La recesión económica actual explica y predice la profundización en la crisis del desarrollo, ya que su dinámica en tan frenética que supera aun la mejor capacidad de respuesta.
Así entonces, la primera condición para atenuar el costo social de metodologías de ajustes será la democratización del diseño y de la ejecución de las nuevas políticas socioeconómicas.
En realidad, no será fácil resolver de raíz todos estos problemas, sobre todo cuando aún no se conoce su magnitud, trascendencia y tiempo necesario para lograr una resolución satisfactoria y equitativa.
Pero es esencial recordarlos en un momento en el que los países ricos acaban de provocarlos con una imbécil crisis financiera de consecuencias dramáticas para el futuro de la humanidad y que afectará duramente a los pobres y empobrecidos.
Otrora en el mundo desarrollado, algunos países con más capital y talentos humanos han acreditado éxitos mayores que otros al resolver la encrucijada de reformular modalidades productivas y la concientización para un nuevo consumo crítico, conservando simultáneamente los niveles de empleo y ocupación.
En el caso de esos países "exitosos" la crisis y los ajustes merecieron de sus gobiernos programas pronosticables y creíbles: 1) gestión empresaria socialmente responsable sobre la base de proyectos y objetivos a plazos medianos y largos; 2) incentivos y fuentes confiables para prudentes y oportunos financiamientos empresariales y, 3) un marco adecuado y propicio para reestructurar las relaciones laborales, reforzando la colaboración en lugar de la confrontación en las negociaciones salariales y las relaciones entre patrones y trabajadores sobre la base de los sacrificios compartidos pero inclusivos.
Esto se debe complementar con políticas contraccionistas de estabilización y a la administración de la demanda interna; una devaluación "competitiva" para alentar la producción de bienes y servicios internos negociables; una clara liberalización que elimine cualquier prejuicio contra las exportaciones que pueda ser fruto de una protección interna excesiva y una intervención sostenidamente moderada para proteger los derechos laborales adquiridos. Además, en expectativa, fomentar el diálogo concreto, plural y neutral de todos los actores e instituciones locales, regionales y supranacionales (Mercosur) para el mejor consenso social posible, en orden a respaldar sólidamente las decisiones políticas necesarias en momentos tan singulares, y abandonar desencuentros, recelos y monólogos de costos nacionales tan elevados como absurdos que demandan de por sí la recuperación de tantos activos públicos y caprichosos lucros cesantes.
Naturalmente no hay una receta común para países diferentes con distintas capacidades y posibilidades para ajustarse. Algunos son más dúctiles para reestructurar su producción, en tanto otros aún en desarrollo y que poseen notables recursos energéticos (Vg., Venezuela, Bolivia) tendrán probablemente más complejidades, ya que al depender de una exportación principal regularmente rentable -hoy centralmente en crisis (vg., el barril de petróleo cae de u$s 150 a u$s 40)- y el abandono de otras exportaciones tradicionales, tornarán harto dificultoso cualquier estrategia de diversificación o, peor aún, reconversión para cualquier política de estabilización -ni siquiera hablamos de crecimiento-.
Una asfixia severa de las ventas e importaciones de bienes y productos locales, urbanos y agrícolas, ya provocó la disminución de actividades o el cierre de pymes, fábricas e industrias, con la reducción y eliminación de empleos e ingresos con toda clase de eufemismos, tautologías e impudicia.
Por todo ello, la Argentina no debe aminorar su gasto público e inversión social para la conservación de peculiares superávits sino que será central activar responsables y eficaces políticas socialmente contrarias y proactivas para no perjudicar, de menor a mayores medidas, las realidades y perspectivas de empleo y ocupación de los trabajadores en general y de aquellos necesarios para la construcción, mantenimiento y expansión de infraestructura en particular.
De ahí que en este momento sea más importante cuidar el empleo que impulsar el crecimiento. En esa perspectiva debemos incentivar a la pequeña y mediana empresas, reestimular al sector agropecuario y revisar, igualmente, los proyectos de vivienda para redefinir cómo se pueden impulsar y para que continúe activa la construcción de casas lo que dará otra segura demanda de empleo.
El retroceso vg., en educación, salud, nutrición, ocupación, seguridad, saneamiento de aguas, conservación de bosques y fauna; en la construcción de carreteras, puentes y aeropuertos -admitiendo finalmente los enormes beneficios del "Plan Laura"-, serán una gran oportunidad para que las obras en infraestructura puedan incidir en la economía interna con más empleo, con más consumo, sobre la prioridad de conservar el existente al dispararse la crisis en pos de un palpable bienestar general.
Es que el desarrollo, creación y conservación de fuentes de trabajo decente tienen definitivamente "supremacía" por sobre el presupuestado crecimiento económico argentino de un ambicioso 4% y, todo esto, aunque sea de cero a negativo, todo lo cual seguramente será acompañado y compartido con sensibles sacrificios del sector público.
Finalmente, para toda comunidad académica, este desafío debe consistir en abordarlo con rigor científico, humanismo y prontitud mediante una labor analítica imprescindible para llegar a la síntesis más equitativa posible de "crisis, ajustes y empleo", con crecimiento y desarrollo humano, sin más excluidos.
ROBERTO F. BERTOSSI (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Docente e investigador universitario.