La presidenta Cristina Fernández de Kirchner se pone en ridículo toda vez que trata de convencer a los demás de que los mandatarios del mundo entero, encabezados por el norteamericano Barack Obama, están "copiando" lo hecho por su marido "desde el año 2003", pero no exageraría demasiado si señalara que la tremenda crisis económica que se ha abatido sobre el planeta se asemeja bastante a las periódicamente protagonizadas por nuestro país. Tanto la hiperinflación como el derrumbe del 2001 y 2002 se debieron en última instancia a la propensión, al parecer irremediable, de la sociedad en su conjunto a tratar de vivir por encima de sus medios. Pues bien: el crac financiero, que al privar el mundo de crédito desató la recesión severa que sigue agravándose, fue una consecuencia directa del mismo mal. Para continuar consumiendo, muchísimos norteamericanos y europeos se endeudaron por suponer que siempre podrían conseguir más préstamos puesto que, imaginaban, el valor de sus viviendas nunca dejaría de subir. Desgraciadamente para ellos, resultó ser una burbuja más el boom inmobiliario, el que en Estados Unidos fue impulsado por gobiernos sucesivos que al parecer creían que todos tenían derecho a convertirse en propietarios, de ahí las hipotecas tentadoras que hasta hace muy poco los bancos ofrecían a personas sin trabajo que nunca habían ahorrado, para después combinarlas con otros valores dudosos en paquetes que, andando el tiempo, serían comprados por una multitud de instituciones financieras norteamericanas, europeas y asiáticas, lo que contaminó todo el sistema mundial.
Cuando nuestro país se declaró en default, la reacción internacional se caracterizó por el desdén. Sin equivocarse, políticos, funcionarios, financistas y economistas lo atribuyeron a la irresponsabilidad crasa de buena parte de nuestra dirigencia política. En cambio, sí se equivocaron los convencidos de que sólo en la Argentina podría producirse un desaguisado tan fenomenal. Mientras norteamericanos y europeos manifestaban su indignación por la conducta de nuestro gobierno, en sus propios países se agravaban las tendencias que, apenas siete años más tarde, desencadenarían un colapso aún más estrepitoso que el que siguió al desmoronamiento de la convertibilidad. Por lo pronto, las consecuencias de la crisis mundial no han sido tan brutales como las experimentadas aquí en el 2002, pero hay quienes creen que podrían llegar a serlo. Entre los más preocupados está el presidente Obama: hace un par de días advirtió que, a menos que se tomen medidas drásticas en seguida, las secuelas serían "catastróficas".
Cristina exagera cuando dice que los "planes de estímulo" que están anunciándose en el Primer Mundo se inspiran en "el modelo" kirchnerista y es francamente absurdo de su parte procurar hacer pensar que, antes de la presidencia de Juan Domingo Perón, a ningún gobierno de un país desarrollado se le ocurrió permitir la intervención estatal en la economía, pero así y todo hay cierto parecido entre la estrategia que están ensayando los norteamericanos y los europeos por un lado y la de los Kirchner por el otro. En ambos casos están privilegiando el consumo, por creerlo el motor principal del crecimiento. Por supuesto que hay una diferencia, ya que los países ricos cuentan con recursos que son llamativamente mayores que los disponibles aquí y, para más señas, no dependen tanto de los precios de los commodities, pero es verdad que en "el mundo" los gobiernos han optado por favorecer a los deudores en desmedro de los ahorrativos, a quienes tratan como si a su entender fueran enemigos del bienestar común. Es posible que en el corto plazo dicha alternativa ayude a restaurar "la normalidad" de antes, pero cuesta creer que una crisis causada por el endeudamiento excesivo pueda solucionarse definitivamente con todavía más endeudamiento. Mal que les pese a los habitantes de los países ricos -y de algunos que como el nuestro son relativamente pobres-, tarde o temprano les será necesario alcanzar un equilibrio sostenible. Si no lo hacen, la crisis actual, que tanta angustia está provocando en países en que, hasta medio año atrás, la mayoría daba por descontado que su propio nivel de vida continuaría mejorando, se verá seguida por muchas otras igualmente penosas.