Un siglo XIX que podríamos dar por iniciado en 1789 y concluido en 1871, con el alzamiento de la Comuna de París, fue un siglo de revoluciones, todas con epicentro en Francia e irradiadas por su influjo ideológico y los ejércitos napoleónicos a todo el mundo occidental. Ninguna de ellas alcanzó los fines que sus primeros líderes soñaron, pero tampoco fracasaron, porque sobre sus olas se alzaron el caudaloso mundo burgués y el Estado de derecho, que los regímenes monárquicos absolutistas desconocían.

La primera revolución, la fundante, que acabó con una dinastía que parecía eterna, pasó de las manos de Robespierre, Dantón, Marat y Saint Just a las de Napoleón, quien reconvirtió la república en un imperio. Diferente, eso sí, del arrasado por los "sans-culottes", porque aquel se regía por la voluntad omnipotente del monarca y éste por leyes, la principal el código civil -llamado con justicia Napoleón- que también se extendió por todo el universo civilizado.

Otras rebeldías asomaron en 1830 y concluyeron en 1871, cuando el mismo ejército que había enarbolado la bandera tricolor de la revolución a principios del siglo ahogó en sangre la rebelión popular que había expulsado de París al ejército prusiano. En el medio otra insurrección, la que derrocó a Felipe de Orléans, coincidió con la aparición, también en París, de un texto escrito por un tal Carlos Marx con la colaboración del empresario Federico Engels, que con un envidiable manejo del lenguaje comenzaba diciendo "un fantasma recorre el mundo, el fantasma del comunismo".

Sabemos hoy que aquel fantasma, finalizada la Bella Época de la burguesía con la Primera Guerra Mundial, se corporizó con el nacimiento en el territorio -que hoy se llama nuevamente Rusia- de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Sabemos también que aquella fantasía de libertad y justicia se hundió frente al capitalismo y que los males que el comunismo remediaría -hambrunas, matanzas, guerras, dictaduras genocidas- recrudecen hoy. Pero el fenómeno dejó su huella.

Sobre esa huella se posa hoy el discurso del líder venezolano Hugo Chávez, bien aligerado, porque su edénica promesa al pueblo venezolano no pasa de un "socialismo bolivariano".

Para un mejor análisis de cómo se relaciona el socialismo chavista con el socialismo científico de Marx conviene dejar a un lado a Bolívar, quien nada pudo saber del Manifiesto de 1848 porque murió en 1830.

Hay un librito editado por la presidencia de Venezuela que, a nuestro modesto entender, intenta relacionar, sin mucho éxito, el programa socialista con el pensamiento de Bolívar. El librito es del 2007, lleva el título "Proyecto Nacional Simón Bolívar" y más abajo otras dos líneas: "Primer Plan Socialista de la Nación PPSN" y "Desarrollo Económico y Social de la Nación".

¿En qué consistiría el pensamiento socialista del libertador Bolívar? En "La Suprema Felicidad Social". Chávez cree que ésa es "la visión de largo plazo que tiene como punto de partida la construcción de una estructura social incluyente, formando una nueva sociedad de incluidos, un nuevo modelo social, productivo, socialista, humanista, endógeno, donde todos vivamos en similares condiciones rumbo a lo que decía Simón Bolívar, ´La Suprema Felicidad Social´".

El capítulo dedicado a la "Democracia Protagónica Revolucionaria" comienza señalando que ésta es "la expresión genuina y auténtica de la verdadera democracia", en la que "los espacios públicos y privados se consideran complementarios y no separados y contrapuestos, como en la ideología liberal". Hasta ahora, tal cual vienen funcionando en Venezuela, los espacios públicos y privados se parecen bastante a los del mundo liberal, si tenemos en cuenta la virulencia del enfrentamiento político y social en las vísperas del plebiscito de mañana. Y la pretendida complementariedad de ambos espacios se da de bruces con la lucha de clases, eje del pensamiento marxista y de la revolución que implanta la dictadura del proletariado y, en un período de transición que en las experiencias conocidas del siglo XX fue interminable, acaba con el dominio burgués e instala la sociedad sin explotadores ni explotados.

Se sabe que ese objetivo se desvaneció cuando -como lo observó Trotski- la dictadura comenzó siendo del partido, quedó luego en manos del comité central y finalmente en las del secretario general.

Naturalmente, si mañana la ciudadanía venezolana aprueba la posibilidad de que haya reelección presidencial por tiempo indeterminado, Chávez, si renueva uno tras otro su mandato, tendrá tiempo suficiente como para poner en práctica, si no todos -porque son una masa-, los principales objetivos de corto y largo plazo enunciados en las casi 150 páginas del librito. Y quienes seguimos con la mayor atención posible ese proceso tendremos oportunidad de ver si el socialismo venezolano soñado por Bolívar, y por ahora sostenido por la menguante renta petrolera, logra juntar los espacios públicos y privados en una democracia protagónica revolucionaria.

JORGE GADANO

jagadano@yahoo.com.ar