Desde la llegada de Cristina Fernández al poder en la Argentina, la relación con Estados Unidos marchó más tiempo por el camino de la tensión que por el de la sintonía.
A escaso tiempo de la asunción de la presidenta, estalló el escándalo de la valija, con el inefable empresario venezolano Antonini Wilson tratando de ingresar en forma ilegal, 800.000 dólares que, según aseveraron testigos a la justicia norteamericana, venían destinados a la campaña presidencial de la santacruceña. Con semejante escándalo como telón de fondo y a través de su embajador en Buenos Aires, Earl Anthony Wayne, Washington dejó un claro mensaje al Gobierno una vez finalizado el juicio en Miami: "hay que trabajar para mejorar la relación" bilateral.
El diplomático recordó a fines del año pasado que, "después de febrero, hubo muchos visitantes de los Estados Unidos en Argentina, funcionarios y delegaciones del Congreso para recomponer la relación".
Sin embargo, tanto intento por aproximar el vínculo no calmó el enojo de los K. Un día después de que Wilson admitiera, en una grabación del FBI, que la valija que trajo al país era en realidad de Claudio Uberti, la Cancillería salió a decir que las relaciones entre Argentina y EE.UU. estaban "afectadas" y denunció que el juicio de Miami es una "operación con fines políticos".