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El "gran cronopio" que desafió palabras y realidades | ||
Hace un cuarto de siglo fallecía en París Julio Cortázar, uno de los protagonistas del boom de la literatura latinoamericana de la década del ´60 y escritor comprometido con las luchas revolucionarias que por esos años agitaron el continente bajo el influjo de la Revolución Cubana. | ||
"Desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas", sostenía el escritor argentino Julio Cortázar, de cuya muerte -el 12 de febrero de 1984- se cumplen hoy 25 años. Le tocó nacer y morir en Europa, en parte por ese azar que a criterio de Cortázar hacía mejor las cosas que la lógica. Su llegada al mundo -el 26 de agosto de 1914 en Bruselas, a comienzos de la Primera Guerra Mundial- fue "producto del turismo y la diplomacia". Poco después del regreso a la Argentina su padre abandonaría para siempre la casa en la que vivía junto con su madre y su hermana. La infancia y la adolescencia de Cortázar transcurrieron en Bánfield, suburbio sureño de Buenos Aires. Al evocar su infancia, decía: "Desde los ocho o nueve años había que sacarme un poco al sol porque yo leía y escribía demasiado. Incluso hubo por ahí un médico que recetó que había que prohibirme los libros durante cuatro o cinco meses", prescripción que finalmente no se cumplió. Alto, de ojos verdes excesivamente separados y con una expresión juvenil que perduró a través de los años, Cortázar era un gran solitario, fanático del cine, del boxeo y de Jelly Roll Morton, Duke Ellington y Louis Armstrong y de los blues de Bessie Smith. Siempre fue un gran melómano. "La música es para mí más importante que la literatura", dijo alguna vez en una entrevista. Trabajó como docente en Bolívar y Chivilcoy, pueblos de la provincia de Buenos Aires, y luego se desempeñó como profesor en la Universidad de Cuyo, a la que tuvo que renunciar por oponerse al peronismo. En una carta definió así los años previos a su partida en 1951 a París, donde se instalaría definitivamente: "De 1946 a 1951, vida porteña, solitaria e independiente; convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético". A París llegó con una beca de la UNESCO donde trabajó como traductor, se casó en 1953 con Aurora Bernárdez y se afincó en esa ciudad que treinta años después le dio la ciudadanía francesa. A pesar de sus largos años en París, "era un argentino esencial", lo definió en una semblanza el mexicano Carlos Fuentes, quien junto a García Márquez compartió con Cortázar aquellos años del boom latinoamericano. Bajo el seudónimo de Sergio Denis, Julio había publicado su primer libro, un poemario titulado "Presencia" (1938), y en 1949 una obra de teatro, "Los reyes", en la que recreaba el mito del Minotauro. Durante el primer año de Cortázar en Francia se publicó "Bestiario", su primera -y tal vez insuperable- colección de cuentos, y posteriormente "Final del juego" (1956), "Las armas secretas" (1959) que incluye "El perseguidor" -inspirado en el saxofonista Charlie Parker-, "Todos los fuegos el fuego" (1966), "Octaedro" (1974), "Alguien que anda por ahí" (1977, "Queremos tanto a Glenda" (1981) y "Deshoras" (1982). Lúdico y antisolemne, buscó intensamente una renovación del lenguaje. En el cuento "Las babas del diablo" (incluido en "Las armas...") el escritor ya expone parte de su credo estético: "devolver al lenguaje sus derechos", que puede ser leído como una confesión de la divergencia entre el lenguaje y el mundo. Esa fisura en el canon "realista"-ya puesta de manifiesto por Borges desde los años ´20- le permite a Cortázar introducir en sus textos un elemento fantástico, de extrañamiento, que caracterizó los años más fructíferos de su literatura. Las atmósferas inquietantes y un lenguaje coloquial que subraya la oralidad del texto son marcas de la identidad de la narrativa cortazariana. En 1960 se publicó su primera novela, "Los premios", y dos años más tarde, la colección de textos "Historias de cronopios y de famas", donde aparecen los cronopios, "esos seres desordenados y tibios" que obran con rebeldía. En 1963 fue el turno de "Rayuela", que lo impulsó a la celebridad internacional. "Rayuela" traza un hito en su trayectoria, ya que la obra incluye otros planos que dislocan la estructura convencional de la novela: una teoría de la literatura que reflexiona sobre el proceso mismo de su escritura. En este libro, de final abierto, el lector puede elegir el orden de los capítulos ya sea de manera sucesiva o por un esquema de saltos que Cortázar plantea al inicio. A fines de los sesenta viajó a Cuba, invitado como jurado del Premio de la Casa de las Américas. Allí nacieron su compromiso con las causas latinoamericanas y una estrecha relación con la isla. Años más tarde visitó varias veces Nicaragua para apoyar la revolución sandinista. Cortázar se volcó a la actividad pública para manifestar sus preocupaciones y, entre otros, formó parte del Tribunal Russell II, que juzgó y denunció las violaciones a los derechos humanos de diversas dictaduras latinoamericanas. Ese Cortázar que abandonó la torre de marfil de la "literatura pura" también publicó entre otros "Libro de Manuel" (1973) que, según el propio autor, le valió "palos de izquierda y derecha") y el cómic "Fantomas contra los vampiros multinacionales" (1975). En 1982 murió su mujer Carol Dunlop, con quien escribió "Los autonautas de la cosmopista", producto de una expedición por las autopistas francesas. Durante la última dictadura argentina (1976-1983) pasó de ser un "emigrado voluntario" a un exiliado en la capital francesa. Volvió a la Argentina en diciembre de 1983, enfermo de leucemia, y aunque no tuvo un reconocimiento oficial del gobierno de Raúl Alfonsín, recibió en la calle el caluroso afecto de la gente. Regresó a París y el 12 de febrero falleció en el Hospital Saint Lazare. (DPA/Télam) | ||
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