Chimérica -China más América- parece un matrimonio celebrado en el paraíso. El este chinamericano ahorra. El oeste chinamericano gasta, consume barato. Las importaciones desde el este bajan la inflación en el oeste. El ahorro de la Chimérica del este baja los intereses. Los salarios del este bajan los costos de trabajo en el oeste. Bajan el costo de endeudamiento y rentabilizan los negocios de las grandes compañías del oeste en el este" y finaliza el párrafo "?usted podría tener en el oeste una hipoteca sin ingreso, sin trabajo, sin bienes".
Ésta es la hipótesis, una de las hipótesis de Robert Skidely en su artículo "Can you spend a dime" reseña del libro de Niall Ferguson The ascent of money: a financial history of the world (Pinguin 2007) en el New York Review of Books.
Unos días después en Davos, cuando un periodista del "Corriere della Sera" consulta a N. Ferguson la necesidad de reunir al G20 para examinar la crisis, responde con toda franqueza: "Es inútil, sólo debe discutir Estados Unidos con China, es decir el deudor con su acreedor".
Esta crisis tiene una magnitud mayor que la de 1929. George Soros declara: "En 1929 la deuda de Estados Unidos era de 130% del PBI y subió a 160% con la crisis. En el 2008 es de 350%, pero va a llegar a 500% y esto no tomando en cuenta los derivados financieros" ("La Nación", 29/1/09, p. 2, Segunda Sección). A su juicio, "lo inédito fue la quiebra de Lehman Brothers el 15 de setiembre de 2008, que adeudaba 70.000 millones de dólares. Fue la respuesta de un gobierno fiel a los mercados. Bien si gano. Mal si pierdo. Jugador excluido". Receta de Soros: "Ahora los gobiernos son la única fuente de crédito y tiene un rol fundamental, pero es una situación de emergencia. Temporaria" (Ibídem). Inédita porque consistente en un mundo de pragmáticos, Bush fue fiel a sus principios económicos.
La crisis ha comenzado, se intuye su magnitud (sin duda mayor que la crisis de 1929 pero se desconocen las causas y la profundidad. No es sólo la explosión de la burbuja inmobiliaria, tampoco exclusivamente la especulación financiera. La crisis de 1929 terminó con el régimen del patrón oro en Estados Unidos y Europa. En la Argentina terminó con el régimen constitucional, la creación del Banco Central y el abandono del patrón oro, la creación de las Juntas Reguladoras de las actividades agropecuarias con el regreso de los conservadores al poder. Fue la mayor intervención del Estado en los mercados durante el siglo XX hasta ese momento. (Es difícil entender la situación argentina sin reflexión, sin repensar la década del treinta. No es idea mía, lo sugiere Halperín Donghi en sus memorias).
Un observador riguroso como Hernando de Soto apunta al núcleo duro del capitalismo y dice: "Lo que ha ocurrido es algo sumamente interesante si no fuera tan pavoroso. Los 2.000 millones de personas que manejan la economía con valores compartidos, la economía globalizada, crearon un sistema de valores representativos, entre ellos los bonos subprime, que dejaron de ser registrados como deberían. La propiedad es un sistema legal cuyo objetivo es, según normas de derecho, dar claridad a la relación entre los sujetos y los objetos con los que la gente trabaja en el mundo".
Y luego esta observación: "El sistema de propiedad pasó de un sistema certificado por normas avaladas por el Estado a manos de banqueros o especuladores que emiten certificaciones a las que no pueden responder. Ésta es una quiebra del sistema de propiedad (subrayado por FD). Lo que ocurrió en el mundo globalizado es que entraron en un nivel de informalidad enorme, que es la falta de formas que nos representan. Occidente se olvidó de qué es lo que verdaderamente le otorga superioridad: la base de su éxito no es una ventaja cultural sino un mejor sistema legal, una seguridad sobre la propiedad que les permitía hacer transacciones transparentes, una serie de instituciones a las que no hemos dado importancia en el Sur ("La Nación", 12 de octubre de 2008).
De la mano de De Soto ingresamos a otra dimensión: una perspectiva ética. La primera ayuda estatal al sector financiero para restablecer los mercados derivó en 20.000 millones de dólares, que se autoasignaron prioritariamente los CEO de las grandes corporaciones. Para decirlo como el presidente de los Estados Unidos, "una vergüenza... legal".
El señor Madoff ha estafado en 50.000 millones de dólares a los ricos del mundo. No es Robin Hood precisamente. Muchos lo aplauden, pero es el Estado (con excepciones) el que se hace cargo de esto. Madoff descansa en su casa después de 30 años de esfuerzo para consolidar la estafa del siglo.
El señor Allen Stanford, propietario del banco homónimo, anuncia una auténtica defraudación por 7.000 millones de dólares que afecta sobre todo a inversores latinoamericanos creyentes en la solvencia de los bancos e instituciones crediticias norteamericanas avalados por reiteradas calificadoras de riesgo.
No hubo límites para la especulación en el dinero ni en el petróleo ni en los commodities. Tampoco para la corrupción en los mercados (empresas quebradas seguían siendo calificadas up grade), ni en la sociedad civil. En el Estado es usual. "Algo huele mal en Dinamarca", escribiría Shakeaspeare.
La crisis de 1929 en Estados Unidos tuvo un impacto institucional, pero no la destrucción del mismo como entre nosotros.
¿Es posible -me he preguntado y preguntado- comprender y explicar el mundo desde la periferia?, ¿desde una doble periferia, desde el interior profundo de la periferia?
Se puede intentar al menos. Si los parámetros del centro-mundo -como dice Waleerstein- se encuentran donde se encuentran y suponiendo que existan (a mi juicio el centro-mundo no es un lugar geográfico sino una relación), los parámetros son escogidos a partir y en el interior de esa relación.
De modo que lo nuestro es por una parte tomar distancia de la simplificación corriente en América Latina de responsabilizar afuera por lo que pasa adentro, sin advertir que adentro y afuera son dos caras de la misma moneda: la conexión, el sistema de relaciones. No hay crisis unidimensionales, ni políticas, sociales ni económicas. La llamada crisis global es la ruptura de un marco de relación entre el Estado y los mercados y el reconocimiento de una necesaria nueva rearticulación.
El mito de la autorregulación de los mercados es sólo comparable al de la neutralidad del Estado. La crisis no hace sino desnudar la naturaleza de uno y otro, y obligarnos a repensar sus términos desde aquí y ahora.
FRANCISCO DELICH (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado, sociólogo y docente universitario