Domingo 22 de Febrero de 2009 Edicion impresa pag. 30 > Sociedad
Viaje a un mundo ideal entre los hielos y el mar
Argentina cumple 105 años en el continente. Es la última frontera virgen que tiene el planeta. Doce naciones con presencia en un lugar privilegiado.

BUQUE VASILIY GOLOVNIN, ANTÁRTIDA ARGENTINA (Enviado especial).- La Antártida no es para impacientes. Finalmente llegó el buen tiempo y la nieve acumulada encandila los ojos. Hace cuatro días que el "Golovnin" navegaba en redondo en medio de un mar revuelto por el viento y la nevisca, entre enormes témpanos de hielo a la deriva en el estrecho que separa la isla Seymour de la península antártica. El buque aguardaba una "ventana" en la meteorología para desembarcar a sus pasajeros en la base Vicecomodoro Marambio y la espera no fue inútil.

Contratado por el ministerio de Defensa para la campaña Antártica 2008-2009, el Golovnin es un barco ruso de 20 mil toneladas, con dos poderosos helicópteros Kamov 32 a bordo, apropiados para transportar a tierra el abastecimiento y el personal científico y militar que despliega actividades en las seis bases permanentes y las siete temporarias que la Argentina mantiene desde hace más de un siglo en el continente blanco.

Un cronista y un fotógrafo de "Río Negro" tuvieron el privilegio de ser los primeros periodistas argentinos que viajaron en este barco de casco reforzado, construido para lidiar con los hielos del ártico, que el gobierno argentino charteó para reemplazar los servicios que prestaba el rompehielos Almirante Irízar, todavía en reparaciones luego del incendio que lo dejara fuera de servicio hace más de dos años.

Los enviados abordaron el buque en medio de un temporal de viento, nieve y lluvia frente a la base antártica Frei, emplazada en la isla 25 de Mayo, al norte de la península, luego de volar durante casi tres horas desde Río Gallegos en un Hércules C 130 de la Fuerza Aérea sobre las aguas turbulentas del estrecho de Drake, hacia el fin del mundo.

Desde entonces, el mal tiempo acompañó la travesía entre la isla -donde además del asentamiento de Chile hay otros de Argentina, Corea, China y Rusia-, y las bases argentinas Esperanza, Petrel y Marambio.

En el trayecto, el Golovnin se cruzó con varios cruceros lujosos que jugaban a las escondidas entre los témpanos enormes que se desprenden de las costas en el Mar de Ross. Con sólo rozarlos, los elegantes navíos podrían destrozar sus impecables cascos blancos, totalmente inapropiados para estos rumbos, como si fueran de papel.

Visitar la Antártida es una experiencia casi mística que además está de moda. Entre los pocos que tienen el privilegio de vivir aquí un invierno reina un clima de cooperación y armonía. No podría ser de otra forma en un sitio donde están prohibidas las armas, no se puede cazar ni pescar y contaminar el medio ambiente es simplemente inconcebible.

Se calcula que el verano pasado dos centenares de barcos turísticos se asomaron a las gélidas aguas australes para pasear a los asombrados turistas, en su mayoría europeos o norteamericanos de la tercera edad, que pueden pagar entre 5.000 y 9.000 dólares para poner un pie en alguna de las bases aisladas que pueblan la última frontera virgen del planeta.

Esperanza recibe a los asombrados pasajeros de hasta 12 cruceros por semana, fletados desde Ushuaia. Y la base chilena, que tiene una de las mejores pistas de aterrizaje de la Antártida, ya cuenta con instalaciones hoteleras cinco estrellas, aunque por ahora sólo puede alojar a un número limitado de turistas. El príncipe Alberto, de Mónaco, fue uno de sus últimos huéspedes y se esperaba por estas fecha el arribo de Máxima Zorreguieta, la princesa de Holanda.

Pero el turismo es sólo la arista más novedosa de este remoto confín. Por estas latitudes se desarrolla una intensa actividad científica fruto de convenios entre la Dirección Nacional del Antártico (DNA), dependiente de la Cancillería y distintos centros de investigación argentinos y extranjeros. La capa de ozono y el calentamiento global, juntamente con el estudio de los desplazamientos de las masas continentales y el relevamiento sísmico, son algunos de los aspectos científicos que se investigan en la zona.

Algunos de esos fenómenos, como el del cambio climático, ya se advierte a simple vista en el progresivo descongelamiento de las barreras de hielo y en la irrupción de la lluvia, antes desconocida por estos lares.

Además de científicos de distintas nacionalidades, las bases antárticas albergan al personal de las tres fuerzas armadas que se ocupa de los aspectos logísticos. Muchos de sus integrantes pasan su campaña anual con sus familias. Precisamente, el 2 de marzo próximo, está previsto que la presidenta Cristina Fernández o en su defecto la ministra de Defensa Nilda Garré inaugure el ciclo lectivo en la nueva escuela de la base Esperanza- la vieja se quemó hace poco-, cuya construcción está finalizando la dotación del ejército destacada allí (ver nota en página siguiente).

Por lo pronto hoy, domingo 22, se cumplen 105 años de presencia argentina ininterrumpida en la Antártida. Desde febrero de 1904, cuando se creó una estación meteorológica y la primera base permanente en las Islas Orcadas del Sur, el país mantiene pretensiones soberanas sobre una porción del continente.

Pero más allá del triángulo que encierra la península helada que aparece al pie de todos los mapas escolares, el tratado Antártico firmado por la Argentina y otros 12 países en 1959 congeló de hecho el debate acerca de la soberanía sobre estas tierras en las que, se descuenta, el recurso pesquero es prácticamente inagotable y sobran los minerales y los hidrocarburos.

El tema, recién se podrá volver a discutir en el 2041. Pero además, protocolo rubricado en 1991 en Madrid estableció férreas normas para la preservación del medio ambiente antártico que contrastan con la desaprensión y el descontrol que reinan en el resto del planeta.

De hecho, en cumplimiento de los principios del tratado, el Golovnin ha ido retirando, base por base, toneladas de desechos acumulados durante los últimos dos años.

Es que tanto en lo que hace a la cooperación entre las distintas nacionalidades como en el aspecto científico o en materia de contaminación ambiental, la Antártida es la excepción.

Como reflexionó ante "Río Negro" un joven militar que se apresta a cumplir su primera invernada en la zona, "la Antártida es un mundo ideal: no usamos plata, ahorramos el agua, no contaminamos, no tenemos armas ni nacionalidad, solamente estamos acá para ganar como seres humanos".

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