Hace días escuchaba a una dirigente de una ONG dedicada al seguimiento de la ética gubernamental, esto es, en términos generales, patrimonio, regalos, viajes, en fin: los atributos del poder, los obsequios diplomáticos.
El tema giraba en torno de los regalos que las y los presidentes reciben mientras dure su mandato, y qué hacen con ellos. Se habló mucho y muy críticamente, por cierto; pero en conclusión, lo que hacen con los presentes oficiales sólo lo sabe quien los recibió, porque parecería que aunque la legislación obliga a dejarlos una vez que se van, en la realidad se van con sus regalitos. Costosos, únicos y a veces útiles, me refiero a vehículos o joyas, o de ornamentación muy placentera, como cuadros, artesanías de todas partes del país y del mundo?
Y la dirigente ponía como ejemplo -cuándo no- a los Estados Unidos. Contaba que en la Casa Blanca hay un salón para cada presidente donde se exhiben todos los regalos recibidos durante sus mandatos.
Mi primera apreciación fue, como suele ocurrirme, mezcla de sentido común y banalidad: ¡si fuera cierto, van a tener que agrandar la Casa Blanca! Convengamos: algunos regalitos habrá, pero ¿todos?
Como una cosa lleva a la otra, me acordé de una película de espionaje protagonizada por Gene Hackman y Kevin Costner, cuyo título en castellano es "Sin salida". En síntesis, y para el tema que estoy comentando, el Ministro de Defensa de los EE.UU. -Hackman- tiene una amante a la que le regala, entre otras menudencias, un joyero ricamente labrado. Cuando Costner se convierte en el rival del ministro -en la cama de la dama- alaba el joyero, y ella le dice "no le costó nada, es del gobierno de Birmania".
En realidad, creo que así son las cosas; presidentes, ministros, gobernadores, masculinos y femeninos, no creo que devuelvan lo que en realidad, no les pertenece, puesto que no fueron regalos personales, sino en función de sus atributos de mando.
Y esta otra cosa derivó en otra, que es la siguiente: cuando tuve ocasión de visitar el museo de la Casa Rosada, me llevé varias sorpresas. En primer lugar, es más chico que un salón para casamientos y cumpleaños, si bien la primera impresión es que no, porque tiene muchos recovecos, idas y vueltas.
La segunda sorpresa fue constatar cuán pocos atributos presidenciales estaban en exhibición; me refiero a la banda y bastón de mando, tradición que, según me informaron, se remonta a casi toda nuestra historia presidencial. Siguiendo los mandatos de mi corazón, busqué los de las presidencias de Juan Domingo Perón. Nada. Ni bastón, ni banda. Mi primera, romántica interpretación, es que los gobiernos militares habrían hecho desaparecer estos objetos símbolos del poder peronista; después de todo, habían hecho desaparecer miles de personas, ¿qué eran unos objetos más? Ni siquiera respiraban.
Así que me dirigí a la responsable del museo, casi segura de corroborar mi hipótesis. Pero no. La realidad, que es la única verdad, tenía un carácter tan prosaico y privatista que me asombró: resulta que cuando el o la presidente se va, sus familiares tienen derecho a llevarse "sus" cosas, que no son sus cosas sino los atributos del poder. Y la familia se llevó todo. No era el único caso: si usted se da una vuelta, observará muy pocos bastones y bandas presidenciales. No hay ley para esto.
¡Y nosotros preocupados por los regalitos!
Tengo la intuición, difícil de poner en palabras, de que hay una lección en todo esto, una lectura marginal y a la vez profunda. Se me cruzan palabras como pobreza institucional, rapiña, impunidad, como si los objetos fueran el símbolo de actitudes, de pautas culturales aceptadas o toleradas, y tal cosa queda clara por su ausencia; que la ausencia, como el silencio, grita su mensaje. En cuanto a un salón para los regalos de cada presidente norteamericano?¡hummmmm!
MARÍA EMILIA SALTO
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