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El proteccionismo cobra fuerza | ||
Lo mismo que todos los demás gobiernos, el argentino y el brasileño entienden que el proteccionismo es malo por principio y que de rodearse las distintas economías nacionales con barreras destinadas a impedir el ingreso de bienes foráneos, la recesión mundial no tardaría en convertirse en una depresión, pero sucede que ambos son genéticamente proteccionistas, razón por la que sus representantes respectivos siguen reuniéndose en un esfuerzo vano por llegar a un acuerdo que ponga fin a los conflictos que, al profundizarse la crisis internacional, están surgiendo con frecuencia cada vez mayor. En teoría, el que los dos países sean integrantes del mismo bloque comercial, el Mercosur, debería ser más que suficiente como para garantizar que se superen con rapidez los problemas causados por los "desequilibrios", pero la verdad es que no ha servido para mucho. Tanto nuestro gobierno como el brasileño se han habituado a tomar medidas sin consultar con el "socio", brindando así a los perjudicados un pretexto para reclamar que se tomen represalias, de suerte que en cualquier momento podría estallar una pequeña guerra comercial. En la actualidad, la Argentina tiene un déficit muy fuerte, del orden de 4.000 millones de dólares anuales, en el intercambio con Brasil, razón por la que abundan los empresarios que creen que ha llegado la hora de instrumentar medidas drásticas para reducirlo. Los productos más afectados son, como suele ser el caso, los textiles, los electrodomésticos y los metalúrgicos, ámbitos en que, por desgracia, nuestro país dista de ser competitivo. A fin de defender la industria local, ya se aplican medidas burocráticas proteccionistas so pretexto de luchar contra la subfacturación y la evasión impositiva, lo que ha motivado las protestas previsibles de los brasileños que quieren que su propio gobierno reaccione con más vigor, afirmando que de lo contrario los chinos los reemplazarían en el mercado argentino. Huelga decir que se trata de una alternativa que alarma a todos, pero por ser tan impresionante la capacidad exportadora de China, prevenirla requeriría dosis crecientes de proteccionismo por parte de ambos países que, claro está, contribuirían a empeorar un panorama mundial ya deprimente. El que los dos integrantes mayores de lo que se supone es por lo menos una unión aduanera, una que según sus impulsores más ilusionados debería evolucionar hasta convertirse en una versión sudamericana de la Unión Europea, con un parlamento regional y una moneda común, no puedan solucionar con facilidad los problemas vinculados con heladeras, zapatos y otros bienes de consumo, hace temer que, pese a la supuesta convicción de virtualmente todos los mandatarios del planeta de que hay que defender la libertad de comercio porque de lo contrario las consecuencias serán desastrosas, estemos ingresando en una etapa en la que los distintos países procuren salvar a sus propios fabricantes, sin preocuparse demasiado por los perjuicios sufridos por el conjunto. Que éste sea el caso puede entenderse -todo gobierno tiene que privilegiar los intereses locales por encima de los ajenos-, pero el resultado será que todos perderán. Los países que se han acostumbrado a disfrutar de superávits comerciales abultados, entre ellos Alemania, el Japón y, si bien parece que hasta ahora no está en recesión, China, ya se han visto golpeados con suma dureza por la caída del consumo en el resto del mundo. También están sintiendo los efectos dolorosos de la crisis la Argentina y Brasil, de ahí los intentos de los dos gobiernos de administrar el comercio bilateral e internacional con el propósito de minimizar su impacto, aunque saben muy bien que de intensificarse el repliegue que está en marcha los consumidores locales sufrirán las consecuencias, al verse obligados a pagar más por bienes de calidad inferior. De repetirse el mismo fenómeno en otras partes del mundo, lo que con toda seguridad ocurrirá si el presidente estadounidense Barack Obama cede ante las presiones proteccionistas de sus partidarios demócratas y de los sindicatos, no habrá ningún modo de impedir que las peores pesadillas de quienes creen que estamos en vísperas de una depresión prolongada se conviertan en realidad. | ||
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