Si a juicio de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el jefe del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero son "excelentes" las relaciones actuales entre la Argentina y la madre patria, a ambos les costaría encontrar un calificativo adecuado para describirlas si, como muchos esperan, mejoran sustancialmente en los próximos meses. La verdad es que desde mediados del 2003 han sido francamente malas debido a la postura agresiva del ahora ex presidente Néstor Kirchner hacia los inversores extranjeros, en primer lugar los españoles, y en el transcurso de su gestión Cristina no ha hecho mucho por modificar dicha situación. Por el contrario, el manejo gubernamental de la expropiación de Aerolíneas Argentinas fue tan torpe que el conflicto resultante con el grupo Marsans ensombreció la visita oficial a España de la presidenta, mientras que la presencia en su comitiva del sindicalista Hugo Moyano, instigador de un boicot contra productos españoles, no contribuyó en absoluto a convencer a sus anfitriones de la voluntad de los Kirchner de poner fin a la tirantez existente. En cuanto a las entrevistas que, para envidia de sus colegas argentinos, Cristina celebró con algunos medios gráficos y canales televisivos españoles, es poco probable que ayudaran a mejorar su propia reputación en el exterior, puesto que se mostró más interesada en esquivar preguntas incómodas que en contestarlas de manera convincente. Por cierto, al atribuir las violaciones sistemáticas de los derechos humanos en Cuba -un tema que claramente no le preocupa- al "bloqueo" estadounidense y los "atentados", Cristina habló como solían hacerlo los voceros del régimen militar cuando intentaban defender las aberraciones que se cometían en el marco de la guerra sucia.
Como no pudo ser de otra manera, Zapatero le pidió a Cristina encontrar cuanto antes "soluciones rápidas y satisfactorias" para el conflicto con Marsans, pero sorprendería que nuestro gobierno lograra complacerlo, ya que no parece estar en condiciones de arriesgarse oponiéndose a los funcionarios y sindicalistas que promovieron la expropiación luego de años signados por problemas laborales de todo tipo. A lo sumo podrá minimizar los perjuicios ocasionados por el pleito concentrándose en otros asuntos de interés común, en especial los vinculados con las demás inversiones españolas en el país, pero al agravarse la crisis económica, lo que hará que se intensifiquen los sentimientos nacionalistas en ambas orillas del Atlántico, su margen de maniobra propenderá a reducirse. Por lo demás, aunque nadie subestimará la importancia de la relación económica entre nuestro país y España, repercute más en la opinión pública el trato despectivo que reciben muchos turistas argentinos que, al llegar a los aeropuertos de Madrid o Barcelona, son detenidos bajo la acusación de ser inmigrantes clandestinos en potencia sin que las autoridades españolas hagan un esfuerzo serio por averiguar si realmente lo son para entonces ser devueltos a Buenos Aires. Puede esperarse que en privado Cristina se haya ocupado de este tema, ya que incide tanto en la relación bilateral como lo hacen las diferencias comerciales.
Con todo, a pesar de la impuntualidad que le es típica, la visita de Cristina a Madrid no resultó ser tan complicada como algunos temieron, acaso porque en ambos países los gobiernos respectivos están resueltos a brindar la impresión de sentirse víctimas inocentes de la crisis económica internacional -un tsunami, según la presidenta- que por tal motivo tienen pleno derecho a sumar sus voces al coro que está denunciando a los norteamericanos por haberla provocado. Se trata de una verdad a medias. La burbuja inmobiliaria cuyo estallido está causando tantos problemas en España fue de fabricación propia, mientras que no se puede imputar a Estados Unidos la brecha entre la productividad española y la alemana que está causando tensiones en la zona del euro. Asimismo, ya antes de acercarse "el tsunami" mundial se había hecho evidente que el modelo kirchnerista tenía los días contados y que en consecuencia los años de crecimiento a "tasas chinas" llegaban a su fin. Se trata de realidades a las que ni Cristina ni Zapatero querrán aludir en sus próximos encuentros que se producirán a comienzos de abril si el español consigue asistir a la reunión del G20 que tendrá lugar en Londres.