El 27 de febrero de 1812, con el grito de "¡Viva la patria!" Manuel Belgrano hacía jurar nuestra Bandera a orillas del río Paraná. Era un juramento al destino de independencia y libertad asumido desde la historia común, compartida y a compartir. La patria que se vivaba, representada en la bandera, resumía los logros y anhelos de todos en un sentimiento compartido, fraterno y superador. Por ella se estaba dispuesto a dar sin límites, hasta la vida misma. Eran nuestros hombres y mujeres que se percibían nación e imaginaban un futuro valioso y próspero para todos en la tierra querida.
Hoy, a 197 años del primer izamiento de nuestra enseña nacional, es importante repensar la patria que le dio sentido al juramento.
Esa patria es la que no permite que se pretenda concebir a los pueblos como simples mercados y los vínculos entre los hombres como una mera relación de competencia. En ella hay lazos afectivos, históricos y jurídicos que no pueden reducirse a una dinámica individualista en la que sobrevive sólo el más fuerte. Para la patria todos y cada uno somos valiosos. Ese abrazo fraterno es lo que nos permite sentirnos una nación. En ella, el perfeccionamiento y la superación deben canalizarse con criterios de inclusión y no de marginación. El tener un pasado común nos obliga a todos a pensar y trabajar un futuro digno, sin discriminaciones.
La patria implica también una sociedad que se asume con derechos y deberes. En ella, un Estado que nunca puede concebir a los ciudadanos como si fueran clientes. El papel de cliente es una concepción del pueblo peligrosa, discriminatoria y antidemocrática. El cliente sólo lo es si compra algo, para lo cual acuerda el precio y lo paga; además, no tiene nada que ver con la toma de decisiones del negocio. El Estado no es un negocio, no todo lo que se le requiere tiene precio, no siempre lo que brinda debe pagarse por el que lo solicita y la participación ciudadana es esencial en su dinámica. Así, el Estado articulador de la comunidad se debe optimizar, pero evitando reducirlo sólo a una concepción de gerentes que analizan la problemática social como una simple operación de costos.
Tampoco el delito organizado puede condicionar los valores que nos nutren y menos el miedo quitar la esperanza, cuando desde la inseguridad se busca condicionarnos y no permitir que se construyan puentes que ayuden a enfrenar los desafíos de manera conjunta, sin exclusiones ni prejuicios.
La patria nos invita a integrarnos a un mundo globalizado pero con identidad propia, bajo pena de diluirnos como pueblo. Tenemos que rescatar el orgullo nacional, sin soberbia. Se deben superar desalientos que llevan, a veces, a que nuestros jóvenes peleen para conseguir una visa y emigrar. Tampoco se puede aceptar que nos hagan aparecer como un país más o menos riesgoso sólo en base a la temperatura de la especulación financiera. La independencia querida con libertad nos obliga a luchar por las necesidades de nuestra sociedad evitando que leyes del mercado o presiones económicas nos anulen el futuro. La deuda externa debe analizarse desde su justificación moral y los derechos humanos que deben garantizarse a las naciones.
Patria también es la religiosidad de nuestro pueblo, en un país que respeta a los no creyentes pero se identificó siempre con el Dios fuente de la Razón y la Justicia, como lo pregona el Preámbulo constitucional. Porque, como bien lo resalta Ernesto Sábato en su libro "La resistencia", "si Dios no existe todo está permitido... la vida se siente como un caos, cuando ya no hay Padre a través del cual sentirnos hermanos, el sacrificio pierde el fuego del que se nutre".
La patria necesita imperiosamente de patriotas que reconstituyan los lazos entre la dirigencia y el pueblo, ayuden a superar las intranquilidades y trabajen para una sociedad justa y equitativa. No podemos permitirnos que la difícil realidad nos paralice.
Mas se debe valorar todo lo que de patria implica el esfuerzo cotidiano de tantas mujeres y hombres que, heroicamente, día a día ayudan a construir lazos solidarios y dan lo mejor de sí para el bien común.
La verdadera patria invita al encuentro en los afectos, anuda las generaciones, permite valorar las grandes y pequeñas cosas, da sentido a la vida y alivia las dificultades al poder compartirlas. Por ella y desde ella, nuevamente, como en las barrancas del Paraná, volvamos a jurar nuestra bandera, ¡Viva la patria!
MIGUEL JULIO RODRÍGUEZ VILLAFAÑE (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado constitucionalista cordobés