El 6 de diciembre de 1998 Hugo Chávez Frías ganaba sus primeras elecciones limpias. Al final de esa jornada electoral había obtenido el 57% de los sufragios. Dos meses después, iniciando el nuevo año, juraba como presidente. Con aquella elección presidencial Venezuela clausuraba un tipo de democracia pactista que había tenido cierta eficacia. Se la denominó del "Punto Fijo". Inaugurada en 1958, refería a un sistema político de equilibrio que daba lugar a la alternancia en el poder de dos partidos conducidos por elites de clase media que en poco o nada lograban diferenciarse. Lo cierto es que ese sistema permitió alejar al país de la danza enloquecedora de golpes-democracia electoral-golpes militares que marcó la historia política del último medio siglo de sus vecinos más inmediatos y de los más lejanos del cono sur. Sin embargo el inmovilismo del sistema político del Estado caribeño sufrió un verdadero cataclismo diez años antes de la llegada de Chávez, cuando el "Caracazo" terminó en una dura represión cuyo saldo aún no se conoce si fue de trescientos o de tres mil muertos. Tampoco logró revertir la realidad de una suerte de república saudita que marchaba al ritmo del mercado petrolero.
¿La ruptura del sistema político venezolano y el acceso al poder del ex paracaidista de origen humilde puede considerarse el punto de partida para un giro hacia la izquierda que hoy parece comprender a la mayor parte del área latinoamericana? ¿Resulta homogéneo este tiempo político y suficientemente abarcativo para hablar de una nueva izquierda que la distingue de la cultivada por la militancia política de los años sesenta y principios de los setenta?
En principio hay una realidad territorial innegable: basta mirar los cambios en las elites gobernantes de la porción sur de la región para afirmar que algo más del 80% de ese espacio continental e igual proporción de habitantes viven bajo gobiernos de ese signo. Además de aquel militar de pasado humilde que ocupa el palacio de Miraflores, un ex obrero gobierna la décima potencia industrial del planeta. Igual ocurre con el origen campesino del presidente boliviano. Recientemente Paraguay sumó un nuevo mandatorio "de izquierda" a este conjunto: un sacerdote con mirada social. La actual presidenta de Chile ha sido una de las víctimas de la era Pinochet. Apenas Colombia y Perú no están comprendidos dentro de este cambio de época.
¿Hay un programa común entre los equipos gobernantes de Brasil, Venezuela, Ecuador, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Argentina? Pareciera prematuro realizar una evaluación de conjunto ante experiencias tan variadas que van de una década efectiva en el caso de la República Bolivariana a las más recientes bajo los liderazgos de Evo Morales, Rafael Correa y Fernando Lugo. Sí se puede afirmar que la mayor parte de ellos ha podido superar el principal obstáculo destacando el verbo crítico de gran parte de la elite opositora a cada una de esas experiencias.
Efectivamente, aun dando cuenta de muchas improvisaciones, errores, marchas y retrocesos, los variados gobiernos de esos países parecieran haber superado el dilema que cierta izquierda europea enfrentó a partir de los años ´30 y sobre todo después de la segunda posguerra: el problema de gestión económica o, si se prefiere, de gestión de la macroeconomía. Fueron, primero, la sociademocracia sueca, a inicios de los años treinta, y luego, el laborismo inglés, que reemplazó a los conservadores en 1945, las expresiones de una izquierda que supo gobernar economías de mercado sin que con ello resignaran la totalidad de sus objetivos reformistas. Gran parte de los distintos estados del bienestar europeos de la segunda mitad del siglo XX surgió a partir del reconocimiento de esa capacidad. Fueron izquierdas que reafirmaron sus propósitos reformistas una vez que descubrieron el paradigma keynesiano. Ello les permitió "ablandar" la "rigidez" de sus programas maximalistas de gobierno. Y ese programa consistía en ampliar las capacidades del Estado, "politizar la economía" frente al consenso reinante en ese entonces de que sólo unos mercados librados a su suerte hacían posible el progreso de las naciones.
Similar a aquella izquierda europea promotora del bienestar de la "cuna a la tumba", la latinoamericana tiene objetivos modestos, aunque no por ello la puesta en marcha de los mismos no sea rupturista respecto del pasado reciente de dominio neoliberal. El punto común es la necesidad de politizar la misma economía. La politización consiste, a decir del politólogo y periodista José Natanson, en la "decisión de apropiarse de un mayor porcentaje del ingreso nacional sin arriesgar la estabilidad macroeconómica". Ése es el impulso común aunque adquiere diversos itinerarios y va al encuentro de realidades heredadas diferentes; por ejemplo, aquellos caminos que marcan a la Venezuela chavista petrodependiente, el país de Rafael Correa frente a su también dependencia de las divisas de los emigrantes ecuatorianos, la complejidad industrial y la modernidad tecnológica del Brasil del PT, el papel de Codelco en el Chile de Michelle Bachelet y hasta el rol que ocupa la explotación gasífera para con la Bolivia de Evo Morales. Todas estas experiencias han vuelto a colocar al Estado en el centro de la escena, igual que la experiencia socialdemócrata de hace más de medio siglo. Fuera de ello hay muchos temas distantes. Aunque también parecen primar las políticas de integración regional.
Finalmente hay otro relato que resulta presente -otra vez con sus tonos variopintos especialmente en las realizaciones concretas- y que hace a un común ánimo igualitarista. Y no se trata sólo de relatos académicos o de propaganda gubernamental. En definitiva, la presencia de esas pretensiones y la politización creciente de la economía es lo que hace que experiencias tan diversas pertenezcan al universo de una "nueva izquierda".
(*) Profesor de Derecho Político en la UNC