Desde hace unos días, ruge el viento en la zona patagónica. Ruge, aúlla, día y noche. Viento de mis recuerdos, viento que amo, ¿dónde estás?
Alguna vez le conté que amo el viento. Respeto su energía formidable -que de respeto también está amasado el amor - y disfruto enormemente su cántico cambiante, las mil voces que adquiere según los obstáculos que encuentra. El romance que mantiene con las ramas, según el tipo de árbol, según la cantidad de árboles.
Pero estos días me pasa una cosa horrible: le temo. Y me pasa otra cosa horrible; cada vez es más difícil convocar ese sonido que sostuvo mi infancia, el cántico doblegando miles de álamos…cuando había tantas chacras que no sentíamos a la tierra como protagonista principal.
Claro que depende del lugar donde se vive, y por cierto que hay zonas de nuestra Patagonia donde rugió, ruge y rugirá sin más barreras que sí mismo, y le voy a contar una experiencia extrema que pasé en Playa Unión, Chubut.
Estábamos en la playa, con mi cuñada Marcela y sus hijos, Santiago y Eva. Muy chicos los dos. Había viento, pero no tan hostil que nos impidiera matear y chusmear y chapotear en ese mar abierto, ese mar salvaje, al cual también le tengo mucho respeto porque sus olas a veces parecen las de la película "La tormenta perfecta", (claro que no vi ningún George Clooney, si bien había algunos ejemplares masculinos interesantes.) Bueno, esto es para que usted se dé una idea del ambiente: tranqui. De repente, Marcela tomó a la nena en brazos, me dijo "agarrá a Santi, corramos" y yo mientras me levantaba miré para donde ella y todo el mundo miraba: una pared altísima que avanzaba desde un costado lejano de la playa.
Tengo el recuerdo vívido de esa masa marrón, retorciéndose en remolinos cual gigantes bailando dentro del viento, mientras huíamos hacia la costanera y ya recibíamos las esquirlas hirientes de millones de piedrecitas y arena dura, que tal es la composición de esa playa. ¿Cómo se armó? ¿Por qué el servicio meteorológico sólo pronosticaba "viento moderado del sector norte"? Porque es la naturaleza y el clima, que hace lo que quiere, y lo que quiere es a escala monumental para nosotros, seres blanditos y lentos.
De todos modos, ésta fue una demostración de poder que no volví a padecer, salvo en las películas pero ahí están en camello y usan turbantes y yo estoy cómodamente sentada mirando y comiendo algo, que es lo mejor que hay cuando estás en tu casa viendo una peli.
Lo que usualmente tenemos son estos vendavales, cuya contención son estructuras de cemento, que no tienen nada que ver con las barreras naturales que son los árboles. Y aunque nuestros pioneros se pavoneen diciendo "ustedes no saben lo que era antes", no puedo evitar sentir que somos protagonistas -víctimas de cambios formidables producto de lo que llamábamos progreso y ahora hasta el presidente de Estados Unidos llama catástrofe ecológica, irresponsabilidad y otros adjetivos que hasta hace poco, eran patrimonio de algunas entidades defensoras del ambiente, o de personajes célebres; y hasta yo misma, he escrito sobre el tema más de una vez.
Pero claro, una cosa es que Beba Salto o Greenpeace alerte o denuncie tal o cual desastre ecológico y otra muy distinta que lo haga Barak Obama, porque tengo la esperanza de que enuncie una voluntad de cambio con poder para producirlo.
No sé si estamos a tiempo. Lo que sé es que mientras escribo, aúlla el viento, doblega, rompe, arrastra, y lo que menos me preocupa es la tierra que se junta en mi casa (la verdad sea dicha, nunca fui una fanática de la limpieza doméstica).
Lo que me preocupa -lo que me asusta, me angustia - es que cada vez menos puedo escuchar el viento de mis recuerdos, el fundamento de mi amor. Es grave.