Obras están siendo traducidas al idioma mandarín por interés del Ministerio de Asuntos Culturales de Pekín.
El tema de una de las reuniones de que se hicieron eco los diarios consistió en la presentación de la primera edición española de una novela del brasileño Luis Fernando Verissimo (de la cual tenemos aquí una traducción publicada antes por Sudamericana) que resulta una curiosidad literaria y muestra, aparte de la extraordinaria admiración del autor hacia Borges, el interés por una faceta de la obra del escritor, sus juegos detectivescos.
El raro título del libro -"Borges y los orangutanes eternos"- lleva a pensar de inmediato en ciertas opiniones conocidas de nuestro compatriota sobre policías, peronistas o militares, pero tiene que ver con otra cosa, una situación entre seria y absurda de crimen y misterio. El argumento gira sobre el desconcertante asesinato de una persona durante un congreso de admiradores de Edgar Allan Poe que se celebra en Buenos Aires para conmemorar el bicentenario del genial creador de la novela policíaca. La víctima es un profesor alemán emigrado a México tras el Tercer Reich y el victimario venga en su cuerpo, acuchillándolo en su cuarto, la muerte de su madre. Jorge Luis Borges, uno entre los que participan en el desenredo de la cosa, resulta al cabo, con un manejo sutil de los detalles del hecho criminal y luego de un despliegue abrumador de erudición paródica de varios de los que razonan, quien resuelve magistralmente el misterio.
Lo de los simios del título se vincula con el desenlace del clásico de Poe "Los asesinatos de la calle Morgue" (1841) en el que un detective aficionado, Auguste Dupin (que inspiró a Conan Doyle su Sherlock Holmes), concluye luego de un brillante razonamiento inductivo que el bárbaro mutilador de dos mujeres bajo llave -el tema del "cuarto cerrado"- en su habitación de los altos en París y en una calle populosa había sido un orangután huido del circo. La idea del texto es, dijo el autor brasileño, "jugar con los dos maestros de este tipo de novela detectivesca, Poe y Borges". Todo un homenaje para el argentino.
El aniversario de un poeta
La otra reunión de que informan los diarios madrileños -y que también nos da pretexto para alejarnos por un rato de las calamidades cotidianas de nuestro país- se ocupó de la rememoración de la obra poética del autor de "Campos de Castilla" en ocasión de cumplirse el 22 de febrero setenta años de su muerte en el exilio. Da cuenta la información de que una maciza audiencia de admiradores se deleitó en el Ateneo Cultural en un maratón de horas -desde el mediodía hasta las seis de la tarde- con la lectura de los mejores poemas de quien, junto a Unamuno, Baroja, Azorín y Maeztu, integró la famosa Generación del ´98, marcada por el dolor de la pérdida de Cuba y la esperanza inclaudicable en la recuperación de España. Se habló en particular sobre la continuidad poética de Machado en los empeños patrióticos de su juventud y su lealtad hacia la causa republicana en los pavorosos días de la guerra civil iniciada en 1936, rememorándose las circunstancias de sus días a finales del conflicto en 1939.
Se evocó allí la dolorosa peregrinación del poeta que en abril de 1938 debió abandonar Madrid asediada y refugiarse en Barcelona con su madre y su hermano José. Desde la ciudad condal en la que siguió escribiendo -aunque viejo, fatigado y enfermo- en apoyo del gobierno republicano confesó en un momento que ya no creía en la derrota del ejército insurgente de Franco. "Esto es el fin, cualquier día caerá Barcelona. Hemos perdido la guerra. Todo está claro para los políticos y los periodistas. Pero, humanamente, no estoy tan seguro...". Y, buena profecía, según nos ha mostrado lo que ocurrió con su país posteriormente al franquismo -recuperado para la libertad y la democracia-, señaló: "Quizá la hemos ganado".
La noche del 22 de enero de 1939, cuatro días antes de que las tropas rebeldes tomaran Barcelona, se unieron a un convoy hacia la frontera francesa y emprendieron un éxodo alucinante haciendo parada en varios pueblos. Por fin, la noche del 27, después de recorrer kilómetros bajo la lluvia, cruzaron la frontera habiendo abandonado en el camino todo lo que portaban, incluso los legajos con sus trabajos inéditos. Pero lograron llegar a Collioure e instalarse en un hotel gracias a un amigo. Menos de un mes más tarde, el 22 de febrero, aquejado de neumonía, el poeta murió. Se recordó que en el bolsillo del gabán de Antonio su hermano José halló algunas notas. Una de ellas era un verso, quizá el primero en la idea de un último poema: "Estos días azules y este sol de la infancia".
Y, como si faltase una nota humana interesante, se rememoró también en el homenaje -en el cual fue exhibido como tributo vivo un retoño del viejísimo olmo de Soria que inmortalizó un famoso poema de Machado- el gesto de devoción de Manuel, otro hermano suyo, poeta también pero de afinidades políticas distintas. Éste, sorprendido por la guerra en la ciudad de Burgos, ocupada por el ejército franquista, forzó un salvoconducto y tras viajar durante días por los paisajes calcinados de España pudo llegar al pueblito transpirenaico francés y depositar su ofrenda fraterna por Antonio.
HÉCTOR CIAPUSCIO
Especial para "Río Negro