| ||
Postales únicas entre la estepa y la orilla del mar | ||
La Ruta 1 invita a hacer una pausa en el viaje por la costa rionegrina. Cañadones, pasto, médanos y mar se mezclan en imágenes y aromas. | ||
PUERTO SAN ANTONIO ESTE (ASA).- En medio de la premura por llegar al punto elegido para pasar las vacaciones, todavía existen senderos en los que la naturaleza invita a replegar las ansias, sólo para demorarse en el disfrute de un paisaje en el que conviven postales irreconciliables, como en un montaje fantástico compuesto sólo para los ojos de los viajeros. Los que se adentren en el sendero de ripio que comienza en una desviación cercana a la baliza "San Matías" del Puerto San Antonio Este, luego de transitar aproximadamente 45 kilómetros en dirección a esa villa portuaria desde el emplazamiento del puesto caminero, verán que la Ruta 1, en ese tramo en el que el pedregullo característico no admite locas carreras, alberga imágenes increíbles. A ambos lados del camino, paisajes diferentes que al conjugarse ante la mirada de los conductores producen un escenario único mezclan colores, sonidos y fragancias que sólo puede regalar la naturaleza. De un lado los caprichosos cañadones conviven con médanos que van variando su imagen ante la acción del viento, que es una presencia más que impone el paisaje, como ayudando a "ligar" la reciedumbre de la estepa patagónica con el susurro del mar que reina del otro lado de la ruta. Al amparo de la vegetación que mezcla dorados, ocres y verdes diversos, se dibujan en lo alto las siluetas de los guanacos y sus crías, que permanecen ajenos a la curiosidad de los que se regodean ante su aparición. Más abajo, las vacas pastan dibujando manchones negros, blancos y castaños sobre el campo, con esa estampa pacífica que quiebra el chirrido de los pequeños molinos que surgen como trazados en sepia y "rompen" con sus aspas la quietud de la imagen. Sin embargo, el mismo cielo vasto que surca ese escenario desértico, es el que al otro lado del camino se une con los azules profundos y los blancos radiantes de un mar que se extiende sin límites, plegándose y desplegándose sobre una arena terrosa que deja entrever las piedras salpicadas del verdor de las algas que alberga la restinga. Antes de llegar al mar Claro que antes de llegar al mar, la mirada sube y zigzaguea por los acantilados, que cuando permanecen cubiertos por la contundencia de la pleamar hacen pensar que el auto navega por la cubierta de un barco, guiado por el oleaje que lo ocupa todo al crecer, o que transita por una extraña superficie lunar cuando la bajamar reina y el lecho marino descubre sus cráteres y sus promontorios rocosos recibiendo a lo lejos la corriente de espuma. Sobre este otro escenario, la fauna que se despliega es huidiza, y los ojos deben estar atentos para captar la vida que se muestra a través de extraordinarias "instantáneas", que llenarán el alma del disfrute que brinda el mar en estado puro cuándo en medio de su movimiento nos descubre un fragmento de ese mundo que palpita bajo sus aguas. Orcas, delfines "nariz de botella", lobos marinos y hasta la posible aparición, según la época del año, de algún ejemplar de ballena franca, pueden surgir en medio del oleaje. Los otros habitantes marinos, esos que evocan en el paladar los sabores de un golfo adorado por el mundo gourmet, se despliegan en las rocas adentrándose también en el agua, como las cholgas, almejas o mejillones, o hacen vibrar levemente la superficie del mar, delatando los cardúmenes de pejerreyes, meros o cazones. Surcando la imposible postal, gaviotas, gaviotines y pájaros característicos de la estepa anidan a ambos lados de la diversidad natural que conjuga el camino, ése que hay que recorrer sin prisa, para no perderse la magia de la puesta que por un segundo funde todos los colores reinantes bajo la luz naranja del ocaso. | ||
Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí | ||