La incursión israelí en la Franja de Gaza brindó a los antisemitas del mundo entero un pretexto irresistible para manifestar su odio hacia los judíos. Tanto en Buenos Aires como en ciudades norteamericanas y europeas, turbas enfurecidas conformadas por musulmanes militantes e integrantes de grupos supuestamente izquierdistas, además de algunos neonazis declarados, lo aprovecharon insultando y amenazando no sólo a los representantes de Israel sino también a todos los judíos. En muchas manifestaciones, los más exaltados vivaron a Hitler y prometieron que pronto habrá otro holocausto que esta vez sería definitivo. Paradójicamente, para legitimar sus sentimientos genocidas, los impulsores de esta nueva fase de la campaña contra los judíos insisten en tratar a Israel como el equivalente moderno de la Alemania nazi, dando a entender que en el fondo no hubo ninguna diferencia entre el gueto de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial y Gaza en el 2009. Que extremistas hayan hablado de tal modo puede considerarse lógico, pero sucede que en nuestro país y en muchos otros personas de opiniones presuntamente moderadas no vacilaron en hacer suyas las consignas de la alianza coyuntural de yihadistas e izquierdistas, lo que, como es natural, ha sembrado alarma entre los muchos judíos que temen que se haya puesto en marcha un proceso muy similar a aquel que tuvo lugar en Europa ochenta años atrás y que culminó con la matanza de seis millones de hombres, mujeres y niños por su condición étnica o religiosa.
Comparar la acción de Israel en Gaza con el genocidio nazi es un disparate. Por desgarradora que fuera la información procedente de la franja -toda la cual fue filtrada antes por Hamas, de ahí la falta de alusiones a los muchos asesinatos de supuestos "colaboracionistas" y partidarios de Fatah-, ninguna persona equilibrada puede suponer que no hubo ninguna diferencia con lo que ocurrió en Europa antes de la derrota de la Alemania hitlerista. Si de buscar equivalentes se trata, los interesados podrían encontrarlos en el sitio de Grozny en los años noventa por los rusos -destruyeron la capital chechena a un costo en vidas muy superior al estimado por Hamas en Gaza- o en la ciudad siria de Hama, donde en 1982 el ejército del dictador Hafez al Assad mató a hasta 25.000 personas, fusilando en seguida a todos los que gritaron "Alá es grande" para suprimir a la Hermandad Musulmana. Huelga decir que, a diferencia de los israelíes, los rusos y sirios no hicieron ningún esfuerzo por distinguir entre combatientes y civiles inocentes. Y aunque en ambos casos hubo provocación por parte de quienes terminarían aplastados, los gobiernos respectivos no la toleraron por mucho tiempo, mientras que durante años los israelíes han sido blanco de los misiles disparados por Hamas.
Es verdad que las atrocidades perpetradas en Grozny y Hama, como las igualmente graves que siguen cometiéndose a diario en Darfur, en el África subsahariana, en Sri Lanka y en otros sitios del mundo, han motivado algunas protestas, pero éstas nunca llegaron a tener ni la décima parte de la intensidad de las dirigidas contra Israel. Parecería que a menos que pueda atribuirse a los israelíes o a los norteamericanos la muerte de civiles, sólo se trata de algo anecdótico. Por lo demás, ya es habitual no sólo entre los yihadistas más fanatizados y las bandas de la izquierda extrema sino también entre los meramente "políticamente correctos" tomar los eventuales excesos de Israel por evidencia de la esencial malignidad de los judíos, tentación en la que cayó la funcionaria María José Lubertino, una política que por razones no muy claras es titular del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, cuando intentó culpar a los judíos de los ataques antisemitas afirmando que "Israel violó reglas de derecho internacional y eso se le vino en contra". Si la historia trágica del antisemitismo nos enseña algo, es que quienes lo legitiman despejan el camino para los violentos que se encargan de solucionar "el problema" que a su juicio plantean los judíos masacrándolos. Por fortuna otros representantes del gobierno kirchnerista son conscientes del peligro así planteado, pero tendrán que actuar con más vigor si quieren impedir que el mal siga propagándose.