Gracias a su popularidad indiscutible entre la mayoría paupérrima de los venezolanos y a la movilización a su favor de todo lo vinculado con el Estado, violando así una regla democrática fundamental, el presidente Hugo Chávez ganó con comodidad el referendo por la reelección indefinida. Como tantos otros mandatarios no sólo en América Latina sino también en otras partes del mundo, Chávez se cree imprescindible y parecería que una proporción elevada de sus compatriotas comparte su opinión. Para los que hicieron campaña por el No, la aprobación de la enmienda constitucional por más del 50 por ciento de los votantes fue sin duda un revés doloroso, aunque no los habrá sorprendido demasiado puesto que muchos antichavistas habituales asumieron una postura más bien neutral frente a la innovación porque, al fin y al cabo, el que los intendentes y gobernadores también resultaran beneficiados por la reelección ilimitada contribuyó a atenuar su fervor opositor. De todos modos, en el referendo similar que se celebró en diciembre del 2007 Chávez perdió por un margen estrecho, y puesto que desde entonces los problemas económicos y sociales de Venezuela se han agravado mucho, los persuadidos de que en adelante su poder propendería a agotarse creyeron tener buenos motivos para suponer que en esta ocasión triunfaría con holgura la tesis opositora, pero sus esperanzas en tal sentido resultaron ser ilusorias. Parecería que, lejos de ayudar a los contrarios a las reelecciones ilimitadas, las dificultades de todo tipo que enfrentan los venezolanos sirvieron para convencer a muchos de que les sería mejor aferrarse al oficialismo chavista de lo que sería arriesgarse desafiándolo y de esta manera desatando una crisis política fenomenal.
Con todo, el que Chávez haya conseguido el derecho a postularse nuevamente en el 2012 no necesariamente significa que tenga el triunfo garantizado. Por depender tanto Venezuela del precio del petróleo, que es virtualmente el único producto que está en condiciones de exportar, las perspectivas ante el país, y ante los encargados de gobernarlo, distan de ser promisorias. Además de convivir con una tasa de inflación que ya supera el 40 por ciento, los venezolanos de recursos modestos se ven perjudicados por el desabastecimiento que afecta sobre todo a los alimentos que ya faltan en los supermercados de los barrios populares. Por "socialista" que sea la Venezuela actual, los bienes básicos cuestan tanto como en Europa occidental y más que en Estados Unidos, aunque los ingresos de todos salvo los integrantes de una elite reducida son varias veces inferiores.
Chávez, pues, ha conseguido revalidar su poder y su autoridad justo cuando su país está comenzando a sufrir el impacto de una crisis internacional que podría intensificarse muchísimo en los meses próximos. Como tantos otros gobiernos de países petroleros, toda la estrategia económica de Chávez se basa en el presupuesto de que el precio del crudo continuaría siendo altísimo, superior a 60 dólares por barril como mínimo, pero sucede que últimamente ha caído por debajo de 40 dólares y no se espera una alza sostenida hasta que la economía mundial haya comenzado a recuperarse. Es de prever que para contrarrestar las críticas inevitables a su gestión, Chávez achacará todos los problemas relacionados con la crisis al "imperialismo" yanqui, al capitalismo y otros males, lo que podría funcionar hasta cierto punto pero que no lo ayudaría a mejorar el nivel de vida de los millones que acaban de reafirmar su fe en su liderazgo personal. Desgraciadamente para el grueso de la población venezolana que vive en la pobreza extrema, la "revolución" chavista ha consistido mayormente en la proliferación alocada de programas asistenciales clientelistas muy pero muy politizados que no podrán seguir funcionando con un mínimo de eficacia sin cantidades colosales de petrodólares. Puede que durante cierto tiempo tales programas hayan servido para aliviar la miseria de algunos, pero no los han preparado para cuando el precio del crudo bajaría a un nivel que, si bien aún es muy alto en comparación con el de diez años antes, es llamativamente inferior al alcanzado a mediados del año pasado cuando analistas prestigiosos aseguraban que pronto superaría los 200 dólares por barril.