En su afán de hacernos entender lo que cualquiera sabe, pero que ellos explican en un lenguaje abstruso, economistas y politólogos terminan sus profecías con esta expresión: "Convengamos que para Obama no va a ser un paseo por el parque".
Así que acompáñeme a un paseo por el parque. Es muy lindo, senderitos, árboles, aspersores, bancos, gente. Allí nomás hay una terminal de ómnibus, y voy notando familias custodiando firmemente sus bolsos mientras toman unos mates y siguen atentamente los movimientos de sus retoños. Escucho muchos "¡noo!", "¡vení acá enseguida!" "¡Te dije que?!"?Mientras me alejo, sorteo un aspersor que invade los senderitos -el parque está lleno de carteles "prohibido pisar el césped " pero yo lo piso, bien que cuidando no llevarme puesta caca de perro-. Un amigo agrónomo me dijo que el césped que se emplea en las plazas es para pisarlo, porque es muy resistente. De vez en cuando hay que resembrar, obvio. ¿Cuál es el placer de seguir senderos de cemento después de transitar calles de cemento y luchar contra automovilistas que van a cien por hora en el cemento?
Debajo de unos pinos a salvo del agua, algunos pibes duermen, la mochila de almohada. A su lado, también duermen latitas y botellas de cerveza. Casi piso a uno, ¡el susto que se iba a llevar! Es lo que pasa cuando una hace algo y cree que no va a lastimar a nadie. Y no puedo llorar por larvas, hormigas, plantitas pequeñas con tanto derecho a vivir como yo. Daños colaterales.
Enfilo por un senderito sombreado y a salvo del agua. Pero me gustó el juego de evitar el chorro del aspersor y pisar el césped mojado, y entrever decenas de pequeños arco iris ahí nomás. ¿Y si busco el final? ¿Estará la olla de monedas de oro? ¡Imagínese si me pongo a cavar en el prolijo parque! Los tres empleados que caminan displicentemente por el césped, demostrando que el controlador de las normas es quien tiene la facultad de burlarlas, no me dejarían hacer tal cosa, porque no creerían lo de las monedas de oro. Ellos creen en el salario y en los accesorios que necesitan.
Porque en otra de mis vueltas, mis parqueros están rodeando a un señor -camisa, corbata, zapatos impecables-, en una esquina del parque. Distingo palabras: ?"botas rotas, guantes, no nos da bola nadie"?, mientras el señor, evidentemente un funcionario, asiente y sonríe distraídamente. En otra de mis vueltas, dicho señor se está yendo, y su sonrisa se ha borrado. Los jardineros susurran en círculo, y su expresión es más bien escéptica.
Ahora sorteo un monumento monumental de alguien y en un caminito que se ve ideal, sombreado y regado, dialogan sentados en el piso tres ejemplares filosóficamente beodos, balanceándose y riéndose como hace la gente liberada de las normas correctas. Rodeo a los caballeros, que no toman nota de mi existencia ni de la de nadie, y salgo.
El paseo por el parque me hizo topar con familias empleando las palabras más populares de la educación infantil, y que nos acompañarán toda la vida (y si no nos acordamos, algún cartel o luz o uniformado nos lo recordarán); jóvenes durmiendo su cerveza, adultos disfrutando su vino, personajes solitarios con la mirada perdida (porque han encontrado otro lugar para su mirada, sólo que ese lugar está en otro lado), reclamos escuchados con hipócrita atención?
No. No voy a permitir que el negativismo me acompañe a casa. ¡Lo mío ha sido un paseo por el parque! Ya saboreo agua fresca y alguna fruta.
Entonces apareció el rottweiler. Sus colmillos sólo rozaron mi mano porque no le dio más la cadena, pero hicieron que el final del paseo fuera pura adrenalina. Voy a decirlo una vez más: soy firme defensora del sacrificio de perros como estos. Lo reafirmo y lo firmo.
Así que, señoras y señores: lo de don Obama no es un paseo por el parque, porque el parque no es un paseo. Y al final, cuando ya te estás yendo, puede aparecer un rottweiler.
MARÍA EMILIA SALTO
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