Domingo 01 de Marzo de 2009 22 > Carta de Lectores
Un sistema disfuncional

Como suele suceder luego del intermedio supuesto por las vacaciones de verano, los docentes de buena parte del país, con los rionegrinos a la cabeza, ya han dejado saber que no habrá clases hasta que consigan los aumentos salariales exigidos por los sindicatos. De ser así, el año lectivo que está comenzando resultará ser todavía más agitado que los anteriores, lo que perjudicará terriblemente a los millones de jóvenes cuyas perspectivas ya son sombrías y también, claro está, al país. Aunque los docentes son perfectamente conscientes de esta realidad -después de todo, es de suponer que cuando eligieron su profesión entendían que los frutos de su trabajo no madurarían en seguida sino años después, pero que así y todo no podrían darse el lujo de perder un solo día de clase por motivos laborales-, los dirigentes sindicales han logrado persuadirlos de que no hay ninguna contradicción entre su presunta vocación y la costumbre ya tradicional de parar por semanas e incluso meses en una lucha interminable por más dinero.

Al igual que sus equivalentes de otros países, los líderes de los sindicatos docentes privilegian su condición de sindicalistas por encima de su eventual compromiso con la docencia. No les importan ni la educación como tal ni el destino de los muchos alumnos que, a causa de las deficiencias de un sistema disfuncional, se verán marginados de por vida, porque se sienten obligados a mantener convencidos a los afiliados de su voluntad de ir a cualquier extremo a fin de defender sus intereses económicos. Como todo dirigente sindical sabe muy bien, la militancia paga. Por su parte, la clase política en su conjunto no ha logrado encontrar una forma de superar una crisis que desde hace muchas décadas plantea un peligro estratégico al país. Aunque todos afirman concordar en que hoy en día la educación es absolutamente clave, sólo se trata de palabras. Todos los años los sindicatos emprenden las mismas maniobras, reivindicando sus reclamos con el discurso de siempre, mientras que los voceros gubernamentales de turno reaccionan diciéndoles que no cuentan con el dinero necesario para satisfacerlos. ¿Ayudaría a salir del impasse preguntar por medio de un referéndum a los contribuyentes si están preparados para abonar un impuesto educativo especial? Sería poco probable: la mayoría cree que los impuestos ya son excesivos y a los sindicalistas no les gustaría para nada porque los enfrentaría con "el pueblo".

Cuando la economía crece a casi el 10% anual, gobernar es relativamente fácil, puesto que hay dinero suficiente como para aplacar a los muchos que se sienten postergados y por lo tanto con derecho a reclamar más. Cuando crece poco o, peor, cuando tiende a achicarse, en cambio, gobernar puede ser una tarea pesadillesca. Según el ministro de Educación, Juan Carlos Tudesco, el país no está en condiciones de otorgar mejoras salariales a los docentes. Comparten su opinión los gobernadores provinciales, lo que puede entenderse porque sus jurisdicciones ya están en apuros. En vista de que todo hace pensar que pronto estaremos en recesión, si aún no lo estamos, la posibilidad de que la situación se modifique en lo que queda del año es mínima, de suerte que un eventual aumento generalizado para los docentes significaría menos dinero para los demás. Puesto que, algunos padres aparte, nadie está dispuesto a hacer sacrificios en aras de la educación, ceder ante los sindicatos docentes, cuya afición a los paros prolongados ya les ha costado el apoyo popular, en un esfuerzo por aplacarlos no podría sino debilitar todavía más una economía que ha sido socavada por el miope populismo kirchnerista y por la caída del valor de las exportaciones atribuible a la brutal crisis internacional. Que muchos docentes sientan que los aumentos propuestos por el gobierno local son inadecuados es lógico. Debido a la inflación, su poder de compra se ha reducido mucho en los meses últimos y es natural que quieran recuperarlo. Pero la mayoría de los habitantes del país se halla en la misma situación y, si todos reaccionaran del mismo modo, la economía se paralizaría por completo con el resultado de que todos, con la excepción de quienes saben aprovechar las dificultades ajenas, se empobrecerían todavía más.

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